Las dos caras del G20. Logros y contradicciones

Emilio Menéndez del Valle

El G20 nace en 1999 como foro de ministros de Hacienda y Economía con el objetivo de coordinarse para hacer frente a los efectos de la crisis financiera asiática. Ante la gran crisis de 2008 se eleva de categoría y acoge a jefes de Gobierno y de Estado. A partir de entonces lo económico y financiero alterna con lo político. En las dos últimas cumbres (Bali, 2022 y Delhi, 2023, recién celebrada) la guerra de Ucrania ha sido el protagonista político. 

El Grupo lo integran 19 Estados (Argentina, Australia, Brasil, Canadá, China, Francia, Alemania, India, Indonesia, Italia, Japón, Corea del Sur, México, Rusia, Arabia Saudí, Suráfrica, Turquía, Reino Unido, Estados Unidos y la Unión Europea). No cabe duda de que, a pesar de sus muy diversas señas de identidad, políticas y culturales, ejercen -a través del protagonismo de los más grandes y potentes- considerable influencia en el escenario mundial, si bien no siempre de manera coordinada. Téngase en cuenta que, conjuntamente, el Grupo representa el 85% del PIB global, más de las tres cuartas partes del comercio internacional y casi dos tercios de la población mundial. Cifras a las que habrá que añadir las aportadas por el ingreso de la Unión Africana, recién aprobado en el cónclave de Delhi. 

Esas distintas señas de identidad, especialmente afectadas por factores geopolíticos del tiempo que vivimos, han resaltado las carencias e imposibilidades de obtener determinados acuerdos, si bien se han conseguido algunos significativos. El tiempo a que me refiero está marcado sobre todo por la posición y actuaciones de las dos grandes potencias existentes, EEUU y China (Rusia ha pasado a la historia). A la cumbre del G20 (9/10-9-2023) celebrada bajo presidencia india en Delhi, no asistió Xi Xinping, que no había faltado a ninguna de las reuniones anuales desde que accedió al poder en 2013. Pekín participó en todas las deliberaciones a través de su primer ministro, Li Qiang. No es, por razones obvias, sorprendente la ausencia de Putin, que envió al ministro de Exteriores, Lavrov. 

Las especulaciones en relación a la ausencia de Xi han ido desde su posible mala salud a la más plausible: la rivalidad y enfrentamiento con India por cuestiones fronterizas, amén de las preferencias, en este momento, de Pekín sobre cómo priorizar su política exterior principalmente en Asia, pero no solo en este continente, mediante su concepción de multilateralismo. Dicha concepción incluye desde el gigantesco proyecto comercial chino de nueva Ruta de la Seda (terrestre y marítima) que supondría la participación de numerosos Estados en Asia, Africa y Europa, hasta el impulso de Pekín a la ampliación de los BRICS. 

La posibilidad de que la ausencia de Xi pretendiera menospreciar, hacer “un feo”, a su rival vecino, India, es verosímil si atendemos al artículo publicado el mismo día que se abrió la reunión en Delhi por el Instituto de Relaciones Internacionales chino (dependiente del ministerio de Seguridad del Estado). En él se afirmaba que India había pretendido sacar ventaja como anfitrión del G20 en su propio beneficio, con la intención de dañar los intereses de China. La publicación recordaba que, previamente a la cumbre y en relación con ella, las autoridades indias habían celebrado dos actos en territorios controvertidos: uno en el Estado de Arunachal Pradesh, noreste de India, reclamado por Pekín, que lo considera parte de la región autónoma de Tibet, y otro en Cachemira (Jammu Cachemira), en disputa con China y Pakistán. El artículo decía textualmente: “Estas acciones perturbadoras de India provocan confusión al celebrarse previamente a la reunión del Grupo en territorios en disputa, sabotean la constructiva atmósfera del G20 e impiden el logro de resultados sustantivos”. 

Por otro lado, es un hecho que China recela de las alianzas que actúan en su periferia, su enorme periferia, en especial las impulsadas por Washington. Es el caso del Quad (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), integrado por Australia, India, Japón y EEUU, del que en 2020, el entonces ministro chino de Asuntos Exteriores, Wang Yi, dijo que se trataba de “un intento de construir una versión de la OTAN en el Indo-Pacífico”. En marzo de 2023, con ocasión de la sesión de apertura de la legislatura, el propio Xi, en referencia al Quad y al AUKUS (la alianza informal integrada por Australia, Reino Unido y EEUU), aludió a “los países occidentales liderados por Estados Unidos que buscan contener, rodear y suprimir a China”. Ante ello Pekín esgrime su Iniciativa de Seguridad Global, cuyo objetivo, según el documento de 21-2-2023 del ministerio de Asuntos Exteriores, es “eliminar las causas de los conflictos internacionales, mejorar la gobernanza de la seguridad global, impulsar esfuerzos internacionales conjuntos para lograr mayor estabilidad y certidumbre en una era volátil y en cambio y promover una paz y desarrollo duraderos en el mundo”. Medios chinos atribuyen a esta Iniciativa el acuerdo, propiciado por Pekín, del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Irán y Arabia Saudí. 

