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Hamás ¿terroristas?

Miguel Martín

Es común señalar que en tiempos de guerra la primera víctima es la verdad. El semiólogo Paolo Fabbri lo expresó de un modo muy elocuente: “Usted en la guerra no dice la verdad, dice lo que quiere que crea el otro. Y el enemigo va a intentar hacer lo mismo. En este tipo de situaciones, lo que es la verdad no se sabe. Nos introducimos en un mundo estratégico, en el que los intereses son conflictuales y la presentación de la realidad es un simulacro o, dicho de otro modo, una representación ficcional de la verdad. Por eso, en una situación de conflicto, la construcción de simulacros eficaces es fundamental: si usted cree, el otro ha vencido”.

Sobre esta base toman forma multitud de programas de desinformación, cuyo objetivo principal no es tanto generar noticias falsas, como sumergir al destinatario de tales informaciones en un universo de confusión en el que es difícil distinguir la verdad de la falsedad. En estas circunstancias, amplios sectores de la sociedad tienden a sentirse engañados de forma constante y se crea el caldo de cultivo perfecto en el que proliferan rumores, mentiras, bulos y teorías de la conspiración difíciles de refutar con argumentos racionales.

Tomando esto en consideración, tratar de comprender conflictos como el que actualmente está teniendo lugar en el territorio de Palestina es en muchos casos inútil si se atiende única y exclusivamente a los sucesos que están aconteciendo en el presente. Esto sólo puede conducir a la multiplicación de discursos y explicaciones contradictorias entre sí, incluso sobre la base de unas mismas imágenes o informaciones. Para comprobarlo sólo hay que hacer un mínimo seguimiento de matinales y magazines televisivos, cuya obsesión por espectacularizar cualquier fenómeno provoca vergüenza ajena, sobre todo cuando hacen referencia a dramas humanos. Por ese motivo, en este tipo de situaciones se hace necesario que se lleve a cabo lo que historiadores y periodistas denominan “contextualización”, lo que a menudo exige una mirada más amplia sobre el fenómeno que se pretende analizar.

Al respecto, es útil atender a uno de los principios de la semiótica que reza así: todo texto crea su propio contexto, no al revés. Es decir, lo que da sentido a lo que vemos o leemos en un escrito o imagen no responde a las circunstancias que rodean el momento en el que ese texto se ha producido o a los hechos que en él se aluden; más bien al contrario, es el texto producido lo que dota de orden y significado a la realidad circundante o a los hechos que en él se muestran, contribuyendo, así, a hacerlos inteligibles con el fin de que, por ejemplo, la ciudadanía pueda estar bien informada.

Dicho esto, ¿dónde debemos situarnos para explicar y entender lo que está sucediendo hoy en Gaza? Es ridículo establecer el punto de partida en el atentado perpetrado por Hamás. Lo relevante de ese suceso no ha sido que haya iniciado una guerra, sino que de un modo completamente inesperado han logrado sorprender al enemigo con un ataque que, además de generar terror, ha dejado en shock a los líderes y servicios de inteligencia israelíes, cuya primera reacción fue la de calificar a sus autores de “animales” y “bárbaros”, como si la naturaleza de estos hechos no respondiese a ningún tipo de racionalidad. Sin embargo, su lógica subyacente, como en múltiples atentados terroristas, responde a una tipología de comportamiento que en términos estratégicos podría corresponderse con lo que el semiólogo Yuri Lotman denominó “loco” en su obra Cultura y explosión.

Del mismo modo que no es tolerable en términos democráticos y de derechos humanos el islamismo defendido por organizaciones yihadistas, tampoco lo es el sionismo practicado por el Estado de Israel, que no reconoce al “otro"

Según los planteamientos lotmanianos, el “loco” no sería aquél que se encuentra inadaptado o sufre de algún tipo de alteración psicológica, sino más bien un sujeto cuya conducta se caracteriza por su imprevisibilidad y por no estar sujeta a las prohibiciones establecidas. Si bien este modo de comportarse puede ser destructivo cuando se ejercita de forma sistemática, es muy eficaz en situaciones fuertemente conflictivas. Por ese motivo, tal y como señaló Lotman, ha sido muy habitual en los conflictos bélicos y otro tipo de combates, porque saca al adversario de la situación de normalidad para él y lo pone en la condición de no poder defenderse. En ese sentido, desde el punto de vista estratégico, el uso de la locura contribuye a crear unas circunstancias en las cuales el enemigo pierde la orientación y, por tanto, su capacidad para reaccionar frente a una amenaza sobrevenida.

