Madonna eres tú

El pasado domingo, Madonna aparecía en los premios Grammy con un atuendo de chaqueta y corbata, de aire masculino, trenzas y un rostro irreconocible que parecía casi alienígena. Las burlas, críticas y ataques no se hicieron esperar. La artista ha reaccionado con un mensaje en su cuenta de Instagram: “Una vez más estoy atrapada por la mirada del edadismo y la misoginia que impregnan el mundo en el que vivimos. Un mundo que se niega a celebrar a las mujeres mayores de 45 años y que siente la necesidad de castigarlas si continúan siendo determinadas, trabajadoras y aventureras”, añadiendo que siente que ha sido humillada por sus decisiones artísticas y estéticas desde los comienzos de su carrera.

Es evidente que el rostro actual de Madonna ha sido modificado hasta casi lo irreconocible con todos los instrumentos técnicos a su disposición: operaciones de cirugía, maquillaje, retoques fotográficos y filtros de Instagram, todo ello para lograr alcanzar esa imagen de apariencia casi irreal, como de alien o de cyborg. Es también claro que aquí hay un intento de frenar las dinámicas del paso del tiempo, del envejecimiento, de las imperfecciones físicas. Pero la pregunta que deberíamos hacernos es si a una mujer de 64 años que mantiene una carrera artística y es una personalidad pública le quedan muchas más opciones. Alguien podrá quizás argumentar que su caso es demasiado exagerado, que hay muchas mujeres que no llegan hasta ese extremo. Creo que habría que responder que algunos casos “exagerados” muestran, como en negativo, la verdad más precisa de nuestra realidad cotidiana. Habría que saber mirar lo que ocurre en esos casos como índice de lo que nos pasa a todos nosotros; de te fabula narratur, como decía Marx citando a Horacio, “esta historia va de ti”. El rostro cyborg de Madonna es la verdad oculta de los mostradores de cremas de ácido hialurónico de Mercadona o de todas las conversaciones que comienzan a flotar entre los grupos de amigas a partir de los 35 que consideran quitarse las bolsas o ponerse algo de botox “pero sin que se note”. No querer plantearse esto es no querer mirar a la cara nunca mejor dicho al problema.

El rostro cyborg de Madonna es la verdad oculta de los mostradores de cremas de ácido hialurónico de Mercadona o de todas las conversaciones que comienzan a flotar entre los grupos de amigas a partir de los 35

Realidad cotidiana donde, por lo demás, como analizaban maravillosamente Begoña Gómez y Noelia Ramírez en el programa de Tardeo titulado “Cara cyborg”, este modelo estético se está convirtiendo en un referente absolutamente hegemónico para millones de chicas en las redes sociales y en el mundo de la moda. La presión estética sobre el cuerpo de las mujeres ha existido siempre, y se ha ejercido siempre de las maneras más espeluznantes allí repasan algunos ejemplos terribles del Hollywood clásico, pero lo distintivo de esta corriente que se consolida en 2023 es, unido al retorno de la estética skinny de los 2000, este ideal de cara lisa, de pómulos marcados, inexpresiva, andrógina, de apariencia plástica, y que recuerda, como directamente muestra la foto de perfil de Amelia Gray Hamlin, a un alien. O a un personaje de videojuego de los 90; valdría la pena reflexionar, por cierto, cómo a medida que los videojuegos recientes buscan un realismo más naturalista en las representaciones de sus personajes, especialmente los femeninos, las redes sociales y las celebrities derivan hacia este modelo opuesto. ¿Quién va más rápido en comprender la verdad de las dinámicas sociales?

A Madonna no le queda más remedio que aparecer tecnificada, desnaturalizada, masculinizada y retocada, a Madonna no le queda más salida que ser un alien o un cyborg, porque un cuerpo de una mujer de 64 años es inhabitable para nuestra sociedad. Esa salida transnatural, transhumana, casi transgénero, es la salida que ella ha encontrado. Lo que deberíamos estar discutiendo es qué dice eso acerca de todos nosotros.

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Clara Ramas San Miguel es filósofa, política, profesora en la Universidad Complutense de Madrid y autora del ensayo 'Fetiche y mistificación capitalistas. La crítica de la economía política de Marx' (Editorial Siglo XXI).

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