Entre la alegoría del manicomio y la del parque temático

Xoán Hermida

El nuevo curso político empieza como acabó el anterior.

Los intelectuales críticos desaparecidos. Siempre prestos a condenar a los USA y a la OTAN en sus barbaridades, pero caladiños cuando las pruebas de crímenes contra la humanidad las cometen 'antiimperialistas' de reputado prestigio como Milosevic, Bashar al-Ásad o, en este caso, Putin.

En siete meses hemos pasado de "no podemos armar a los ucranianos porque sería alargar un sufrimiento innecesario en una guerra que no pueden ganar" a "no podemos seguir armando a los ucranianos porque de ganar la guerra, Putin tomará represalias tan grandes que seriamos los grandes damnificados".

Y mientras el supuesto segundo ejército del planeta hace el ridículo más absoluto. Los analistas se olvidan de que con el PIB de Rusia no se puede aspirar a ser gendarme mundial sino un mero matón de discoteca, que el régimen totalitario-mafioso de Putin tiene creado tales niveles de corrupción que los fondos destinados al mantenimiento de su capacidad militar, incluida la nuclear, está más que entredicho y que Rusia no es la Unión Soviética. Los contertulios deberían hablar con rigor y preocuparse al menos por contar con datos actualizados, cuando menos los datos básicos como los referidos a la geografía humana. (¡No! Rusia no tiene 200 millones de habitantes, su cifra se aproxima a la mitad, los otros eran del resto de las antiguas repúblicas soviéticas. Y, ¡no!, movilizar a 25 millones de personas es potencialmente imposible).

En el otro hemisferio, Chile pierde una gran oportunidad de transición consensuada y para homologarse, junto con Uruguay, en la otra democracia sensata de la zona; porque el infantilismo de la izquierda ha decidido cambiar una constitución ideológica por otra ideológica de sentido contrario. Y al mismo electorado, que hace dos años validó un proceso constituyente, y que de aquella ensalzaban como el digno pueblo de Chile, ahora, algunos de estos iluminados constituyentes, los tachan nada menos que de pinochetistas. ¡Qué sinsentido! Esperemos que Boric y Piñera, que ya demostraron en este periodo de transición estar a la altura, estén en condiciones de encabezar un gran acuerdo nacional frente al desacuerdo 'plurinacional'.

Siempre prestos a condenar a los USA y a la OTAN en sus barbaridades, pero caladiños cuando las pruebas de crímenes contra la humanidad las cometen antiimperialistas de reputado prestigio como Milosevic, Bashar al-Ásad o, en este caso, Putin

Y de vuelta a casa, los analistas se empeñan en demostrar que las elecciones andaluzas marcan un cambio de ciclo.

Y efectivamente, los resultados de las mismas marcan un antes y un después por la importancia electoral de la comunidad en el conjunto del País y por el carácter de campamento base que para la izquierda tuvo Andalucía en estos últimos cuarenta años.

Pero más allá del cambio de ciclo -que por otra parte ya se constató en las elecciones gallegas, madrileñas y castellano-leonesas, estamos asistiendo a un cambio de periodo dentro del marco general del episodio estructural de cambio abierto en España simbólicamente con el 15M.

El fracaso de las dos formaciones de la nueva política –Podemos y Ciudadanos– para sustituir a las tradicionales formaciones de la izquierda y la derecha, respectivamente; su incapacidad para consolidar un mínimo espacio organizativo sereno y, en última instancia; su frivolidad a la hora de abordar los importantes retos del actual momento; hace que vuelvan a ser los partidos tradicionales del bipartidismo quienes, poco a poco desde el 2018, vayan recuperando el papel hegemónico en ambos lados del espectro político.

El espejismo creado por la incorporación de Podemos en el Gobierno y la insolvencia de la dirección de Casado en el PP pudo hacer creer que la recomposición del bipartidismo no era tal, cuando en realidad lo único que se estaba produciendo era una ralentización del proceso.

