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Descarbonización y justicia social: un camino seguro para avanzar en el turismo

Vista de la playa de Calella (Barcelona).

Javier Blanco

Observar y pensar son valiosos instrumentos para determinar qué tipo de sociedad queremos habitar en el futuro. Conversar juntos interrumpe hábitos, nos lleva a ajustar nuestra comprensión común de la realidad en la que nos encontramos, colocando piezas para construir el futuro.

En las últimas décadas —incluso en determinados momentos marcados por diferentes crisis que afectaron duramente a la actividad turística (SARS, atentados terroristas de 2001 o la crisis económico-financiera de 2008)—, mientras la fiesta no tenía visos de que pudiera acabar en algún momento y el esplendor del crecimiento radiaba esplendoroso dentro de una economía triunfante, los debates sobre los grandes desafíos sistémicos y sobre el futuro del turismo encontraban apenas resquicios. Desafiar las premisas básicas del desarrollo turístico no era algo usual dentro de la propia industria. Se asumía mayoritariamente el eslogan tatcheriano de “no hay alternativa”, dentro de un clima de general autocomplacencia.

El covid-19 ha desatado una energía intelectual positiva sin precedentes. El futuro interesa más que nunca. Hoy, hasta rivales tradicionales se sientan periódicamente para repensar futuros más sostenibles.

La crisis sanitaria global quizás solo sea una llamada de atención. Se inserta, por un lado, en un contexto de retroceso en el equilibrio de nuestra relación con la naturaleza que los historiadores ambientales llaman la “gran aceleración”en una curva ascendente de cambio radical. Por otro lado, esta crisis tan dura está marcando el final de un tiempo. Como bien afirma el historiador económico Adam Tooze, “los diques de la revolución del mercado desde 1970 hasta 2020 estallan por una pandemia desatada por un crecimiento global sin control y la acumulación financiera”. El covid-19 ha demostrado, en fin, la enorme dependencia de la economía de un medio ambiente natural estable. Ambas circunstancias pueden ayudarnos a encontrar nuestro rumbo histórico.

¿Está diseñado el turismo tal y como está concebido para el mundo de hoy, o está concebido para un mundo que en buena parte ya no existe?

El turismo no puede permanecer ajeno al actual contexto económico, ambiental y social. Muy al contrario, debe aprovechar las oportunidades que se presentan para diseñar en la dirección adecuada el futuro de esta actividad. Para ello resulta necesario elevar la mirada frente al cortoplacismo tan sustancial en las dinámicas de gestión imperantes y abordar de manera valiente las reformas estructurales tantas veces señaladas como aplazadas.

Ante crisis pasadas, el discurso global del turismo parecía inalterable y repetía mantras conocidos: la resiliencia, que hacía indestructible a este sector; el cambio de modelo, aunque ni se dibujaba ni plasmaba, o la sostenibilidad, que ocupaba un gran espacio discursivo pero que no resistía evaluaciones rigurosas. Una vez más era más fácil decir que hacer.

Y, sin embargo, en el ecosistema turístico existían ya enfoques claros, si bien minoritarios, advirtiendo sobre la insostenibilidad económica, social y ambiental del modelo imperante si no se abordaban impactos que ya estaban manifestándose de manera clara y visible (sobreturismo, un mercado laboral muy precario, zonas litorales en situación límite, etc).

Después de aparecer el covid-19 y en la antesala de acceder a los Fondos Next Generation, volvemos a observar cómo sectores tradicionalmente alejados de las reformas sociales, ambientales y económicas necesarias para transitar hacia modelos más justos y sostenibles, hoy se abrazan a las políticas ambientales utilizando de manera reiterada el nuevo repertorio convirtiéndose en evangelistas del “New Green Deal”. Junto a esta conmovedora retórica, una nada desdeñable corriente de opinión continúa instalada en recuperar tal cual los números, premisas y prácticas que se venían llevando a cabo justo antes del estallido de la pandemia. No hay replanteamiento alguno en sus prioridades. El “gatopardismo” (“Algo debe cambiar para que todo siga igual”), parece una receta aún no superada.

Hemos comprobado este verano que los impactos derivados de la concentración y masificación turística no eran cosa exclusiva del turismo pre-covid. Desde que empezó la recuperación progresiva del turismo, lejos de atenuarse estos fenómenos, se están exacerbando en sus magnitudes y extensión geográfica y pueden provocar tensiones sociales. Lo ocurrido este verano se justifica principalmente por la estampida post pandemia, pero evidentemente no puede ser el modelo de turismo sostenible que necesita nuestro país.

La actividad turística debe circunscribirse a la capacidad de carga de los lugares, y la gestión estratégica de visitantes debe formar parte de las prioridades en el camino de concienciar sobre el uso sostenible de los recursos y sobre cómo se pueden cuidar mejor los destinos visitados. Que los turistas sean agentes activos en esta tarea nos concierne a todos.

Ante la colosal y compleja tarea que la humanidad tiene por delante para llegar a la neutralidad de las emisiones de CO2 todos tendremos que modificar la forma de hacer las cosas como ciudadanos y como turistas y disponer de políticas públicas adecuadas, innovación y la mejor tecnología.

Ante tamaños desafíos, pudiera ser oportuno cambiar también significados de nuestras etiquetas favoritas cotidianas, para no miniaturizarlos innecesariamente. Cuando reivindiquemos ya sea un “destino inteligente” o un “turismo de calidad”, pensemos en los grandes objetivos de la descarbonización y la justicia social, o en cómo garantizar que la acción climática esté alineada en todo nuestro trabajo turístico, incluidas las tradicionales políticas de promoción y marketing.

Hemos aprendido que el crecimiento económico se puede lograr con reducciones de emisiones. Pero el turismo sostenible significa en tiempos post covid establecer límites al crecimiento incontrolado que debilita nuestra justa aspiración común de un mundo mejor.

En las puertas de un nuevo rumbo histórico económico, ambiental y social, la concertación debe ser el método para avanzar juntos. El cambio radical que el turismo necesita conlleva una gobernanza adaptada a los tiempos y adoptar cambios sustanciales en destinos, empresas, turistas y en las comunidades locales. Al mismo tiempo, nuevos actores de la sociedad civil, empresas jóvenes, comunidades de profesionales y otras plataformas están impulsando renovados acentos en la conversación pública del turismo español y hay que sumarlos a un proyecto de largo recorrido.

La ambición climática empieza en casa

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La Estrategia de Turismo Sostenible 2030 del Gobierno de España es una enorme oportunidad para definir juntos el futuro. Su elaboración debe ser también reflejo de políticas públicas más participativas e integradas. El tiempo histórico exige alcanzar un gran Pacto del turismo de España que garantice los equilibrios a los que aspiramos

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Javier Blanco es exdirector ejecutivo de OMT y asesor de ECODES

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