¿Dónde están los futbolistas?

Alfons Cervera

Nadie lo sabe. O sí. Se han escondido en sus cuentas millonarias, en sus cochazos de niños malcriados, en los casoplones de lujo donde se pasan el tiempo jugando con las maquinitas, como en nuestra adolescencia de niños pobres, sin tocadiscos en casa, metíamos una moneda en la jukebox del bar para escuchar La casa del Sol Naciente y Black is black. Lo suyo es vivir como si la vida de verdad no fuera con ellos, como si el mundo fuera para ellos y su holgazanería civil el universo ocioso del que se sienten absolutos dueños y señores. Los ponen delante de un micrófono y la riqueza de su vocabulario se limita a repetir siempre lo mismo, cuatro palabras escasas, como hacen los loritos en las películas de risa. Pero ahora, cuando una futbolista ha sido atacada por un desaprensivo con mando en plaza, los aclamados chicos del balón han desaparecido del mapa, ni siquiera han sido capaces de soltar cuatro palabras a favor de Jennifer Hermoso. Los conejos no escoden su nobleza cuando huyen de las escopetas, simplemente saben que la vida se defiende muchas veces con la huida, sobre todo cuando las armas de unos y otros son tan desiguales. Pero la huida de esos futbolistas millonarios no tiene que ver con ninguna nobleza, y mucho menos con la supervivencia, sino con la defensa infame de sus privilegios.

Ojalá que cuando la selección española y la de Chipre jueguen su partido en Granada el próximo 12 de septiembre, el público puesto en pie lance gritos de desprecio a los futbolistas cobardes y saquen pancartas de solidaridad con Jennifer Hermoso

Desde el momento en que Olga Carmona marcó el gol de la victoria en el Mundial de fútbol femenino frente a Inglaterra, lo que vino luego no fue la celebración de esa victoria sino el campo minado por un individuo que convirtió la maravilla de los mejores afectos en un acto de violencia cometido por un depredador, orgulloso, además, de su intolerable fechoría. El tal Luis Rubiales era en ese momento Presidente de la Real Federación Española de Fútbol. Cuando por sorpresa agarró la cabeza de Jennifer Hermoso y le estampó un beso en la boca, igual estaba convencido de que ella le agradecería la agresión, como si en vez de una agresión hubiera sido el beso más importante de su vida. Esos tipos son así: se miran en el espejo y lo rompen de tan guapos, de tan hombres, de tan arrolladoramente irresistibles. Mucho me temo, y permítanme la ironía, que el tal Rubiales nunca se ha mirado en ningún espejo. Sólo en los piropos de sus asalariados, de esos asalariados que directa o indirectamente se han visto favorecidos por los caprichos de un fulano que ha hecho de la indignidad su manera de andar por el mundo. Llevar a sus hijas a la asamblea de la RFEF para llenarlas de esa indignidad y de vergüenza lo dice todo de ese malversador de las emociones que, bien gestionadas, ennoblecen los rasgos más preciosos de lo humano.

En esa Asamblea muchos de los suyos lo aplaudieron a rabiar. A las pocas horas, las autoridades internacionales del fútbol dejaron en suspenso los poderes de Luis Rubiales. Y a partir de ahí, algunos de los que habían huido cobardemente de la quema, dijeron algo en su contra. A la cabeza de ese gesto tan cobarde, el seleccionador nacional de fútbol masculino, Luis de la Fuente, y el responsable de la selección femenina, Jorge Vilda. Pero sólo a partir de ese instante, nunca antes. Antes de eso, sólo media docena de jugadores se había posicionado a favor de Jennifer Hermoso. Y sólo uno, Borja Iglesias, del Real Betis Balompié, dejó claro que no volvería a la selección española de fútbol si no cambiaban sus dirigentes. Pero, ni siquiera después de la suspensión de Rubiales, los futbolistas –y aún menos los más famosos– han dicho esta boca es mía. Las mujeres, sin embargo, han anunciado que no jugarán más partidos internacionales mientras no se vayan los depredadores. Esta semana Luis de la Fuente dará la lista para enfrentarse a Georgia y Chipre en los próximos partidos. El 8 de septiembre en Georgia y el 12 en Granada.  Ahí estarán muchos de los futbolistas por quienes yo preguntaba al principio, los huidos del compromiso moral que los hubiera llenado de dignidad y de nobleza. Pero esos niñatos multimillonarios no saben de ninguna dignidad y de ninguna nobleza. Lo único que quieren es que no les falte la pasta para seguir sin problemas con sus cochazos y sus casoplones. Y, también, con su ridículo y torpe vocabulario de loritos en las películas de risa. Otro que tal baila, en esta macabra danza de ricos y famosos, es el que fue seleccionador nacional de futbol Luis Enrique, ahora entrenador del París Saint-Germain: soltando benevolencias a favor del milhombres besucón. Nunca me gustó como técnico y, menos aún, esa catadura moral –la suya– que siempre se parece a la de los traidores. Lo hizo con Robert Moreno, su segundo en la selección, a la vuelta del dolor familiar –absolutamente respetable, faltaría más– que lo tuvo apartado del fútbol una temporada. 

Me acuerdo, para acabar esta columna y a él se la dedico, de mi amigo Sergio Manzanera, futbolista valenciano que pasó por el Levante y el València. Jugaba en el Racing de Santander y, para denunciar los asesinatos por el franquismo de cinco jóvenes antifascistas el 27 de septiembre de 1975, él y su compañero Aitor Aguirre saltaron al campo del Sardinero, el domingo siguiente, luciendo orgullosamente solidarios brazaletes negros. Tantos años después, las futbolistas campeonas del mundo y muchas otras, y la sociedad internacional casi entera, han dicho “Se acabó” para que las tropelías de gentuza como Luis Rubiales dejen de hacer daño no sólo al mundo del fútbol, sino a nuestras propias vidas. Ojalá que cuando la selección española y la de Chipre jueguen su partido en Granada el próximo 12 de septiembre, el público puesto en pie lance gritos de desprecio a los futbolistas cobardes y saquen pancartas de solidaridad con Jennifer Hermoso. Pero qué quieren que les diga…

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Alfons Cervera es escritor. Su último libro es Maquis (Edición 25 aniversario en Piel de Zapa).

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