Buena parte del regreso del bipartidismo tiene que ver también con la sensación de hartazgo que con la nueva política tiene una gran mayoría de la ciudadanía que en algún momento la apoyo. La sociedad ha observado atónita como lejos de resolver los problemas planteados y abrir nuevas dinámicas, la aparición de nuevos actores políticos solo ha introducido más ruido y crispación en la vida pública.

La percepción es que el debate político, vehiculizado a través de las redes sociales, se ha convertido en un circo mediático, y que el foro donde se tienen que substanciar acuerdos de País, las Cortes Generales, tienen un punto alegórico de un gran manicomio.

Por supuesto que no todos los políticos showman son iguales, al igual que no lo son los residentes de uno de aquellas, afortunadamente ya desaparecidas, casas de locos. Cada uno responde a una patología diferente. Pero en común tiene la existencia de la enfermedad y que cada uno de ellos piensa que los locos son los otros y que ellos son los únicos cuerdos.

A los españoles les cuesta, en el barullo de las Cortes, acabar de diferenciar al 'cuerdo' del 'loco', y solamente cuando los observan fuera de su hábitat, en un ambiente normalizado, el ciudadano común es capaz de situar con claridad al perturbado.

Algo así le pasó a Macarena Olona. Mientras estaba en el Congreso de los Diputados con los Echeniques, Rufianes, Ejeas, Cayetanas, etc.; hasta parecía una persona normal. En la campaña andaluza, y fuera del hábitat tóxico en el que ha convertido la cámara de legisladores española, las intervenciones de la candidata Olona, sobre todo en lo referente al “fomento de la masturbación de los niños andaluces por parte de la Consejería de Educación” fueron lo suficientemente ilustrativas para detectar con claridad que tenía una patología. El comentario "¡qué delirio!”, pronunciado entre dientes por el candidato Juanma Moreno y captado por las cámaras de Canal Sur, se convirtió en toda una señal de que a Vox le iba a ir muy mal y al PP muy bien. Y no solo en Andalucía.

Y en medio de esa recomposición del bipartidismo tenemos una izquierda incapaz de situar ningún debate con una mínima proyección de futuro, enrocado en sus fetiches del pasado y aferrándose a un mundo que ya no existe. Al igual que en las antiguas ciudades en otra hora industriales en la que los restos de las fábricas son únicamente un decorado del paisaje, los pilares del constructo teórico de la izquierda son ya solo un attrezzo de lo que fue. La estructura de clases a la que aferra la izquierda ya se transformó radicalmente y el prototipo de trabajador que dice defender ya solo existe en la misma realidad virtual que existe el Tyrannosaurus en un parque temático de la Era Mesozoica. Por otra parte, el empeño en procurar múltiples identidades, que sustituyan a una clase obrera ya desaparecida tal como era, lejos de acercarle a nuevos sectores solo hacen desdibujar cualquier proyecto nacional hegemónico.

En estos días se derogó en las Cortes el voto rogado para los residentes ausentes con el apoyo favorable de todos los partidos. Los nuevos y los viejos. Cada uno sabrá de sus intenciones últimas. La imposición del voto rogado para un censo de más que dudosa legitimidad democrática fue una de las pocas cuestiones que se lograra aprobar tras el 15M en el terreno del regeneracionismo político (el otro gran cambio era la propuesta de abolir –o democratizar– las diputaciones presentes en el borrador del primer acuerdo de gobierno PSOE-Ciudadanos que naufragó).

Al día siguiente de su aprobación, el periódico de cabecera de la mayoría de los lectores gallegos llevaba como titular principal la siguiente sentencia: "medio millón de emigrantes gallegos podrán votar sin necesidad de apuntarse" (sic). Atrás quedan las elecciones en las que el voto exterior condicionaba los resultados electorales en comunidades como en Galicia donde hasta los muertos emigran. Hoy seguramente las amplias hegemonías de los grandes partidos no necesitan de ello, pero son toda una declaración de intenciones cara a dónde volvemos.

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Xoán Hermida es historiador y doctor en ciencias políticas y gestión pública

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