Sólo lo común nos salvará a todos: política (honesta) frente al odio Jesús Maraña
Díaz Ayuso no tiene reglas
La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no se cree mujer. Ella piensa que todo lo que les ocurre a las mujeres a ella no le pasa, que ella nunca ha sido discriminada ni que ningún hombre de su entorno la considera un instrumento útil para conseguir sus objetivos, y luego seguir utilizándola o prescindir de ella según convenga, pero siempre con la idea de mantener su modelo de sociedad androcéntrico levantado sobre la desigualdad entre hombres y mujeres.
Díaz Ayuso es de las que piensan que si ella ha podido llegar a ser presidenta cualquier mujer puede, sin tener en cuenta las circunstancias y posibilidades de cada una. Cree que si está ahí es porque ella lo vale, no porque antes ha habido hombres que han decidido que esté en ese lugar.
El mayor trabajo que se puede hacer por un país es luchar y garantizar los derechos de sus ciudadanos y ciudadanas, no crear puestos de trabajo y aumentar el PIB a costa de los derechos y de la injusticia social
Isabel Díaz Ayuso no tiene reglas, es de las personas que dicen que las reglas están para saltárselas y que sólo valen las normas que ella decide. Por eso al hablar de la violencia de género dice que “los hombres sufren más violencia que las mujeres”, mezclando todos los tipos de violencia y sin mencionar que la violencia que sufren los hombres es realizada fundamentalmente por otros hombres que, como ella, tampoco tienen reglas. Ni que esa violencia no es normalizada, ni invisibilizada, ni tampoco le echan la culpa al hombre que la sufre, como sí lo hacen con las mujeres víctimas de la violencia de género. Y por la misma razón se refiere a las mujeres que en lugar de mirarse al ombligo dedican parte de su vida a corregir la injusticia del machismo que afecta a todas las mujeres, como “malcriadas que aspiran a llegar solas y borrachas, desprovistas de responsabilidades ni siquiera ante sus peores decisiones", y encima continúa diciendo que “nos abochornan a la mayoría de las mujeres que trabajamos todos los días para sacar adelante a nuestro país”. Olvida que el mayor trabajo que se puede hacer por un país es luchar y garantizar los derechos de sus ciudadanos y ciudadanas, no crear puestos de trabajo y aumentar el PIB a costa de los derechos y de la injusticia social.
Y como todo ello le parece poco y los hombres que la rodean le exigen demostrar que no tiene reglas, y que es como uno de ellos, ahora dice que educar en igualdad es “ingeniería social”. Lo dice quien habita la estructura levantada por el machismo, y quien vive y manda bajo la mayor obra de ingeniería social que jamás se haya levantado, como es una cultura patriarcal capaz de cubrir toda la sociedad global.
Quizás ella, como entiende lo humano sin reglas, piensa que la realidad del siglo XXI cayó del cielo, pero antes de que ella naciera, mucho antes, ya había mujeres que sí tenían claras las reglas de la convivencia, y que dieron sus vidas para cambiar la sociedad y la cultura levantadas por la ingeniería masculina, precisamente para pasar de las reglas de la desigualdad a las de la igualdad. Gracias a esas mujeres, que también fueron llamadas “malcriadas, borrachas, putas y brujas” por gente como ella, las mujeres pudieron ir a la escuela, a la universidad, trabajar, votar, participar en política, asumir puestos de representación y llegar a ser presidentas de una comunidad autónoma. Por cierto, sólo cinco en casi 50 años de democracia.
Isabel Díaz Ayuso debería estar agradecida a las mujeres feministas, porque sin ellas no podría aparecer ni hablar con esa prepotencia tan masculina de quien se cree superior. Y como mujer, debería saber que las mujeres no aspiran a llegar solas y borrachas a casa, aspiran a poder caminar por la calle sin ser agredidas ni violadas, a que no levanten toques de queda para ellas diciendo “esas no son horas para una mujer” o “esos no son sitios para una mujer”, a poder tomar una copa o un refresco sin que algún amigo o conocido les eche una sustancia en la bebida para violarlas, a cobrar lo mismo que los hombres en el trabajo, a que los cuidados y las responsabilidades domésticas no sean sólo para ellas, a que no les exijan sexo a cambio de promoción y oportunidades, ni las acosen si se niegan… En definitiva, aspiran a vivir, porque en democracia la igualdad no puede ser un lujo, ni la forma de acercarse a ella comportarse como un hombre.
Las mujeres que trabajan y luchan para conseguir la igualdad no son unas malcriadas, sino unas mujeres educadas bajo la referencia de los Derechos Humanos. Quienes son malcriadas y adoctrinadas son las mujeres y hombres que reproducen el machismo para que sólo los hombres mantengan privilegios, entre ellos el de decidir qué mujer puede disfrutar de algunos de sus beneficios, y luego darle la palabra para que se presente como ejemplo para las demás.
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