La moderación, ese animal mitológico

Hay etiquetas que repele todo el mundo (extremista, radical, populista) y las arroja al adversario. Hay otras que las reivindica todo el mundo (moderado, de sentido común, tranquilo) y las niega al contrincante. Es tan sencillo lanzar las primeras como arrogarse las segundas. Lo que es más difícil es que no te pillen con las manos en la masa si mientras dices una cosa haces la contraria. El Partido Popular es un habitual en esa disputa de etiquetas. Y también en ser pillado con las manos en la masa.

La mediática pelea a muerte por el poder entre Casado y Ayuso alejó al Partido Popular irremediablemente de cualquier terreno que pudiese estar mínimamente asociado a la moderación. En esas aterrizó en Madrid Feijóo con ánimo conciliador e intentando contagiar a un partido en llamas del ánimo moderado con el que presuntamente había gobernado Galicia. Venían tiempos de cambio en la oposición: grandes acuerdos, vuelta a los consensos y palabras amables alejadas del ruido y la crispación. Lamentablemente ese talante no duró demasiado. Tal vez por el aire que se respira en Madrid o tal vez por la comida que sirven en el cáterin de Génova 13 desde que la reformaron con dinero en B; pero, sea por lo que sea, la tregua no duró y la moderación se convirtió, una vez más, en una promesa tan repetida como no alcanzada.

Pronto Feijóo se daría cuenta de que hablar de economía no era su fuerte y que todo su proyecto de oposición “moderada” lo había construido en torno a dos ideas básicas frustradas. La primera, la bajada masiva de impuestos truncada tras la caída en desgracia de su idolatrada Lizz Truss en Reino Unido. La segunda, la confianza en una fuerte recesión económica en España de la que él nos sacaría que, sin embargo, no acabó de llegar, sino precisamente lo contrario con la tasa de inflación más baja de la zona euro y las mayores tasas de afiliación a la seguridad social de la historia. Entonces Feijóo guardó el traje de moderado y se lanzó al ruedo (el mismo de Casado) a hablar de independentismo, de gobierno ilegítimo, de ETA y a impedir cualquier pacto básico ni siquiera para renovar un Consejo General del Poder Judicial caducado desde hace más de cuatro años.

La moderación no es llamar comunistas a los sanitarios que protestan por unas condiciones pésimas en Madrid, ni decir que “las familias ya han superado el dolor de la muerte de sus familiares en las residencias de mayores”

Pero hay olor a elecciones en el ambiente y algún pepito grillo popular con olfato que ha leído las encuestas en las que se ve cómo el candidato gallego ha pasado de una aprobación de más del 40% a estar por debajo del 25% en apenas 8 meses le ha susurrado que tal vez sería buena idea volver a vestir el traje de moderado. Y en ese discurrir constante de cambio compulsivo y fugaz de traje que despistaría hasta al más avezado sastre, ha recuperado a Borja Sémper como portavoz de campaña, un moderadísimo político que tras haber fracasado unas cuantas veces en sus ambiciones electorales en el País Vasco abandonó el Partido Popular por discrepancias con la dirección de Casado, sobre todo en lo que respecta a pactar con Vox (aunque haya vuelto cuando ya se ha pactado el primer gobierno de coalición con la ultraderecha).

Sin embargo, a pesar de que ahora el Partido Popular haya recuperado a un portavoz que dice las cosas con una sonrisa y una indiscutible amabilidad, eso no los convierte en moderados. Porque la moderación no es votar en contra de todas las subidas del salario mínimo de manera sistemática. La moderación tampoco es haber llamado timo ibérico a la excepción ibérica que ha hecho que tengamos el precio de la energía más barato de Europa hasta el punto de que el resto de países la hayan copiado. La moderación no es haberse opuesto a todos los impuestos a los beneficios extraordinarios de grandes energéticas y bancos para financiar ayudas a quienes peor lo han pasado. La moderación no es llamar comunistas a los sanitarios que protestan por unas condiciones pésimas en Madrid, ni decir que “las familias ya han superado el dolor de la muerte de sus familiares en las residencias de mayores”, ni tachar de “mantenidos subvencionados”  a quienes acuden a las colas del hambre.  La moderación no es lo que hacen en las comunidades autónomas donde ya gobiernan bajando los impuestos a las 20.000 personas más ricas al mismo tiempo que son las que menos invierten en sanidad y en educación. Nada de eso tiene que ver con la moderación, por mucho que insistan. Más bien tiene que ver con una profunda radicalidad. Una radicalidad en la defensa de los intereses de una minoría. 

La moderación para ellos simplemente es un traje apolillado con el que han vestido sus vergüenzas en demasiadas ocasiones y que ya está lleno de agujeros a través de los que todo el mundo puede ver lo que verdaderamente hay debajo: moderación con los poderosos y radicalidad contra los humildes.

Hay etiquetas que repele todo el mundo (extremista, radical, populista) y las arroja al adversario. Hay otras que las reivindica todo el mundo (moderado, de sentido común, tranquilo) y las niega al contrincante. Es tan sencillo lanzar las primeras como arrogarse las segundas. Lo que es más difícil es que no te pillen con las manos en la masa si mientras dices una cosa haces la contraria. El Partido Popular es un habitual en esa disputa de etiquetas. Y también en ser pillado con las manos en la masa.

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