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De la rendición de cuentas judicial al periodismo libre de bulos: la larga lista de reformas pendientes

No a la dimisión de Rita Maestre

La Conferencia Episcopal huele a sotana acre, a soberbia avinagrada, a semen rancio y seco. Si Dios existe, y eso es una cuestión particular de cada uno, hablaría muy mal de él que se sentara junto a los obispos, en olor de ambición, medievalismo y poder, en vez de acompañar a los cristianos que viven por amor la actualidad furiosa de la pobreza.

Rita Maestre, concejal y portavoz del Ayuntamiento de Madrid, será sentada en el banquillo de los acusados el próximo 18 de febrero. Se la juzga por haber participado en una protesta estudiantil en marzo de 2011. Un grupo de alumnas se quedaron desnudas de cintura para arriba como protesta por las vinculaciones de la Universidad Complutense con la Iglesia Católica. ¿Qué sentido tiene que se mantenga una capilla en una universidad pública? ¿No es esta capilla la verdadera agresión a un Estado aconfesional?

Las iglesias y las capillas han maltratado a lo largo de los siglos a muchas personas partidarias de la libertad de conciencia. Pero se han ensañado especialmente con las mujeres. La artista sueca Milo Moire se desnudó hace pocos días ante la catedral de Colonia para protestar por las agresiones masivas que las mujeres de la ciudad sufrieron en Nochevieja. Su cartel decía: “Respetadnos, no somos animales de caza aunque estemos desnudas”.

Cuando se pretende humillar, negar, invisibilizar a alguien, el orgullo del propio cuerpo es una respuesta de afirmación. Frente a los paradigmas clasistas de cualquier tipo, aceptar la verdad del propio cuerpo es el origen de la libertad. La historia negra se ha escrito para aniquilar y penalizar la dignidad del cuerpo. Heredamos una historia de cuerpos quemados, abiertos a latigazos, torturados, mercantilizados, despreciados por sus diferencias, condenados a la vergüenza por no adecuarse a los mandatos de turno. Malditos paradigmas. Cuando una sociedad cruel está por medio, la belleza nunca es la verdad si no es capaz de convertirse en protesta y en desnudo.

Las agresiones a las mujeres en Alemania o en España no pueden explicarse como consecuencias en abstracto de una Religión, una Cultura o una Raza. Son efectos de una ideología machista que penetra de forma agresiva en las religiones, las culturas y las razas. La Conferencia Episcopal, por ejemplo, está impregnada de un radicalismo machista peligroso. Tiene tan interiorizada su prepotencia que considera natural exigir privilegios e intervenir de forma agresiva en la vida pública. Todos los que consideramos que el laicismo es una de las raíces fundamentales de la democracia hemos vivido en España condenados a la indignación. Aquí resulta difícil no sentirse anticlerical y hay que hacer un ejercicio constante de prudencia para no blasfemar. Yo procuro acordarme de los cristianos decentes a los que he visto convertir su fe en un compromiso de solidaridad y amor.

Nací bajo el Concordato de 1953. El Vaticano prestó apoyo internacional a Franco, un dictador muy cruel condecorado por el Papa con la Orden de Cristo. Llegué a la mayoría de edad y a la democracia para asistir a una Constitución con trampa católica. Se aceptaba el carácter aconfesional, pero se asumía la necesidad de “cooperación” con la Iglesia Católica y las demás confesiones. La alusión concreta a la Iglesia justificó después que se mantuvieran los acuerdos con la Santa Sede de 1976. La Conferencia Episcopal ha lastrado las directrices de la educación primaria y secundaria con sus insaciables exigencias. La Conferencia Episcopal saquea el bolsillo de los contribuyentes con mil formas de financiación. No paga IRPF, no paga IVA, no paga la contribución urbana, ni los impuestos de sucesión, ni los de donación. Y, por supuesto, considera muy normal que haya una capilla católica en la Universidad Complutense y que se pueda coartar la libertad de expresión con la amenaza de un “delito contra los sentimientos religiosos”. ¿Y los sentimientos de los que no somos católicos?

El Estado aconfesional, en el banquillo de los acusados

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Cuando leo declaraciones del obispo de Córdoba afirmando que la Unesco tiene un plan para que se haga homosexual la mitad de la población mundial, ¿quién me defiende a mí? Cuando el mismo obispo dice que la fecundación in vitro es un aquelarre químico, cosa del demonio, y que los varones deben ser muy varones para representar la autoridad, ¿quién me defiende a mí? Cuando oigo al obispo de Alcalá de Henares comparar la interrupción voluntaria del embarazo con los trenes de Auschwitz, ¿quién me defiende a mí? Cuando veo que el arzobispado de Granada encubre a sacerdotes que abusan de menores y publica un libro titulado Cásate y sé sumisa, ¿quién me defiende a mí?

Lleguemos a un acuerdo. Que nadie me defienda, yo sé defenderme y desnudarme solo. Pero que el Estado no subvencione con mi dinero a una agresiva Conferencia Episcopal que huele a sotana acre, a soberbia avinagrada y a semen rancio y seco.

Normalmente se escriben artículos para pedir la dimisión de los políticos. Yo escribo esta columna para exigirle a Rita Maestre que no dimita. Y lo exijo en nombre de todos los que a lo largo de la Historia han soportado hogueras, látigos y cárceles en nombre de la libertad de conciencia. Y lo pido en nombre de los que nacimos bajo una dictadura justificada desde Roma por la gracia de Dios. Y lo pido en nombre de Voltaire, y de Rosalía de Castro, y de Pérez Galdós, y de María Zambrano, y de Luis Cernuda. Y lo pido en nombre de toda la ciudadanía que se indigna cada vez que un obispo se siente con derecho a condenar al infierno lo mejor de nuestra filosofía, nuestra política y nuestra ciencia. ¡Con el trabajo que cuesta avanzar, no se puede dimitir del progreso ético!

La Conferencia Episcopal huele a sotana acre, a soberbia avinagrada, a semen rancio y seco. Si Dios existe, y eso es una cuestión particular de cada uno, hablaría muy mal de él que se sentara junto a los obispos, en olor de ambición, medievalismo y poder, en vez de acompañar a los cristianos que viven por amor la actualidad furiosa de la pobreza.

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