Verso Libre

Una retórica sin espolones

Entre las batallas internas, las guerras sucias y la crispación, nuestra política se convierte en un gato al que se le ha olvidado cazar ratones. Hacer arañazos no es lo mismo que cazar ratones. La política se comporta como un gato doméstico que araña las piernas o los brazos de sus amos, pero no sabe defender la casa de roedores.

Hay muchos gritos, se venden o filtran noticias para desacreditar a los compañeros, se inventan calumnias para degradar al contrario, se sustituyen los argumentos por los desprecios, se falsean los datos, se crispa el ambiente. Nunca ha estado la política a salvo de la guerra sucia, pero la aceleración del tiempo y las multiplicaciones tecnológicas han disparado el tono de la crispación.

Cuando a un político de la vieja escuela española se le acusaba de corrupción, solía caer en el triste recurso del "y tú más". Esa estrategia está hoy multiplicada por el vértigo de las malas argucias, mensajes torcidos y mentiras que agitan el ambiente. Se confunde la capacidad de liderazgo con el arte tuitero de insultar y mentir. Todo va tan rápido que nadie se siente responsable de lo que dice, porque nadie tiene que dar la cara por lo que afirmó ayer.

El vértigo es un anonimato, una disolución de lo público en el ruido, un vaciado de la propia conciencia.

Los poetas dejan su propia alma en lo que dicen, dan la cara en cada palabra. Quizá sea una exageración como norma de conducta, pero no estaría mal que la política se preocupase por pensar de otro modo su relación con el lenguaje.

Asustados por la irrupción de los totalitarismos en el siglo XX, no siempre hemos recordado que esos totalitarismos surgieron en el interior de la cultura democrática, cuando las élites liberales del siglo XIX se vieron superadas por el protagonismo social de las masas. La extensión justa de los derechos democráticos y la educación de la sociedad se vieron asaltadas por la manipulación obscena y la pérdida de conciencia individual. Del interior de la democracia, en países que forman parte decisiva de nuestra cultura política, vuelven a salir personajes demagogos capaces de humillar los derechos humanos y civiles.

Estamos en un momento difícil, muy difícil. Y hay todavía quien oculta el problema llevando el argumento del "y tú más" a las discusiones internacionales. En vez de defender los valores democráticos comunes e irrenunciables, se traban discusiones entre Franco, Hitler y Stalin, o entre Trump, Salvini, Ortega o Maduro.

El vertedero de la crispación se lanza siempre en busca del contrario, pero al final acaba manchando a todo el mundo con un descrédito general de la política y la convivencia. Quien provoca la crispación se ensucia tanto como su víctima y acaba limitando mucho su capacidad de hacer Estado. Mientras unos y otros se arañan, el gato pierde la capacidad de cazar ratones, de mantener fuera de la casa a los que trabajan por avaricia propia contra la igualdad, la libertad social y la fraternidad. Y la libertad no puede confundirse con la ley del más fuerte, porque en democracia ser libre es vivir en un marco que permita la convivencia y la realización individual en condiciones de igualdad.

Una gran emoción política

Por poner un ejemplo: una sociedad libre no es una sociedad que deja de pagar impuestos de manera proporcional y justa según los ingresos de cada persona o de cada negocio. Nada es más democrático que un buen sistema fiscal.

Llevados los impuestos a la retórica política, a la responsabilidad de colaborar en la vida de una comunidad, recuerdo una frase de Juan de Mairena, el profesor machadiano: "Si se trata de construir una casa, de nada nos aprovecharía que supiéramos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza. Acaso tampoco, si se trata de gobernar a un pueblo, nos serviría de mucho una retórica con espolones".

Siempre es mejor el diálogo que el rifirrafe de las mascaradas políticas. Pero hay momento en los que el diálogo y el acuerdo son una responsabilidad ineludible. Estamos en la frontera. Europa puede mantenerse como un territorio capaz de trabajar con buena melancolía por la democracia social o puede derivar hacia nuevas formas de totalitarismo y menosprecio de los derechos humanos. Dialogar, salirse de la crispación y la calumnia, llegar a acuerdos es una exigencia para los que quieren evitar que la avaricia de los privilegiados tenga las manos libres para empujarnos a todos hacia la barbarie.

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