Lo que los wasaps sugieren (aunque nunca ocurra) Cristina Monge

El papa Francisco no fue precisamente condescendiente con Europa. Todo lo contrario. En varias ocasiones se mostró muy crítico con su errática trayectoria cuando de la acogida y hospitalidad con inmigrantes, refugiados desplazados, se trataba. En su visita al campamento de refugiados de Moria en la isla griega de Lesbos recordó que, siendo Europa la cuna de los derechos humanos, debería haberse comportado como el buen samaritano, mostrando compasión con las personas más necesitadas y trabajando por la eliminación de las causas de la dramática situación en que viven las personas refugiadas. Pidió desarrollar políticas de amplio alcance y detener “la proliferación y el tráfico de armas y a quienes persiguen proyectos de odio y violencia”.
Aquel viaje no se quedó en declaraciones y gestos vacíos de contenido. Todo lo contrario, predicó con el ejemplo llevándose en el avión de regreso a Roma a doce personas de tres familias sirias, cuya atención corrió a cargo de las Comunidad de San Egidio y la acogida y manutención por cuenta del Vaticano.
La crítica de Francisco se dirigió con especial indignación hacia Europa por la contradicción entre sus solemnes declaraciones de derechos humanos y su sistemática transgresión. Se atrevió a preguntar en tono de denuncia al viejo continente qué le estaba sucediendo para que, tras considerarse el continente del humanismo y el paladín de los derechos humanos, de la democracia y la libertad, se mostrara tan insensible hacia las personas y los colectivos humanos migrantes, refugiados y desplazados del Sur global que huyen del hambre, las guerras, el terrorismo, las dictaduras y los fundamentalismos religiosos.
En una entrevista concedida al diario italiano La Repubblica en julio de 2017 afirmó que “el colonialismo partió de Europa y tuvo sus aspectos positivos, pero también negativos”, y entre estos destacó su enriquecimiento, llegando a ser el continente más rico del mundo a costa de la explotación y apropiación de los recursos de otros continentes, a quienes sometió a un régimen de esclavitud. Por ello yo creo que la tarea de la descolonización le afecta de manera especial a Europa, que desde siglos constituye el centro del colonialismo moderno. Su complejo de superioridad en todos los órdenes la llevó a creer que era la civilización más desarrollada del mundo y tenía una misión regeneradora-redentora del mundo, y eso la incapacitó para descubrir los valores culturales, religiosos, éticos y estéticos de otras cosmovisiones y le impidió tener escrúpulos en su ambición colonizadora.
Hizo una crítica de la consideración de la democracia en Europa como una simple idea o una mera palabra que desemboca en sofisma. A su vez alertó sobre el peligro de que la democracia se deje influir por intereses multinacionales
Con motivo de la recepción del Premio Internacional Carlomagno 2016 —que también recibiera Juan Pablo II en 2004—, concedido por el Parlamento Europeo, y ante las máximas autoridades de las instituciones europeas, Francisco se refirió a la “abuela y estéril” Europa, y le pidió que fuera “madre fecunda”, rompiera muros, construyera puentes y pusiera al día la idea de sí misma. Se atrevió a soñar con una Europa “en la que ser migrante no constituya un delito, sino una invitación a un mayor compromiso con la dignidad de todo el ser humano”.
En un discurso pronunciado en el Parlamento Europeo en 2014, Francisco denunció las muertes producidas en el Mediterráneo por la falta de hospitalidad: “No se puede tolerar que el mar Mediterráneo se convierta en un gran cementerio y negar acogida a los hombres, mujeres, niños y niñas que llegan a diario muchas veces muriendo en el intento en las barcazas”. Actuar así “es negar la dignidad de los inmigrantes, favorecer el trabajo esclavo y alimentar las continuas tensiones sociales”.
Denunció el economicismo que convierte a las personas en elementos de producción o consumo y pidió cuidar de la fragilidad de los pueblos y las personas frente a un modelo funcionalista y privatista de sociedad que lleva inexorablemente a la “cultura del descarte”. Hizo una crítica de la consideración de la democracia en Europa como una simple idea o una mera palabra que desemboca en sofisma. A su vez alertó sobre el peligro de que la democracia se deje influir por intereses multinacionales que no son universales, se ponga al servicio del imperialismo y de los poderes financieros.
Tras la denuncia, llamó a los europarlamentarios a poner en práctica legislaciones capaces de tutelar los derechos humanos de los ciudadanos europeos y garantizar la acogida a los inmigrantes. Les pidió que adoptaran políticas correctas para el desarrollo sociopolítico y la superación de sus conflictos internos en lugar de políticas de intereses que alimentan y aumentan los conflictos.
Harían bien los cardenales europeos reunidos en el Cónclave aprender esta lección de Francisco, recordársela a los gobernantes de sus países para que la pongan en práctica y elegir papa a un candidato o candidata que continúe reclamando a Europa que pase del racismo, la xenofobia y la insolidaridad a la piedad, la solidaridad y la hospitalidad.
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Juan José Tamayo es profesor emérito de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones, de la Universidad Carlos III de Madrid, y autor del ensayo 'Cristianismo radical'.
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