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Ideas Propias

Socialismo o Amazon

Jorge Lago Ideas Propias.

El mismo día que me topaba en las redes sociales con la noticia, sorprendentemente poco mencionada o difundida, de que 1 de cada 153 trabajadores estadounidenses está hoy contratado por Amazon, asistía algo perplejo a la enésima trifulca, esta profusamente discutida, de nuestras izquierdas tuiteras: si el 15M había sido un movimiento burgués, si daba cuenta de la frustración de una generación tras armarse de títulos universitarios y acabar cobrando lo mismo que las cajeras de supermercado, si la quiebra de un supuesto ascensor social era la clave de aquel malestar y si, por lo tanto, el deseo oculto del 15-M no sería otro que el de la vuelta sin resto de la meritocracia propia de ese ascensor social.

También hubo quien llevó el argumento más lejos todavía, como en el circo: ¿habría sido la nueva política una búsqueda más o menos inconsciente de solución individual a la quiebra de ese ascenso social truncado? ¿Una suerte de puertas giratorias entre algunos hogares privilegiados y los parlamentos y las instituciones del Estado? ¿Una renovación de las élites?

Pero, como digo, todo este debate se producía mientras la noticia de que Amazon contrata a 1 de cada 153 trabajadores en EEUU quedaba más o menos eclipsada o ignorada. Y eso me parece todo un síntoma. ¿De qué? Pues eso intentaré argumentar a continuación.

Empecemos de forma un tanto esquemática: sí, seguramente había un componente de clase en el 15M, pero igual reducir aquel movimiento a su supuesta composición social nos priva de muchas dimensiones de análisis, experiencias políticas y deseos de transformación social. Sí, creo que hubo un relato socialmente aceptado en España, como en el resto de las sociedades occidentales, que podríamos metaforizar con la imagen del ascensor social, el mérito y la movilidad. Y sí, ese relato se quedó sin condiciones sociales de posibilidad. Y, claro, eso se tradujo en la crisis de un modelo aceptado de desigualdad social. Digo aceptado porque no prometía acabar con la desigualdad, ni con las consiguientes jerarquías sociales y la estructura de clases que las definían, sino porque prometía una movilidad social del conjunto: mejores condiciones y posibilidades de vida para todos, pero sin cuestionar las jerarquías y diferencias de clase subyacentes.

Y aunque sería absurdo negar que bajo ese modelo desigual pero en movimiento se produjo una incorporación inédita de las clases populares a los entornos hasta los años 60 y 70 reservados para los hijos de la burguesía, sería igualmente ridículo obviar que esa incorporación fue muy parcial y a costa de un esfuerzo infinitamente mayor para unas familias que otras. Y con resultados también profundamente desiguales. Sí, es claro que la estructura del privilegio se mantuvo, incluso se amplió.

Pero creo que, hoy que ya no podemos seguir aferrados a aquella promesa de movilidad porque se sostenía en un modelo de crecimiento hoy quebrado, nos perdemos algo esencial si centramos el debate en la sola interrogación sobre la reproducción más o menos tozuda o ampliada de las desigualdades sociales y, por tanto, en dar por buena, aunque más o menos acotada o eficaz, la metáfora del ascensor social. Como si el acceso de una parte de los hijos de las clases populares a la universidad se pudiera leer sin más desde las gramáticas del mérito, el ascenso y la conquista de los espacios reservados a los hijos de las clases altas.

Eso otro que nos perdemos creo que lo definió de forma impecable Xandru Fernández en la citada trifulca tuitera de hace unos días, así que me voy a permitir reproducir aquí el magnífico hilo que publicó al respecto:

“Lo que falla en la metáfora del ascensor social es la verticalidad. Los que somos de familia obrera no nos planteamos los estudios universitarios como un medio de ascender, sino de salir. Es un movimiento horizontal: sustraerse a unas rutinas, ampliar el paisaje. Huir, quizá.

Pero no "subir", ganar más, mirar a los tuyos por encima del hombro. El primer sueldo que gané como funcionario, a los 26 años, me pareció tan bajo que no quise decirle a mi padre cuánto ganaba. Temía que me dijera "tanto estudiar pa esto". Pero nunca lo dijo.

Porque estaba implícito que lo que los estudios me habían proporcionado era campo, horizonte, no una escalera ni un "ascensor". No se va a la Universidad en busca de un salvoconducto para mirar con desprecio a la cajera del súper”.

Salir, ampliar el paisaje o el horizonte. Huir, incluso, de unas rutinas y, con permiso de Xandru, de un destino.

La pregunta que me hago a raíz de este hilo es si no se produjo, en esa parcial incorporación de las clases populares a la universidad, una cierta bifurcación entre dos mundos, y si se supo construir una política capaz de articular, de aunar en un mismo movimiento y horizonte, las necesidades, los deseos y las demandas de esos mundos progresivamente separados. Es decir, me pregunto si la crisis de los distintos movimientos obreros no tuvo que ver con la dificultad de tratar con ese deseo de salida, de huida, además de con la evidente ofensiva patronal, moral e intelectual que, en ese mismo momento, supuso el neoliberalismo.

O, más precisamente, me pregunto si el neoliberalismo no tuvo éxito precisamente porque inventó formas, sin duda perversas, de responder a esos deseos de salida, de fuga o de huida, mientras las izquierdas quedaron muchas veces paralizadas ante esa bifurcación o eclosión de demandas y deseos que ya no podían sin más ser capturados o integrados en las gramáticas de las luchas obreras tal y como se habían planteado hasta la fecha.