Cierto es que, si atendemos al razonamiento de Macron, la actual politización (“ucranización”) del G20 mina de alguna manera su inicial razón de ser

Esta no precisamente idílica relación chino-india se ha evidenciado en la cumbre del G20, en la que ha habido logros y carencias. Uno de los más importantes ha sido la aprobación de la construcción del denominado Corredor económico India-Oriente Medio-Europa (IMEC, acrónimo inglés), una ruta transnacional de ferrocarril y marítima que abarcará dos continentes con la intención de estimular el desarrollo mediante el refuerzo de la conectividad e integración económicas entre Asia, el Golfo arábigo-pérsico y Europa y que prevé, en paralelo al ferrocarril, el tendido de cable para la  conectividad eléctrica y digital. Pocas dudas caben de que el proyecto, apoyado por Washington, intenta ser alternativa a la Ruta de la Seda china. En mi opinión, es más que significativo que al proyecto IMEC, liderado por India, no haya sido invitada China. Iniciativas chinas, como la nueva Ruta de la Seda o el Banco Asiático de Inversiones, entre otros, representan la ambición de Xi para crear alternativas para la gobernanza mundial de cara a minimizar la influencia occidental y lograr en el Sur global un ambiente favorable que beneficie los intereses chinos. El IMEC propiciado por India supone una alternativa distinta. Al tiempo que pretende liderar a los países del Sur global, el IMEC implica colaboración con Occidente. Estrategia que conviene a éste y singularmente a Washington al apoyar a Delhi en su contencioso con China, la otra gran potencia rival de EEUU. 

Algunos otros acuerdos de la cumbre del G20 pueden ser calificados de medias tintas. En el capítulo del cambio climático, consenso sobre la necesidad de reducir el uso del carbón. Pero ante la evidencia de que este mineral es vital en muchas economías en vías de desarrollo, no se acordó un calendario preciso para la reducción, que se deja dependiente de “las circunstancias nacionales”. En cuanto a la vulnerabilidad de la deuda de los países pobres, se estimó la importancia de atender a la misma, fortalecer y reformar los bancos multilaterales de desarrollo, pero sin establecer objetivos concretos. 

No debo terminar este artículo sin referirme al “asunto político”, esto es, a la guerra de Ucrania. En la Declaración final de la cumbre de Delhi, recién terminada, ha habido un claro retroceso en relación a la anterior de Bali. En ésta, de 2022, la Declaración “deplora con contundencia la agresión por la Federación Rusa contra Ucrania y exige la retirada completa e incondicional del territorio de Ucrania “. En la de Delhi desaparece el texto que condenaba la agresión rusa y se refiere tan solo a “la guerra de Ucrania”. La Declaración llama a una paz justa y duradera, pero no liga tal llamamiento a la integridad territorial ucraniana, si bien condena la adquisición de territorios por la fuerza. El ministro de Exteriores ruso, Lavrov, elogió la “equilibrada declaración” , al tiempo que el presidente de Francia, Macron, dijo que el G20 había sido creado para solventar crisis económicas internacionales. No es un foro del que se pueda esperar un progreso diplomático sobre la guerra de Ucrania, afirmó . Obviamente, la Declaración no satisfizo a Kiev. 

Cierto es que, si atendemos al razonamiento de Macron, la actual politización  (“ucranización”) del G20 mina de alguna manera su inicial razón de ser. No obstante, nunca las condiciones y circunstancias económico-financieras (ni en la crisis asiática de 1997 ni en la prácticamente universal de 2008) pueden disvincularse de las circunstancias políticas. Los factores políticos presentes en la cumbre de Delhi continuarán en ocasiones presentes en los G20 futuros y en la búsqueda de estrategias económico-financieras, con la aparición de imponderables políticos a los que habrá de hacer frente. 

Coda.- El punto 78 de la Declaración de la cumbre de Delhi dice textualmente: “Tomamos nota de la Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas A/RES/77/318, en particular su compromiso para promover el respeto hacia la diversidad religiosa y cultural, el diálogo y la tolerancia. Ponemos énfasis en el hecho de que la libertad de religión o de creencias, la libertad de opinión o de expresión, el derecho de reunión pacífica y el derecho a la libertad de asociación son interdependientes e interrelacionados. Refuerzan y singularizan el papel que estos derechos pueden jugar en la lucha contra la intolerancia y la discriminación. En este sentido, firmemente deploramos todo acto de odio religioso contra las personas…”.

En la India hoy gobernada por Narendra Modi, perteneciente al partido racista hindú Bharatiya Janata, la libertad de expresión sufre acoso y discrimina a la “minoría” de 200 millones de súbditos (más que ciudadanos) de religión o cultura musulmana. Se reescribe la memoria histórica: los dirigentes musulmanes históricos fueron crueles saqueadores; se niega el papel del Mahatma Gandhi y del Partido del Congreso en el proceso que condujo a la independencia de la India en 1947. Se demuelen las viviendas de musulmanes acusados de delitos menores, al estilo de lo que llevan a cabo las autoridades israelíes en los Territorios Palestinos ocupados. Sagarika Ghose escribe en el Times of India que Narendra Modi es “un autócrata electo cuya forma de gobierno centralizado y culto a la personalidad ha erosionado las instituciones “. Si algún lector desea ahondar en el tema, aparte de otras fuentes que desee consultar, puede echar un vistazo a mi artículo “La India ha renegado del Mahatma Gandhi”, publicado hace unos meses aquí, en infoLibre.

________________

Emilio Menéndez del Valle es embajador de España.

Más sobre este tema
stats