Por qué 'Motomami' es una buena noticia para el arte

Descuiden: no voy a hacer aquí, pues no es el momento ni el lugar, otra crítica musical sobre el disco del momento, Motomami, el último trabajo de Rosalía. Sí quiero señalar, sin embargo, a propósito de su recepción, algo que me parece culturalmente relevante —y esperanzador, por una vez en tiempos sombríos—. 

Se trataba de uno de los discos más esperados del año, en preparación desde 2019. Rosalía, además, había anunciado que se negaba a seguir el modelo habitual últimamente de publicar solo singles en lugar de discos completos: quería publicar un disco que tuviera sentido como conjunto, como unidad coherente, como había sido el anterior. La expectación era máxima, y ella se encargó de azuzarla publicando una cuenta atrás de tuits sobre el concepto “motomami” que ha hecho ya fortuna. Finalmente apareció, como Venus de Botticelli ataviada con un casco de moto. Tras su estreno en TikTok, no se hablaba de otra cosa, y no solo en las redes.

El artista dice siempre una cosa a través de otra, y esa cosa que dice debemos decodificarla, teniendo en cuenta las coordenadas históricas y semánticas en que esa obra se ha construido

Con independencia de las opiniones a favor o en contra, un rasgo me pareció muy positivo: se trataba de un debate, por lo general, eminentemente artístico. Es decir, lo que se debatía en la mayoría de los casos es si Rosalía había cambiado, si era éste un disco “experimental”, si las letras tenían “sentido”, si la canción “Hentai” era o no poesía, si seguía influida por el flamenco o ya solo hacía reggaeton, si la electrónica era demasiado vanguardista, si su estética era convincente… En una palabra: se debatían cuestiones de estilo. Y no solo en las críticas, que subrayaban su carácter “rompedor”, “creativo” o “experimental”, sino en el debate público. No es habitual que el debate del público sea precisamente éste. Todo el mundo parecía comprender que el disco de Rosalía, ante todo, requería de un trabajo de interpretación: porque era significativo por sí mismo, desde parámetros que dictaba su propia forma y que no necesitaban subordinarse a otro tipo de discusión social o política. Hubo algunas reflexiones sobre la polémica de la “apropiación cultural”, que ya le perseguía desde El mal querer, o sobre si ella se cosifica en los videoclips. Pero lo llamativo es que ambas polémicas quedaron como algo completamente marginal: no interesaron a nadie. Jugó a favor de esto la asunción de que Rosalía nunca se ha definido como feminista, por lo que ese debate no parecía concernirle. A la gente parecía interesarle sobre todo una cosa: qué estatus tenía el disco de Rosalía como objeto artístico. 

En un libro que se publicaba en 2018, todavía muy reciente el punto álgido del Me Too, Marta Sanz hacía algunas observaciones muy atinadas. Comentando polémicas como la de Lolita y otras más recientes, lograba una acertada posición que esquivaba los abismos paralelos de la complacencia acrítica y del dogmatismo o la censura. Las obras de arte producen efectos en la realidad. Claro que “pasa algo” cuando un artista pronuncia en su obra una frase machista o racista. Pero lo que pasa, sostiene Sanz, no es que estén haciendo apología de la violación o del racismo: esa sería “la lectura literal, perezosa y castradora”. El artista dice siempre una cosa a través de otra, y esa cosa que dice debemos decodificarla, teniendo en cuenta las coordenadas históricas y semánticas en que esa obra se ha construido. El sentido, como debería ser evidente, no se agota en su contenido literal. Las lecturas que se agarran al contenido literal y lo relacionan directamente con posiciones éticas o políticas unilaterales son lecturas torpes y perezosas: las formas, la estética, dice Sanz, son en sí significativas. Lo revolucionario en una obra de arte, decía el viejo Adorno, no es su contenido, sino su forma: la quiebra del lenguaje armónico tradicional en la música dodecafónica puede penetrar más profundamente y conmovernos más acerca del horror y el desfondamiento del siglo XX que la hipotética música de un compositor que hiciera un Oratorio sobre el nazismo. Acaba Sanz citando a Rafael Gumucio: la novela es el espacio entre lo que las palabras dicen y lo que realmente cuentan, y tiene el derecho y la obligación de decir la verdad debajo y detrás de La Verdad. 

Esa verdad esquiva entre lo dicho, lo intuido y lo deseado es lo que se debatía, creo, cuando se hablaba del disco de Rosalía. Y, por cierto, este es el mayor logro posible también para el feminismo: que una mujer produzca una obra que todo el mundo está debatiendo en términos artísticos.

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