Ahora bien, para entender este conflicto no es suficiente con analizar la eficacia de la estrategia puesta en práctica por Hamás. Como decía, también hay que ampliar nuestro enfoque y, en este caso, dirigir la mirada hacia el pasado, incluso más allá de la creación del Estado de Israel, ya que su formulación y reconocimiento no estuvo exenta de controversias, no tanto por que fuera más o menos legítimo que personas de origen judío se estableciesen de nuevo en Palestina, sino porque quienes promovieron ese Estado, como explica, entre otros, el historiador Roberto Marín-Guzmán, fue el movimiento sionista, un movimiento surgido a finales del siglo XIX y que en su vertiente más violenta no dudó en practicar el terrorismo para alcanzar sus objetivos y obligar al Imperio Británico a conceder un Estado judío.

Desde entonces se han sucedido los episodios de violencia e inestabilidad entre diferentes actores de Oriente Medio, todo ello a pesar de que la solución de futuro para que pudiese haber un desarrollo próspero y pacífico en la región y, más concretamente, para el pueblo palestino, ya fue formulada por Naciones Unidas hace varias décadas: la solución de los dos Estados. Una posición que ha defendido el actual secretario general de la ONU, Antònio Guterres, en el Consejo de Seguridad cuando dijo aquello de que “los ataques de Hamás no vienen de la nada”, unas declaraciones que le valieron la censura y petición de dimisión por parte de Israel por entender que con ellas estaba justificando sus acciones.

Pero ¿se puede afirmar que Hamás practica el terrorismo? Sí, atendiendo a la estrategia empleada, sin duda alguna. Y con ello, además de reprobar su método, también se debe señalar y condenar el terrorismo sionista practicado desde comienzos del siglo XX y que se extiende hasta nuestros días. Del mismo modo que no es tolerable en términos democráticos y de derechos humanos el islamismo defendido por organizaciones yihadistas, tampoco lo es el sionismo practicado por el Estado de Israel, que no reconoce al “otro” en la medida en que considera que el territorio que ocupa es suyo por derecho divino, limitando así cualquier manifestación social o cultural que consideren como un peligro para su supervivencia.

Israel y sus adláteres mediáticos no dudaron en equiparar a Hamás con ISIS debido a la brutalidad con la que atacaron a civiles en suelo israelí. Ahora bien, teniendo en cuenta quiénes promovieron el Estado de Israel y los métodos que emplearon, ¿por qué no equiparar su legitimidad con la que podría tener el Califato proclamado por esta misma organización en 2015? ¿No sería este hecho motivo de alarma internacional? ¿Por qué seguir considerando normal lo que en términos de derecho internacional parece estar fuera de lugar? A pesar de las múltiples sentencias de la Corte Internacional de Justicia contra las medidas punitivas impuestas por Israel contra la Autoridad Palestina y el muro construido en Cisjordania, ninguna de ellas ha sido acatada ni se les ha obligado a cumplir, un precedente sonrojante, sobre todo para aquellos que equiparan el Estado de Israel con un país desarrollado y respetuoso con los derechos humanos.

El trauma provocado por todo lo que condujo y aconteció en la Segunda Guerra Mundial desembocó en la creación de la Asamblea de Naciones Unidas y en la Declaración Universal de Derechos Humanos. Hoy, sin embargo, en la antesala del 75 aniversario de esta declaración, a la luz de lo que sucede en diferentes partes del mundo y se manifiesta de forma flagrante en Palestina, parece que sus principios se han convertido en papel mojado. ¿Qué camino queremos escoger? Lo que hoy se decida y tolere a nivel internacional nos definirá como humanidad en el día de mañana. Exijamos altura de miras: por ellos y por nosotros. Porque su sufrimiento es el reflejo de nuestra incapacidad de hacer respetar unas reglas de mínima humanidad y el triunfo de la barbarie.

 

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Miguel Martín es licenciado en Filosofía por la Universidad de Valladolid, Doctor en Semiótica por la Universidad Complutense de Madrid e investigador de Diacronía.

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