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La tierra de nadie del periodismo español: la desregulación deja el código deontológico en papel mojado

Al suelo, que estamos en campaña

Lo aprendimos hace tres años, recién declarado el estado de alarma: el oportunismo electoral se cuela por cualquier rendija, incluso en las peores circunstancias. Lo vimos entonces, desde casa, en debates nocturnos en aquel hemiciclo desangelado, así que ahora, a menos de cien días de las elecciones, curados de espanto, tendría que ser más fácil admitir con naturalidad que las Cortes se hayan convertido un escenario más de la campaña

Tendríamos que haber asumido que la cercanía de las urnas lleve a ERC a mostrar su perfil más reivindicativo. Ya se desmarcaron en momentos más delicados. Cuando la pandemia seguía fuera de control, rechazaron la prórroga del estado de alarma y votaron después contra la reforma laboral de Yolanda Díaz. Han vuelto a hacerlo estos días, de la mano de Bildu, con consecuencias más graves dado que esta vez sí que han impedido la derogación de aspectos regresivos de la ley mordaza del PP. No ha salido como esperaban la aplicación del nuevo Código Penal (pactado letra a letra con los socialistas) y, quizá por eso, ERC ha buscado diferenciarse del PSOE, con Podemos haciéndole los coros. 

Son los efectos indeseados de esta precampaña que, la semana próxima, tendrá su acto central en la Carrera de San Jerónimo. No en una carpa, en el hemiciclo. Le llaman moción de censura pero es una bufonada. El delirio de someter al Congreso a dos días de debate con un anciano ex comunista, diputado constituyente, utilizado para un espectáculo esperpéntico. No hay nada constructivo en esta iniciativa de Vox, por mucho que PSOE y PP quieran buscar la manera de aprovecharla ante sus respectivos electorados. Para los mítines están las plazas de toros, no las Cortes. 

Es una forma de consolarse, pero esta moción de censura no va a ningún lugar y sí que desgasta un poco más al Congreso ante una ciudadanía que, atónita, enfadada o muerta de risa, asistirá a un inédito 'show' preelectoral con Tamames de artista invitado

No existe precedente de tanta banalidad en las cinco mociones de censura anteriores, todas con efectos políticos incuestionables aunque sólo prosperase una. Felipe González empezó a ganar las elecciones en su censura a Adolfo Suárez en 1980 y, siete años después, Antonio Hernández Mancha se estrelló contra sí mismo cuando quiso tumbar al presidente socialista. La de Podemos en 2017 fue la que hizo inevitable que el PSOE presentase la suya un año después y llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa. Incluso la que registró Vox en octubre de 2020 tuvo un planteamiento diferente y permitió a Pablo Casado crecerse como líder y marcar sus líneas rojas.  

Hay quien pensará que al menos ahora la ultraderecha no nos castiga con las caceroladas de hace tres años y que está bien que intenten cambiar el Gobierno democráticamente y no a tejerazos. Es una forma de consolarse, pero esta moción de censura no va a ningún lugar y sí que desgasta un poco más al Congreso ante una ciudadanía que, atónita, enfadada o muerta de risa, asistirá a un inédito show preelectoral con Ramón Tamames de artista invitado. “Al suelo, que estamos en campaña”, pensarán muchos. Y no. No deberíamos renunciar a seguir exigiendo que las Cortes dediquen todo su tiempo a las verdaderas preocupaciones de los españoles. A los ultras no se les puede pedir la responsabilidad que nunca tuvieron, pero ojalá el resto de los grupos, especialmente los comprometidos hasta ahora con la gobernabilidad, no se tomen lo que queda de legislatura como minutos basura

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