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Orgullo nacional

El trabajo me ha llevado esta semana a Alemania. Como a lo largo de mi vida la sociedad alemana ha sido el buen ejemplo en los melancólicos subdesarrollos de las esperanzas españolas, no puedo evitar la dinámica de las comparaciones. Son odiosas, es cierto, pero también ayudan a pensar el sentimiento y a sentir los pensamientos. Todas las comparaciones acaban acompañándonos a un pasillo para cotillear y luego a un cuarto de baño para mirarnos al espejo.

Abrazo a un hispanista alemán, buen amigo, que acaba de llegar a Fráncfort desde Berlín. Me cuenta que ha tardado en el viaje más de 4 horas. Como la distancia es parecida a la que hay entre Madrid y Sevilla, no puedo evitar la comparación con las 2 horas y media de nuestro AVE. Hablando sobre el asunto, me atrevo a decir que el control ecológico en las comunicaciones resulta cada vez más necesario que la prisa, pero otro amigo alemán niega mis buenos pensamientos. No se trata de ecologismo, sino de falta de inversiones en infraestructuras.

Algo parecido afirma un amigo cuando la conversación se desplaza a la falta de cobertura en las telecomunicaciones. No funcionan bien las redes sociales, cuesta mucho trabajo retransmitir en directo las mesas de debate en los pabellones o recibir mensajes personales en el hotel. Aquí estamos mucho peor que en España, dice el amigo alemán, y se hace inevitable sentir orgullo nacional, quejarse una vez más de lo poco que nos queremos a nosotros mismos y de lo injusta que es a veces la opinión de los españoles sobre España.

Las conversaciones van de un sitio a otro a lo largo de los días. Puestos a comparar, las miradas y las palabras saltan de un escaparate a un taxista, que no acepta pagos con tarjeta para evitar la declaración de beneficios, o desde una anécdota con tintes racistas en un restaurante a un fallo en la megafonía. Las cosas funcionan aquí peor que en España, concluyo, y me quedo tranquilo hasta que un amigo español me comenta que en la Alemania de Angela Merkel funcionó la solidaridad cristiana en los años de crisis y se afrontaron los problemas sin recortar o congelar los salarios y las pensiones. Los recortes en infraestructuras permitieron mantener el nivel de vida de los alemanes menos favorecidos, una política que fue posible porque las tramas de corrupción que conspiraban en las obras públicas eran menos activas que en España.

Las pensiones justas, los salarios decentes, los impuestos necesarios, las infraestructuras al servicio de la ciudadanía, el compromiso contra la corrupción, la solidaridad y el europeísmo forman los cimientos de mi orgullo nacional

Así las cosas, el orgullo español se me viene a los pies y miro con nuevas simpatías a Alemania. Pero soy aficionado a la complejidad y enseguida recuerdo que ese espíritu solidario fue entonces una consideración de uso interno, porque se trató con mano de hierro a los países del Sur de Europa. Eran un peligro, casi una reunión de vagos a los que costaba mucho sudor propio y mucho trabajo subvencionar. Las brechas sociales abiertas en España tuvieron mucho que ver con las tajantes decisiones europeas que no permitieron un endeudamiento de carácter social. En las crisis desatadas por el covid y la invasión de Ucrania se ha reaccionado de manera distinta. Parece que Alemania ha comprendido el valor de una salida europea, quizá porque ella vive ahora momentos en los que le resulta útil la solidaridad de la Unión. Benditas sean la solidaridad y la política conjunta. Son tan beneficiosas para España que están impidiendo las dinámicas catastrofistas de los que quieren acelerar las ruinas nacionales para colocar sobre ellas los sillones de su poder.

Las comparaciones son odiosas y son un lío. Después de mirarme al espejo no puedo separar las simpatías y los orgullos nacionales de algunos valores que se piensan y se sienten más allá de los candados patrióticos. Las pensiones justas, los salarios decentes, los impuestos necesarios, las infraestructuras al servicio de la ciudadanía, el compromiso contra la corrupción, la solidaridad y el europeísmo forman los cimientos de mi orgullo nacional. Eso, y una creatividad literaria desbordante, lema de la Feria del libro de Fráncfort dedicada a España.

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