¿Quo Vadis, progreso?

La política progresista debe ser una política centrada en la “creación” de una nueva sociedad, consecuente a una transformación cultural que deje atrás el modelo androcéntrico y su machismo. La política conservadora no quiere cambios profundos, se centra en mantener el modelo histórico adaptándolo a los nuevos tiempos; la progresista, por el contrario, debe ser transformadora. Por lo tanto, progresar es crear esa nueva realidad, no basta con incorporar el hallazgo inesperado que hasta ese momento era considerado ajeno al modelo de transformación, y menos aún no explicar la nueva propuesta resultante de su incorporación.

Gran parte de la desorientación que existe en sectores progresistas con relación a la ley de amnistía y al pacto con partidos independentistas se debe a esa falta de modelo y a la sensación de que un debate tan trascendente como el que se ha iniciado se ha hecho sin un proyecto sobre el que poder posicionarse, y sin darle espacio a la participación. Todo está decidido en lo pactado, algo que cuestiona al propio modelo trasformador que debe ser participativo.

Desde mi punto de vista, tal y como se presenta el tema, y con todas las consecuencias que se derivan de él, la cuestión para una posición progresista es clara: tiene más sentido la independencia que la desigualdad entre territorios.

El problema alrededor de este tema es que, siendo el Estado federal el argumento de fondo, no se habla de él ni se plantea como parte del proyecto. Es decir, no hay participación en la transformación mientras todo sucede como si no ocurriera nada, hasta que llegue un día en que nos lo presentarán como “hallazgo”, al igual que ha ocurrido con otros temas importantes. Y esta situación debilita al proyecto progresista al presentarlo como carente de modelo, mientras que refuerza al conservador que presenta su orden social histórico como referente invariable sobre el que confiar.

“Quo vadis” significa “¿a dónde vas?” . La tradición cristiana sitúa el origen de la expresión en la huida de San Pedro de Roma, allá por el año 64, cuando el emperador Nerón inició una persecución contra los cristianos. En el camino de huida, Pedro se encontró con Jesucristo portando una cruz sobre sus hombros en dirección a Roma. Pedro le preguntó: “Quo vadis, Domine?” (¿dónde vas, Señor?), y él le contestó “voy a Roma para ser crucificado de nuevo”. La respuesta causó tal vergüenza y arrepentimiento en el apóstol, que decidió volver a la ciudad, donde fue detenido, martirizado y crucificado.

La sociedad democrática debe ser la consecuencia de un proyecto común y colectivo y levantado sobre la participación de su ciudadanía. Es la única forma de que podamos compartir los elementos comunes y sentir que pertenecemos a lo que los hace posibles

Preguntar “dónde vamos” con las decisiones adoptadas no debe ser motivo de crucifixión política ni social alguna, todo lo contrario, creo que es la forma de hacer de un proyecto democrático una iniciativa participativa, bien sea para su aceptación o para su rechazo, como parte del modelo social y cultural sobre el que se trabaja.

Y para ello, tal y como hemos destacado en los dos artículos previos (“Independentismo y progresismo” y “Igualdad, identidad y territorios”), es importante tener en consideración lo siguiente:

  • La realidad democrática no es una deuda en sí misma ni un ataque. Los logros alcanzados y los proyectos que no se han podido desarrollar no se hacen contra nadie, sino como parte de las decisiones que se toman en democracia. Cuando no hay un factor estructural que impida la participación en igualdad para que los proyectos y posiciones puedan ser consideradas, el resultado debe ser entendido como consecuencia de lo que la mayoría ha considerado.
  • No hay cultura ni historia que tenga un valor superior a otra, del mismo modo que no hay identidades por encima de las restantes. Las diferencias no son ni mejores ni peores en términos de derechos, son elementos distintos y como tales podrán aportar más o menos referencias a las personas y grupos, pero nunca para ser tomadas como factores de superioridad o inferioridad.
  • El debate sobre la igualdad de las personas y la conciencia adquirida como consecuencia de la crítica feminista contra la desigualdad estructural de una cultura androcéntrica, levantada sobre la idea de que los hombres son superiores a las mujeres para después hacer de lo diferente una referencia inferior, no puede ser trasladado a lo grupal para ocultarlo y justificar la desigualdad entre grupos, y darle carta de naturaleza como forma de articular la convivencia. Argumentar sobre lo grupal lo que no es aceptable sobre lo personal es una trampa del sistema androcéntrico en su continua adaptación para no cambiar.
  • Cualquier iniciativa hacia un Estado federal debe partir de la igualdad de los territorios, no de una desigualdad situada en grupos y territorios justificada por la historia. Una desigualdad inicial con el tiempo conducirá al enfrentamiento o al abuso, no a mejorar la convivencia.
  • En caso de optar por un modelo federal basado en la desigualdad territorial dentro de un marco común definido por el Estado federal, tiene más sentido la independencia sobre la desigualdad identitaria e histórica, que no un Estado federal levantado sobre la desigualdad.

La sociedad democrática debe ser la consecuencia de un proyecto común y colectivo enraizado en la diversidad y pluralidad de esa sociedad, y levantado sobre la participación y la convivencia de su ciudadanía. Es la única forma de que podamos compartir los elementos comunes de esa pluralidad y sentir que pertenecemos a lo que los hace posibles. De lo contrario, con mayor o menor intensidad, todo será enfrentamiento y distancia sobre el individualismo y el egoísmo de lo propio.

En democracia, los límites están para ser superados si así se decide, pero de manera participativa, no sólo matemática, y con el objeto de transformar una cultura androcéntrica de poder cargada de injusticias y necesitada de la violencia estructural para mantener su orden.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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