Faltas de "hortografía" en la PAU
Parece que la ortografía es irrelevante (o parcialmente irrelevante) a la hora de verificar que un estudiante dispone del nivel necesario para ingresar en la universidad. De hecho, se trata de un fenómeno mucho más amplio: a la irrelevancia de la ortografía podemos agregar la de la expresión oral y escrita, la de la comprensión lectora, la de capacidad de análisis o la del espíritu crítico. No se trata de mantener, cual abuelo cebolleta, que cualquier tiempo pasado fue mejor: las nuevas generaciones tienen algunas capacidades y habilidades que superan a sus predecesoras. Lo segundo no justifica lo primero: tener nuevas habilidades no justifica desdeñar ortografía, comprensión lectora y demás.
Si se pretende contar con ciudadanos culturalmente capaces, responsables y críticos no se puede obviar cuanto configura el universo racional de una persona
Si se pretende contar con ciudadanos culturalmente capaces, responsables y críticos no se puede obviar cuanto configura el universo racional de una persona. Hacerlo sería tanto como degradar la persona a la condición de mero sujeto de consumo acrítico, individuo adocenado ignorante de cuanto le rodea e incluso ignorante de su propia condición. El problema es que el sistema se ha orientado desde años en esta dirección: universidades más preocupadas por incrementar el número de matriculados de ingreso que por la calidad real de sus egresados, empresas obsesionadas en contar con titulados “útiles” más que con empleados “conscientes” de su contexto, estudiantes centrados en conseguir un puesto de trabajo a partir o de la “titulitis” imperante o de la compraventa de criptomonedas, padres y madres que consideran, aún hoy, que la universidad es un ascensor social.
La triste realidad es que en los últimos quince años la universidad que he vivido —y la que han vivido otros colegas también— se parece más a un jardín de infancia sobreprotector que trata con “clientes” que a un centro de generación compartida de conocimiento entre estudiantes y docentes. Obviamente hay excelentes excepciones, pero me refiero al depauperado panorama general. El debate generado por el hecho de querer penalizar los errores ortográficos no es más que otro de los muchos ejemplos que justifican la visión expuesta.
A pesar de la rectificación parcial final (los errores ortográficos sólo penalizan en algunas materias) los bandazos de la Administración de la Generalitat en este caso tampoco ayudan a establecer un marco de futuro muy halagüeño. Mientras tanto, pretenden llevarnos al huerto, dónde la “horto-grafía” pueda ser de utilidad.
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Ramon-Jordi Moles Plaza es jurista y analista.