Y me pregunto también si no había una imposibilidad de origen, que quizá solo hoy podamos apreciar con suficiente claridad: la de intentar fundar los horizontes de emancipación en un único espacio unificado para el conjunto de la población, el del trabajo asalariado. ¿Tenía sentido aspirar a una emancipación por y desde los espacios laborales ocupados o por ocupar (un trabajo estable y de por vida) cuando al menos tres razones lo estaban dificultando profundamente? Veamos.

En primer lugar, la propia dinámica de la división del trabajo: los ritmos, composición y exigencias de unos y otros espacios laborales, también los diferentes tiempos de formación necesarios o requeridos para ocupar unos u otros trabajos y, sin duda, los procesos de cambio cada vez más acelerados que atraviesa la producción y que vuelven caducas unas tareas productivas para introducir otras nuevas, todos estos procesos generaban y generan jerarquías y desigualdades no solo de acceso, sino intrínsecas a los espacios laborales. ¿Cómo imaginar desde la sola esfera laboral o productiva formas de igualdad social a la altura de las demandas políticas que animaban a los distintos movimientos obreros?

En segundo lugar, cabe preguntarse si no estaban el origen, la razones y el contenido de las nuevas demandas sociales (ese deseo de salida o de ampliación del campo de lo posible que señalaba antes de la mano de Xandru Fernández), pero también el aumento de la productividad, la automatización y la robotización, dando cuenta de la emergencia de un inédito espacio de disputa política, cultural y económica, el del aumento del tiempo liberado del trabajo asalariado y la producción social. Ese tiempo liberado no se acabó traduciendo, cierto, en libertad o autonomía para las mayorías sociales, sino en todo lo contrario: paro, precariedad, flexibilidad, competencia entre trabajadores por puestos de trabajo cada vez más escasos así cómo en un paralelo aumento de la edad de incorporación al mercado de trabajo y de su salida prematura en forma de prejubilaciones o paros de duración ya eterna. Cada vez más gente trabajando, sí, pero menos tiempo en sus vidas, con menor control sobre la distribución de ese tiempo y, por tanto, con cada vez más incertidumbre y menos posibilidades para planificar sus tiempos de vida.

Pero, en tercer lugar, esta impotencia en el control democrático del tiempo liberado de la producción creo que debe pensarse más como el resultado de una derrota política que como una mera necesidad histórica o económica. Una derrota que, me atrevo a sugerir, nos obliga a desplazar las demandas sociales del eje (y sus derechos asociados) de la seguridad en el empleo al de la seguridad de la propia existencia: el derecho a una existencia garantizada. Sí, claro, mediante lo que es hoy contable y económicamente posible, pero políticamente constituye un inmenso reto, acaso un desafío: rentas básicas de ciudadanía que permitan no solo garantizar la existencia, sino dotar de libertad a los sujetos para gobernar su tiempo de vida. No deja de ser éste el proyecto del viejo Marx cuando, en La ideología alemana, pensaba la libertad desde la posibilidad de “dedicarse a esto y mañana a aquello”.

Vale decir, y en relación con el debate tuitero con el que empezaba este artículo: estudiar esto hoy y mañana aquello, decidir con autonomía, y no desde el dictado de las necesidades del mercado (el de trabajo o el de la vivienda que hay que pagar todos los meses) cuándo salir y cuándo entrar en el mercado de trabajo, o qué itinerarios formativos, por ejemplo, gobiernan esas decisiones. Adaptar la formación, la profesional, la universitaria o la artística, a esa flexibilidad y movilidad de los sujetos, hacer posible las entradas y salidas de esos espacios formativos, las pasarelas entre la formación profesional y la universitaria, para que podamos decidir cuándo y cuánto nos formamos, cuánto, cómo y cuándo trabajamos. Gobernar nosotros lo que hoy gobiernan los mercados: nuestro tiempo. Y generar, en fin, las condiciones materiales que garanticen esa ampliación del campo de lo posible, se traduzca ésta en el deseo de acceder a la universidad, el de volver al pueblo de los padres, refugiarse en un PAU de la periferia para criar a los hijos o escribir columnas de prensa.

Coda: la alternativa, ya saben, es Amazon. Esperar a que tu trabajo no desaparezca por la irrupción de Amazon o a ser directamente el elegido entre miles para ser contratado por una empresa que no solo sustituye a pasos agigantados trabajo por tecnología, reduciendo el empleo disponible, absorbiendo o destruyendo a la competencia y convirtiéndose en un gran empleador despótico (no solo por el volumen, ese 1 de cada 153 trabajadores norteamericanos, también por las condiciones miserables de trabajo denunciadas una y otra vez). Sino que es, al mismo tiempo, una empresa que parece decidida a evitar que la propuesta de la renta básica surja como demanda de las mayorías sociales para garantizar su libertad, y lo haga en cambio por anticipación estratégica, tal y como expresó su fundador, Jeff Bezos: una renta para que todos aquellos que quedan expulsados de los mercados de trabajo por los procesos de automatización productiva y concentración industrial propios de Amazon puedan seguir comprando los productos de su plataforma.

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O la renta básica se implementa como amplia demanda social para garantizar la existencia y sostener materialmente el ejercicio de la libertad, o se convertirá en una necesidad paradójica e instrumental de la valorización capitalista y su gobierno de nuestros tiempos de vida. Ya saben: socialismo o Amazon.

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Jorge Lago estudió Sociología en Madrid, París y Bruselas. Ha sido investigador en la Complutense y el CNRS francés, y es hoy profesor de Teoría Política Contemporánea en la UC3M, además de editor de Jorge LagoLengua de Trapo.

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