Élites autorreproductivas

Israel Sanmartín

Antón Reixa y Xavier Debesa compusieron a finales de los años ochenta una canción que se titulaba Galicia sitio distinto. En ella, aplicaban a Galicia esa idea tan atocinada de la “excepcionalidad”, que ha sido utilizada a diestro y siniestro para justificar diferentes tipos de regímenes políticos. Más allá de ese particular, en esa canción, los líderes del grupo Os Resentidos escribían que “Arde Galicia co lume forestal/E con lume ou sen lume ti tamén podés arder” y que “Arde Galicia!!!/ Pero non queima”. Y esa es la frase de la que vamos a partir.

Galicia y otras comunidades “arden pero no queman". Y, ahí, añadimos “a algunos”; a otros les destroza sus casas, sus tierras, y muchos animales y plantas dejan de existir, o por decirlo de otra forma, mueren. Eso es lo que pasa. Como consecuencia, tenemos los que pierden todo, los que ayudan para que eso no suceda y los que nos dedicamos a hablar sobre lo que acontece. Dentro de esta última tipología, prevalece una jerarquía dependiendo de quién exprese la opinión. Existe una prelación en las explicaciones. Vayamos con ella.

En la cúspide de la enunciación están los políticos. Ellos son los responsables de la gestión de lo público. Un escalón por debajo están los periodistas y comentaristas de los medios de comunicación. Y, por último, está la gente anónima sin voz, que elabora y ordena sus reflexiones a partir de los dos anteriores. Como ven, es un perfecto orden feudal donde hay unas élites que se sostienen a partir de una mayoría silenciosa, aunque con una distinción sustantiva con el medievo. El pueblo puede votar cada cuatro años para poner y deponer a sus representantes.

Tenemos, pues, a grandes rasgos, una división social entre oligarquía y pueblo.

Pero volvamos al principio. ¿Cómo han reaccionado nuestras élites al desastre de los incendios? Pues han seguido ensimismadas en sus obsesiones. Han tomado el desastre natural como un partido de tenis en el que pelotean con golpes envenenados sobre quién tiene las competencias, quién llega con más prontitud, quién hace las declaraciones más solemnes o quién escribe el mensaje más ingenioso.

Desde al menos la crisis de 2007, los políticos han visto cómo el populismo (Laclau) invadía sus discursos y explicaciones. Esto les hizo despegarse de la realidad hasta sustituirla por su simulación (Baudillard), a la vez que reemplazaban la verdad por la posverdad (D'Ancona). En la práctica esto se manifiesta en el cambio de objetivo de la política. Ahora la función pública ya no es la gestión y el buen gobierno para el bien público, sino la ideología y la imposición. A partir de ellas, los gobiernos nacionales, autonómicos y municipales gobiernan de espaldas a quien representan. Todo se eleva a normativas imposibles e ideologemas desconectados de la sociedad. La consecuencia es la comodidad y el empoderamiento de esas oligarquías y la marginación paulatina de los demás. Estos ya no se pueden comprar un coche, ya no son capaces de alcanzar una vivienda, ya no pueden abrir un pequeño negocio, ya no van con solvencia a la compra y ya casi no pueden vivir en las ciudades.

En cuanto a las élites de los medios de comunicación, sucede lo mismo, aunque muchos de sus trabajadores tienen que someterse a una “servidumbre voluntaria” para poder sobrevivir. En general, los medios han empezado a dudar sobre la objetividad y la independencia para informar desde la opinión. Dicho de otra manera, opinión e información ya no se diferencian, y el resultado sólo es una mercancía con valor de cambio ideológico y monetario. Los comunicadores parten de argumentarios previos en sintonía con los partidos políticos.

En nuestro caso, los comentaristas de izquierda hablan de que la causa principal de los incendios es el cambio climático; y los de derecha recuerdan la importancia de los pirómanos y, en general, de la acción humana. Después, ambos se reparten turnos para argumentar sobre la prevención, el mantenimiento del campo o el aumento de las partidas presupuestarias. Pero, sobre todo, maldicen el abandono del campo, que ellos mismos han bendecido para crear élites urbanas “cultas” e “informadas” alrededor de las empresas, los servicios y la educación. Incluso la conexión entre estos dos grupos de élites ha crecido. Cada vez es más habitual identificar pasarelas donde periodistas dan el salto a la política, a la vez que representantes del pueblo frustran sus carreras y acaban en los medios de comunicación. El resultado es la perpetuación y la circularidad de las oligarquías.

