El cerco a Europa

Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares

Mientras los nuevos inquilinos de la Casa Blanca despiden a los funcionarios de su país y desmantelan su administración pública, Europa, que todavía está pagando el fracaso de unaConstitución neoliberal fallida y de una legitimación y federalización aplazadas, asiste impotente a una serie de cambios cuyas consecuencias afectan al presente de la Unión y al futuro de la democracia.

Estas semanas hemos visto cómo el vicepresidente de Estados Unidos ha venido a Munich a anunciar la llegada de un nuevo sheriff, y del viejo orden de los imperios y sus áreas de influencia. Y, en un alarde de cinismo, se ha atrevido a reprocharnos que lo que está fallando en Europa son los principios y la libertad de expresión. ¡Por defendernos de la ultraderecha! Seguro que cuando los dirigentes europeos vieron el discurso que había elegido Vance se quedaron completamente atónitos. Evidentemente, no había venido a promover consensos, sino a imponer el diktat imperial sobre una de sus áreas de influencia o, lo que es lo mismo, de comercio. Con la desafortunada coincidencia de la proximidad de las elecciones en Alemania, de modo que también aprovechó para hacer campaña por los neonazis alemanes. Lo cierto es que nos deslizamos peligrosamente hacia un mundo regido por la ley de la selva, y que cada día está más claro que los imperialismos, también el americano, tienen una prioridad: destruir desde dentro las instituciones democráticas europeas, para que nada pueda hacerles frente. Todos los esfuerzos por convertir la cumbre de Munich o las comparecencias de Trump y Musk (recordemos el episodio de la motosierra con Milei) en un evento digno de personas maduras y responsables se han visto obstruidos por las provocaciones continuas de estos personajes de esperpento.

Pero la hostilidad continua de estos energúmenos va más allá de las elecciones alemanas o, incluso, del precio en recursos y territorio del hipotético final de la guerra de Ucrania. Por eso es necesario, más que nunca, que Europa avance hacia una unión política, de derechos humanos y de contenido social más fuerte y rápido, que al tiempo compatibilice con las inversiones en I+D+i y defensa, sin que eso signifique que haya que gastar más en armamento americano, sino mejor, y para ello acelerar la transición tecnológica y energética. Para lograr estos objetivos, la Comisión Europea tendrá que vencer la resistencia beligerante de la ultraderecha, que actúa como quinta columna del trumpismo.

Es hora de reconocer que el país de los equilibrios de poderes, el antiguo gendarme del mundo, el amigo de ayer es otra de las amenazas para la democracia europea

El batiburrillo del autoritarismo reaccionario, formado por partidos neofascistas/neonazis, ultras y nacional-populistas, contrarios al proyecto de integración europea, que andan por ahí diciendo simplezas y vociferando la demolición de las democracias y la servidumbre a las bestias, es el entramado de nuevos vendepatrias que impiden que la UE se manifieste con una voz para progresar en una gestión unitaria. Por otra parte, tampoco se puede esperar a que sean los contrapesos internos de los Estados Unidos los que nos saquen las castañas del fuego, como proponen los ingenuos y/o malintencionados que no quieren ver que el derecho, las Naciones Unidas y los consensos internacionales están siendo dinamitados. Es la Unión Europea, con sus valores democráticos, la que debe ser el contrapeso de un imperialismo que busca reconquistar viejos espacios y conquistar, por todos los medios, otros nuevos.

Pero la UE es, mal que les pese, la reserva democrática del mundo y debe mantener y acrecentar el consenso social y la participación democrática, aunque, bien es verdad, para hacer frente a todas esas amenazas también se debe mostrar más eficaz en los temas comerciales, tecnológicos y estratégicos.

Europa, que ha descuidado su autonomía tecnológica y de defensa, está viendo ahora que quien iba a velar por la estabilidad del mundo se ha convertido en un gran catalizador de inestabilidad y caos. Quienes decían ser los aliados de la democracia y la libertad son los mismos que amenazan ahora a la población de Gaza con un infierno aún peor si no acatan sus órdenes y conceden a Rusia una gran área de influencia en territorio europeo. En relación con la entrega de territorio ucraniano a Rusia, Trump ya ha aceptado antes de empezar a negociar que Ucrania pierda su territorio de 2015. Los argumentos que exhibe para ello son poco creíbles, viniendo de quien vienen, por ejemplo, que Zelenski es un dictador y Putin un interlocutor. El problema que presenta esta propuesta, para Trump, es que corre el riesgo de generar una reacción contraria de la población norteamericana, con la idea de que se le está entregando más poder al enemigo de siempre. Pero el daño del blanqueo que obtiene Putin cuando se culpabiliza a Zelenski del comienzo de la guerra ya está hecho. En todo caso, ésa, que sería para ellos la solución más esperada, con la que tontean Trump y Musk, representa una ruptura con lo que ha venido sucediendo desde la Segunda Guerra Mundial, y sitúa a Trump y a los EEUU como un aliado del Kremlin, con quien negocia el nuevo reparto de Europa.

En definitiva, es hora de reconocer que el país de los equilibrios de poderes, el antiguo gendarme del mundo, el amigo de ayer es otra de las amenazas para la democracia europea. Tomemos nota. Y actuemos.

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Miguel Souto Bayarri y Gaspar Llamazares son médicos.

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