Nunca está de más recordar, recordarnos, que el compromiso con los demás es inseparable del compromiso con uno mismo y que el respeto a uno mismo es el mejor modo de vivir un necesario respeto a los demás. Las palabras del verbo tienen una dimensión ética cuando el yo y el tú procuran formar un nosotros. Hay muchas tentaciones para que ese nosotros facilite dinámicas basadas en el autoritarismo, el dominio, el abuso y la mentira. Se trata entonces de un nosotros que se define en la desigualdad y en una injusticia sostenida.
No hace falta ponerse poético, aunque a veces conviene algo de poesía, para comprender que la intimidad y las relaciones sociales son inseparables. Cuando se convive con un tú, la independencia personal no puede convertirse en un modo de disfrazar la incomunicación o el desprecio al otro. Es algo que no debe olvidarse cuando hablamos de amor o de política, dos palabras que invitan a pensar en las relaciones del yo, el tú y el nosotros.
El abusador sexual que humilla a otra persona empieza por faltarse el respeto a sí mismo, por asumir una condición humillante y degradada de su propia existencia. Ya sé que la sexualidad no se identifica con el amor, pero ayuda a comprender de qué modo puede acercarse una persona al amor cuando el yo establece con el tú una relación de acoso invasivo. Ese yo se acepta como un ser violento, invasivo, avasallador, y después de atropellar su propia dignidad se vuelca sobre las posibles debilidades del tú. De esta forma un abrazo esconde la prepotencia de un sujeto sin escrúpulo que necesita fundar su autoestima en la capacidad de doblegar al otro. No son lo mismo, repito, sexualidad y amor, pero la manera que tienen los abusadores de tratar a sus víctimas sexuales nos ayuda a comprender también su manera de entender el amor, es decir, la palabra nosotros.
El abusador sexual que humilla a otra persona empieza por faltarse el respeto a sí mismo, por asumir una condición humillante y degradada de su propia existencia
La poeta mexicana Rosario Castellanos fue consciente de las dificultades que pueden esconderse en la palabra nosotros, hasta el punto de aludir a una pareja amorosa, más que como un nosotros, como la unión de dos otros. Es bueno no olvidarse de los conflictos, ni de los rincones de independencia y de respeto al otro que nos exige la realidad. Pero también es bueno que la independencia individual no impida en el amor un esfuerzo a la hora de apostar por la ilusión de un nosotros.
Ocurre lo mismo en política. Quien se pierde el respeto a sí mismo y convive con la corrupción y la mentira demuestra que la palabra nosotros es para él un modo de disfrazar el caciquismo y la desigualdad. Hace falta perderle el respeto al propio yo para degradar los vínculos de un trabajo, una organización, un partido o una comunidad. El lugar del yo se funda así en el engaño. Es verdad que los abusos están normalizados en política hasta el punto de que hay programas económicos y sociales que sólo se justifican como maneras estables de regularizar la desigualdad. Por eso resulta muy triste que las personas que dicen defender un deseo de igualdad se pierdan el respeto a sí mismas y conviertan su día a día en un modo de engañar, de abusar. El respeto a los deseos individuales no debe separarse en la política de las ilusiones colectivas. Resulta más complicado en ella separar un deseo sexual propio del amor al nosotros.
Ahora que se recuerda la muerte del dictador y el camino de España a la democracia, podemos entender en profundidad que ese camino no supuso sólo la exigencia de votar cada cuatro años, sino un modo justo y digno de entender la igualdad entre hombres y mujeres, y el respeto a la hora de equilibrar las relaciones entre el yo, el tú y el nosotros, un respeto decisivo para establecer también el respeto que merecen las otras personas del verbo: él, vosotros y ellos. Si nos tomamos en serio los síntomas que nos rodean, podremos conseguir que las realidades tristes no nos hagan olvidar lo mucho avanzado. Y que el orgullo por lo avanzado no nos haga olvidar lo que nos queda por avanzar. Conviene seguir haciendo camino.
Nunca está de más recordar, recordarnos, que el compromiso con los demás es inseparable del compromiso con uno mismo y que el respeto a uno mismo es el mejor modo de vivir un necesario respeto a los demás. Las palabras del verbo tienen una dimensión ética cuando el yo y el tú procuran formar un nosotros. Hay muchas tentaciones para que ese nosotros facilite dinámicas basadas en el autoritarismo, el dominio, el abuso y la mentira. Se trata entonces de un nosotros que se define en la desigualdad y en una injusticia sostenida.