El Estado es la cuestión Luis García Montero
ideas Propias
Los hombres de izquierdas son un peñazo
Se me acercó después de una conferencia sobre violencia sexual en la que yo era ponente. Tenía ganas de explicarme algunas cosas de las que, según él, yo no me estaba enterando. Se olía a la legua el mansplainning. Con voz muy pausada, tratando de sonar pedagógico, me contó que, por supuesto, era feminista. Pero que, ante todo, era comunista y que estaba seguro de que todos los problemas de las mujeres se solucionarían cuando consiguiésemos acabar con el capitalismo. Algo que, dijo convencido, no tardaría en ocurrir. Seguimos charlando y la deriva de la conversación me hizo preguntarle: “¿quién cocina en su casa?” Él, rápidamente, contestó: “Mi mujer. Yo no sé ni freír un huevo”. Ahí estaba ese hombre de mediana edad, tratando de acabar con el origen de los males de la mitad de la población mientras confesaba, sin ningún tipo de pudor, que no sabía pelar una patata. Muy educadamente le recordé aquello de lo personal es político y le aconsejé que aprendiera a cocinar.
Yolanda Díaz afirmó la semana pasada que los hombres de izquierdas son un peñazo porque creen que no son machistas. Hay quien la ha criticado por la generalización. Y lo cierto es que lo es. Pero también es evidente que el machismo no entiende de ideología. Encontramos a machistas en la derecha y también en la izquierda. En hombres y mujeres. Cuántas veces hemos repetido aquello de que la presencia femenina en las instituciones –o en cualquier otro ámbito- no garantiza que se hagan políticas feministas. Porque para eso hay que ser feminista. Señalar esto, que hay mujeres machistas, resulta una obviedad. Por eso es sorprendente que cuando se señala lo mismo en hombres de izquierdas se arme tal revuelo. Sobre todo, porque el feminismo no niega que tengamos comportamientos machistas –ahí están, en todas y todos–, pero sí nos lleva a señalarlos. Es un trabajo de revisión constante que nos hace cuestionar nuestras creencias. Nos hace ser aguafiestas, como dice la escritora Sara Ahmed, que le pone nombre al sexismo. Feministas que no nos reímos con el chiste machista cuando en el resto provoca carcajadas. Que alzamos la voz para denunciar que ellos ganan más y nosotras ocupamos menos puestos de poder. Que llevamos años luchando contra la violencia de género, exigiendo poder volver a casa solas sin miedo. ¿Qué están haciendo ellos? ¿Están recorriendo un camino paralelo al nuestro?
Es curiosa también la paradoja que se da en muchos hombres de izquierdas, contrarios a cualquier forma de mercantilización excepto a la de las mujeres. Porque ahí, se justifican, entra en juego la libertad individual de cada una. Varones que están en contra de todo tipo de explotación excepto de la de pagar por el cuerpo femenino.
El feminismo no niega que tengamos comportamientos machistas –ahí están, en todas y todos– pero sí nos lleva a señalarlos. Es un trabajo de revisión constante que nos hace cuestionar nuestras creencias
El 25 de noviembre está marcado desde hace décadas en el calendario feminista como una jornada de lucha y reivindicación. Es el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra las Mujeres. En 2020, muchos hombres –de izquierdas, la mayoría– se pusieron el lazo morado y denunciaron la discriminación que sufrimos las mujeres. Quiso la casualidad que esa misma tarde muriese el futbolista Diego Armando Maradona, acusado años atrás de violencia machista. Muchos de los que se habían autoproclamado aliados solo unas horas antes lamentaron la muerte del deportista sin ninguna alusión a las acusaciones que pesaban contra él. Sin ninguna crítica a su conducta, o peor aún, usando el eufemismo luces y sombras para hablar de ello. Como si defender los derechos humanos –de eso va el feminismo– fuese una elección, algo secundario, que uno decide resaltar o no.
La historia se ha escrito a nuestra costa, pero somos una generación de mujeres que ya no calla. Estamos hartas. Aunque también sabemos que, si queremos cambiarlo todo, necesitamos que los hombres arrimen el hombro. Deben echarse a un lado, cedernos espacios y cuestionar sus privilegios. Si esto les cuesta demasiado, pueden empezar por algo tan sencillo como prepararse la cena.
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