Plaza Pública

Lecciones de un año que no debemos olvidar

Varias personas caminan por una calle iluminada con motivo de la Navidad en Sevilla, este sábado. La iluminación navideña de la ciudad ha sido por sorpresa a las 18.30 horas de este sábado.

Escucho con frecuencia que este 2020 es un año para olvidar. No puedo estar de acuerdo. Soy de los que piensan que no sólo debemos aprender de lo bueno sino, sobre todo, de lo malo que nos sucede. Los problemas, las dificultades de la vida, son un maestro que nos ofrece la lección que aún nos queda por aprender. No podemos ni debemos omitir nada de lo vivido ni de lo sufrido, ni tampoco de lo disfrutado. Las pérdidas han sido tremendas, pero también los hallazgos han sido bellos.

Hace ahora un año publicaba en estas páginas un resumen del 2019 que titulé Despidiendo un año convulso. En las últimas líneas sostenía que tan solo debíamos tener “determinación, perseverancia y aunar esfuerzos para que en común hagamos de este mundo un lugar más amable para quienes vivimos en él”. En lo esencial no me equivoqué, porque esa aspiración sigue estando vigente y depende de nosotros en gran medida, a pesar de la pandemia.

Más tarde, en marzo de 2020, llegó el confinamiento a todos los rincones del planeta. Nos encerramos, huyendo de la exposición a un virus desconocido que nos sumió en una crisis económica de la que apenas sabemos cómo salir y en la que se atisban peligrosamente algunas recetas ya conocidas y de escaso éxito. Por el contrario, considero que el camino pasa por humanizar lo económico, ponerlo al servicio de la ciudadanía si no queremos fracasar definitivamente y con estrepito.

“Triunfar en la vida no es ganar, es levantarse y volver a empezar cada vez que uno cae". Son palabras de Pepe Mujica, expresidente de Uruguay el 21 de octubre de 2020, día en que dejó el Senado porque –dijo– “me echó la pandemia”.

Certeras palabras de una persona que tantas lecciones nos ha dado y aún nos brinda y que demuestran que la única opción que hemos tenido en este 2020 –y presumo que en 2021– ha sido ganarle espacio al tiempo, en una lucha cotidiana por preservar la salud; por mantener el empleo y garantizar unos ingresos mínimos; por cambiar la forma de relación con los demás y de priorizar el valor del conjunto; pero emocionándonos también con el detalle.

El año raro, que concluye

Hace ahora 366 días, 2020 se anunciaba un año raro y con novedades: En España estrenábamos un Gobierno de coalición, sistema político antiguo y mayoritario en Europa, pero desconocido aquí; la oposición se resistía a dejar el poder lanzándose a degüello contra el Ejecutivo con la estrategia de que calase una pretendida imagen de ilegitimidad y una ultraderecha rampante, tras el refrendo electoral de cuatro millones de votos, crecida en el conjunto de la derecha debilitada y sin dirección.

También se anunciaban tiempos poderosos para las mujeres que salían a las calles en todos los países, reivindicando el final de la violencia de género y potenciando la igualdad. Pero la pandemia paralizó los movimientos feministas internacionales, a los que se había llegado tras tantos años de dolor y de injusticia. Está por saber desde qué punto volverán a partir cuando la situación lo permita.

En otros casos, la olla a presión de los totalitarismos, como el que rige Polonia, llevó a las mujeres a manifestar su disgusto desafiando al virus y lo que es más peligroso, al Gobierno, protagonizando una huelga general. Rechazaban la sentencia del Tribunal Constitucional que ha restringido al máximo la interrupción del embarazo. Fue en octubre. Apenas dos meses después, el colectivo LGTB padecía un nuevo recorte de libertades en Europa, en Hungría en este caso, otro país en el que su presidente, Viktor Orban, actúa como un dictador. De la mano de su ultraderechista partido Fidesz, se aprobó la reforma de la Constitución, prohibiendo expresamente que las personas LGTB puedan adoptar. “La madre es la mujer y el padre es el varón”, resume el nuevo texto.

Por su parte, los jóvenes continuaban una revolución, apenas estrenada, defendiendo el medio ambiente para bochorno de gobernantes de todo el planeta. En diversas naciones de Latinoamérica, la gente exigía recuperar la democracia arrebatada por el neoliberalismo que el presidente norteamericano Donald Trump había conseguido extender con tintes fascistas por todo el mundo, agobiando a los vulnerables e indignando a los progresistas. Al menos este 2021 comienza con un relevo presidencial. Trump será recordado con dolor por el mal causado a nivel global.

Se diría que en 2020 alguien había dejado la puerta abierta a los cuatro jinetes del Apocalipsis con la palabra de un Yahvé vengativo capitaneando a los otros tres –guerra, hambre y muerte–. Se desplegaron por la Tierra agudizando los conflictos donde ya existían; agravando la desgracia; deteriorando la vida y segándola.

Tras mi alta médica por el covid-19, afirmaba en el primer artículo que publiqué que esta pandemia había sacado lo mejor y lo peor de nosotros mismos. Lo reitero. Nos hemos enfrentado al dolor, al abandono, a la soledad, al egoísmo, a la incomprensión, a la descalificación y al ataque injusto y desmedido, pero también hemos apreciado la solidaridad, la entrega desinteresada, la amistad, el encuentro y el amor. En este año se han ido demasiadas vidas sin el abrazo ni el adiós de los seres queridos, pero, amigas y amigos, aquí estamos dispuestos a afrontar los desafíos que nos traerá el nuevo año y a jugárnosla, otra vez, para seguir construyendo entre todos un mundo más humano y más armonioso para con nuestra madre naturaleza que nos arropa en su seno.

