Luces Rojas

Política y títulos universitarios

Julián Casanova

La universidad debería servir para formar ciudadanos y no sólo para repartir títulos. Debería estar gobernada por los que tienen experiencia y han demostrado excelencia en la docencia y en la investigación. Y debería estar al margen de la continua interferencia política, que nada bueno aporta a la calidad de la enseñanza y la investigación.

Como no siempre es así, y suele aparecer en los medios de comunicación más por sus deficiencias que por su bien hacer y excelencia, se alimenta la idea de que, en general, es mala, se derrocha el dinero y, además, proporciona títulos falsos a personas con poder. Vayamos por partes.

Desde los primeros años de consolidación de la actual democracia, hubo una idea asombrosa y peregrina, defendida con ahínco por los alcaldes y políticos locales, de que cada capital de provincia debía tener su universidad, con campus, si era menester, en otros pueblos de la región. Lo de menos era saber si podía haber en esos lugares buenos profesores, buenas bibliotecas y laboratorios y estudiantes en el futuro. La mirada era siempre a corto plazo, para obtener beneficios políticos inmediatos, con un desconocimiento absoluto de lo que significaba organizar una universidad. Sin financiación y sin buenos servicios, la universidad no funciona, es una caricatura, pero eso daba igual.

Aumentó el número de universidades, de estudiantes, de carreras, de campus y de titulaciones. Y se convirtió en lugar común afirmar que esa generación de estudiantes, la que salía de ese crecimiento espectacular de títulos, era la mejor “preparada” de la historia. Ese tópico, bastante generalizado también en los medios de comunicación, en las tertulias y en la calle, es el resultado, por un lado, de la confusión entre preparación profesional, aunque sea chapucera, y formación; y por otro, de un desconocimiento agudo y preocupante de lo que significa la educación universitaria. Se habla de formación, pero, en realidad, quieren decir preparación, adquirir crédito profesional a través de un título, ganar dinero fácil y con rapidez.

Un estudiante que obtiene un título universitario, y más si es un máster, debería ser capaz de pensar con claridad y escribir con precisión. Debería tener una apreciación crítica de cómo obtener los métodos del conocimiento científico, sea para comprender el universo, la sociedad o las personas que nos rodean. No debería ignorar otras culturas y otras lenguas, uno de los grandes retos de los universitarios españoles para competir fuera de nuestras fronteras. Y debería adquirir especialización o formación profesional en algún campo de conocimiento.

El salto de la mera preparación, de un conocimiento informado, a una apreciación crítica de las cosas, a la formación profunda, puede resultar una ambición inalcanzable, pero hay que perseguirla con ahínco a través del estudio continuo, del estímulo del hábito de la atención, del arte de la expresión y del pensamiento crítico. Desarrollar los poderes del razonamiento y del análisis no es algo que se estimule mucho entre nosotros, dominados como estamos por la mentalidad de los tecnócratas  y de los corredores de bolsa, que animan a obtener beneficios inmediatos, con un desconocimiento supino de lo que significa organizar la enseñanza a largo plazo.

La educación en España –desde la primaria a la universitaria– provoca mucho ruido y poco debate. En términos generales, nuestros políticos sienten atracción por el poder, la comunicación, es decir, salir mucho en los medios, y por sus votantes, aunque solo por los más fieles. Como para lograr todo eso no necesitan estudiar, sentir el amor por el conocimiento, la educación les trae sin cuidado. Suelen hablar de educación, fardan de títulos, pero la mayoría de ellos no sienten ninguna devoción hacia ella y prefieren, por el contrario, estimular la ignorancia.

¿De qué sirve tener un título, si no proporciona una apreciación crítica de las formas en que obtenemos el conocimiento y la comprensión de la sociedad, conocimientos básicos de los métodos experimentales de las ciencias, de los logros sociales, artísticos y literarios del pasado, de las principales concepciones religiosas y filosóficas que han guiado la evolución de la humanidad?

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Como ocurre con casi todo en la vida, no hay una única y simple verdad sobre la educación, pero hay un acuerdo bastante básico entre los especialistas en señalar que la educación significa el desarrollo integral de los individuos, más allá de la preparación profesional, algo que incluye necesariamente comprender la naturaleza de las cosas y el mundo que nos rodea. La educación es una guía imprescindible para captar los entresijos de la sociedad tan compleja que hemos creado. Conocimiento, respeto por las personas y ambición por ampliar los  estrechos horizontes de la pequeña comunidad de vecinos, familia y amigos en la que cada uno habitamos. Esas son tres cualidades básicas de la educación.

La universidad es de todos, pero algunos deberían tener mucha más responsabilidad y poder que otros. Es normal que los gobiernos autonómicos y el del Estado quieran entrar de lleno en ella, actúen, en suma, como si las universidades les pertenecieran: sin su apoyo económico, las universidades públicas no podrían funcionar. La continua interferencia política, sin embargo, dependiente de los resultados electorales, con leyes, decretos y reformas de las reformas, nada tiene que ver con la enseñanza y la investigación.

Como hemos comprobado durante esta larga crisis un título universitario no garantiza buenos puestos de trabajo, aunque una mejor formación intelectual y profesional debería llevarnos a un nivel más elevado de cultura cívica, ahora que la democracia está sufriendo acosos desde tantos frentes.  Y de la universidad tienen que salir también ideas y alternativas frente a esa quiebra de los valores democráticos. Se trata, en suma, de estrechar las diferencias entre la universidad ideal y la real. Para eso están los debates, el compromiso de los profesionales y las políticas responsables. Mentir sobre el currículo, falsificar un título, tener amigos políticos que lo gestionen, es otra cosa. ______Julián Casanova es catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza.

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