Odiarás a Sánchez sobre todas las cosas Pilar Portero
Una de las meditaciones decisivas de la política se ha dirigido desde antiguo hacia la necesidad y los peligros de los secretos de Estado. Se convirtió en un eje claro del pensamiento democrático, ya que el poder del pueblo exige transparencia, conocimiento y normas reguladas. Lo estamos viendo estos días en los debates sobre el poder judicial y su independencia. Hay quien piensa que un poder judicial independiente es el que puede hacer lo que le dé la gana, ya sea por el gremialismo soberbio de los que se consideran más allá del bien o del mal, ya sea por la afición vanidosa de los que quieren convertirse en noticia o ya sea por la militancia en unos intereses políticos determinados. Esa idea de la independencia tiene poco que ver con la aplicación transparente de unas normas reguladas por la voluntad popular o con la honestidad profesional que necesita defenderse de cualquier interferencia.
La importancia de la Justicia para una democracia se ha demostrado por las repercusiones negativas muy graves de la sentencia sobre el fiscal general. Vivimos en una sociedad del espectáculo, los presidentes de los Estados Unidos o de Argentina pueden comportarse como histriones en un circo, nos invaden los audios y las imágenes de comportamientos escandalosos, parece que nada tiene ya importancia, y, sin embargo, ni siquiera en medio de la desfachatez, la justicia de un país democrático puede permitirse una actitud tan impudorosa. La transparencia tiene que ver con las aplicaciones democráticas, no con el impudor.
Las discusiones vienen de lejos y forman parte de los principales debates sobre la democracia desde que fue necesario evaluar la razón de Estado. Maquiavelo sostuvo con convencimiento que si la patria está en juego no deben tenerse en cuenta las consideraciones sobre lo justo o lo injusto. La piedad y la crueldad debían someterse a los intereses de un Estado. Kant fue de los primeros en negarse a supeditar la ética a las razones de Estado. El respeto a los principios morales era indispensable para mantener una convivencia justa y una paz duradera en las relaciones internacionales.
Ahí se fijó el valor de la transparencia, una idea que ahora se envenena y salta por los aires cuando el impudor se apodera de la política y se hacen declaraciones públicas sobre las intenciones egoístas sin el más mínimo recato. La sociedad del espectáculo se ha convertido en un circo desquiciado, gracias a que la información rigurosa es superada por la comunicación de mentiras, insultos y desinformaciones impactantes. Esta dinámica, que Norberto Bobbio estudió en Democracia y secreto (20011), preocupado por las evoluciones de la política italiana, ha llegado a unos extremos vergonzosos.
La sociedad del espectáculo se ha convertido en un circo desquiciado, gracias a que la información rigurosa es superada por la comunicación de mentiras, insultos y desinformaciones impactantes
No me atrevo aquí a hacer un análisis en profundidad de lo que está en juego, los intereses, las estrategias y el furor de las plataformas. Pero creo que conviene tener en cuenta dos detalles a la hora de calibrar las consecuencias de esta dinámica que hace ahora muy visible aquello que antes necesitaba invisibilizar el poder. Lo primero: el griterío, los excesos de visibilidad, el espectáculo sin pudor, puede ser un mecanismo de desvío y opacidad para ocultar aquello que interesa mantener en silencio. Lo segundo: convertido el mundo en un circo, resulta difícil que el público se tome en serio, con risas inocentes y lágrimas conmovidas, un espectáculo. Y lo primero se mezcla con lo segundo, porque el griterío invita a la ceguera y el impudor empuja al fanatismo más que a la conciencia.
El espectáculo atronador de escándalos invisibiliza la profundidad de lo que hay en juego a la hora de discutir sobre la sanidad pública y su privatización. Y si alguien protesta con razones serias, pues bienvenido al escándalo, porque todos somos iguales, todos mentimos, todos robamos, y la política, esa tarea colectiva que puede fijar una regulación seria sobre los impuestos y las leyes, no goza ya de ningún prestigio.
Alguien pudo pensar que, en un escandaloso espectáculo sobre las corrupciones del Gobierno y sus comportamientos dictatoriales, entre acusaciones sin pudor y mentiras crispadas, podía colar como justicia una sentencia sin pruebas, pies ni cabeza. Pero creo que, en esta estrategia, la sentencia sobre el fiscal general se ha pasado de la raya, ha sido demasiado transparente. Ha visibilizado más de la cuenta lo que no debería ser visible en este proceso calculado de degradación democrática. Sin una Justicia honesta, todo lo demás sobra, en lo visible y en lo invisible, en lo transparente y en la opacidad, en el amor y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe.
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