El pueblo vive confundido en un mar de tensiones entre sus necesidades, sus demandas y sus posicionamientos ideológicos

Por último, está el pueblo, la gente, que en base a sus demandas es el que toma partido por derechas, izquierdas, populismos o nacionalismos. Su alineamiento es en ocasiones inquebrantable y sus actuaciones son fruto de las consignas que iluminan las élites. No podemos olvidar que las oligarquías necesitan a la masa, pero ésta no es consciente de su centralidad. El pueblo vive confundido en un mar de tensiones entre sus necesidades, sus demandas y sus posicionamientos ideológicos. Porque son las víctimas sobre las que se intentan crear hegemonías culturales, división social o enfrentamiento ideológico en base a sus supuestas necesidades.

En este sentido, tenemos que recordar que las oligarquías piensan por la gente y saben cuáles son sus carencias, aunque nunca hayan vivido su realidad. Recuerden que habitan en la simulación y en la posverdad. Con estas dos herramientas, las élites desarticulan con más efectividad la construcción de demandas de equivalencias por parte del pueblo para que no haya una acción conjunta. Esta tarea también se ve reforzada por la propia labor del capitalismo, que ha cortocircuitado las relaciones sociales gracias a la autoexplotación y a la imposibilidad de la revolución (Byung-Chul Han). En estos momentos, el pueblo no tiene un proyecto de sociedad alternativo al de las élites. Y, además, aquellos miembros del pueblo que critican a las élites sólo quieren convertirse en integrantes de ese club para salir de la masa y sentirse parte de la oligarquía.

En base a todo lo que hemos desarrollado hasta aquí, podríamos decir que se trata de un ejercicio de equidistancia que será criticado por muchos; también sería lógico concluir que es un texto simple en base a Laclau o algún otro teórico de las élites (Michels o Mosca); o también podríamos ultimar que es una descripción de un escenario apocalíptico en base a los incendios. En él, algunos han fabricado al gran anticristo, que es de nuevo el presidente Sánchez, que parece el origen de todos los males. Pero eso sólo es el último truco para que no nos preguntemos a quién le importa la gente que se ha quedado sin casa y sin propiedades, para que olvidemos a aquellos profesionales que han arriesgado su vida por el bien común, o para que no tengamos en cuenta las hectáreas quemadas de bosque y fauna.

En un sentido profundo, el morbo es lo único que interesa para ofrecer un espectáculo con la desgracia de los demás. Todo vale para que las élites puedan seguir siendo extractivas y para que algunos lleguen a instalarse en ellas. Todos somos conscientes de que pasará lo mismo de siempre y de que perderán, una vez más, los mismos. Y de que serán utilizados como meros datos empíricos para que las élites políticas y académicas los manipulen a su antojo una vez más. En ese ejercicio, las oligarquías han optado por alejarse de la realidad para autorreproducirse (Lasch) y crear una culpa religiosa permanente sobre los ciudadanos, que somos las víctimas inconscientes de todo este entramado. Y, lo peor de todo, es que no tenemos herramientas para revertir la situación.

________________________

Israel Sanmartín es profesor de Historia en la Universidad de Santiago de Compostela 

Antón Reixa y Xavier Debesa compusieron a finales de los años ochenta una canción que se titulaba Galicia sitio distinto. En ella, aplicaban a Galicia esa idea tan atocinada de la “excepcionalidad”, que ha sido utilizada a diestro y siniestro para justificar diferentes tipos de regímenes políticos. Más allá de ese particular, en esa canción, los líderes del grupo Os Resentidos escribían que “Arde Galicia co lume forestal/E con lume ou sen lume ti tamén podés arder” y que “Arde Galicia!!!/ Pero non queima”. Y esa es la frase de la que vamos a partir.

Más sobre este tema