Sumar esfuerzos

Es absurdo remar solos y contra corriente. Por el contrario, debemos ahormar y sumar esfuerzos para superar los enormes desafíos que tenemos por delante como especie amenazada en su existencia por obra y gracia de nosotros mismos. Aprender a vivir bien, ese buen vivir que pregonan los pueblos indígenas, a cuyos líderes se sigue asesinando por defender el medioambiente y su forma de existencia. Hace sólo unos días, el secretario general de Naciones Unidas, António Guterres, expresaba que da la impresión de que los seres humanos “estamos en guerra con la naturaleza y hay que hacer las paces”, pero me temo que, como humanos, solo veremos el desastre cuando ya nos hayamos dado de bruces con él.

No. No debemos olvidar este 2020, tenemos la obligación de recordarlo como un punto de inflexión en la historia de la humanidad. La pandemia y los desastres climáticos que este año han batido todos los récords no son fenómenos aislados, sino que están íntimamente interconectados. Es el precio que estamos pagando por dejarnos llevar por aquellos que sólo persiguen su propio interés inmediato. La mayor ganancia, al menor precio y en el menor tiempo posible. El coste medioambiental no entra en esa ecuación. Por ello, es de la mayor importancia que se haya aprobado transversalmente por todas las fuerzas políticas (salvo la ultraderecha de Vox, claro está) una Proposición No de Ley para que se legisle en España sobre Ecocidio y se apoye a países como Vanuatu y las Maldivas en su propuesta de enmendar el Estatuto de la Corte Penal Internacional de modo que este crimen sea calificado internacionalmente como uno de los más graves.

Hechos dolorosos

Pero es que, además de la necesidad de cuidar del medioambiente, la pandemia ha dejado otras dolorosas lecciones. La que fuera potente y laureada sanidad pública española ha quedado en evidencia, no sólo para atender la tercera y tal vez la cuarta ola, a pesar de la presencia de las vacunas, sino también para después poder recuperar el atraso de todas las intervenciones programadas que se han tenido que postergar indefinidamente. Es de una indolencia imperdonable que mientras necesitamos más sanitarios, en plena pandemia, los profesionales de la salud emigren porque aquí solo pueden enganchar un contrato precario a plazo fijo con otro, mientras el mascarón de proa del Partido Popular inaugura un hospital vacío de material y de personal.

Y es entonces cuando surge la pregunta, ¿por qué no se levantan voces para señalar tanto dislate? “En momentos de noticias falsas, de nacionalismos en aumento y de crisis sanitaria, pensar en las consecuencias de este virus es una tarea que exige tiempo: Al igual que los políticos, los intelectuales, en general, también dejaron de mediar entre sus ideologías, las necesidades y las aspiraciones de los ciudadanos comunes […] Escriben sobre el mundo, pero no con el mundo”, afirma Boaventura de Sousa Santos en La cruel pedagogía del virus.

Ahí radica parte del problema: el confinamiento dio lugar a numerosos resultados individuales, pero aun cuando se esbozó en momentos determinados una unión propia de la vivencia común, ésta no cuajó en un objetivo válido para el colectivo. Quizás y, ello es lo perturbador, pareciera que los únicos “éxitos” en este sentido han estado de parte de la acción de una derecha que exacerbaba los ánimos más templados y de una ultraderecha ultramontana, con caceroladas en vehículos de gran cilindrada y en los mejores barrios de la capital pidiendo “libertad”.

El fascismo sigue merodeando

Esta es otra lección: El franquismo, los golpistas, siguen entre nosotros. No se han ido, nunca se marcharon y en cuanto los progresistas han llegado al poder, han pedido a gritos no una ni dos, sino varias veces, un nuevo golpe de Estado en España. Se lo han pedido al mismísimo rey, expresando sin pudor ni tapujos su deseo de fusilar a 26 millones de españoles que no piensan como ellos. Esto es grave. Es preciso pararlo y hacerlo ya. Interpelé al rey en una carta abierta pidiendo que se desmarcara de tal propuesta. No hubo respuesta. Tampoco se refirió a ello en su mensaje de Nochebuena en el que, entre generalidades y ambigüedades manifestó que la Constitución es “el pacto entre los españoles después de un largo período de enfrentamientos y divisiones”. Curiosa forma tiene el jefe del Estado de referirse a una dictadura fascista que reprimió a la mitad de España; precisamente a los padres y abuelos de esos “26 millones de hijos de puta” que hoy quieren fusilar quienes le escriben en su condición de ostentar el mando supremo de todas las Fuerzas Armadas. Es también, por tanto, el año en que el rey ha perdido otra gran oportunidad de desmarcarse del lenguaje general y vacío de contenido, de lugares comunes y frases amables y educadas, utilizando un lenguaje claro y directo, que no necesite de interpretaciones de sesudos analistas, en contra de quienes amenazan la democracia con su retórica fascista cuando le escriben y le interpelan directamente.

Hablamos además del año del abandono de los inmigrantes, como ocurrió en España en el muelle de Arguineguín en Gran Canaria o en el campamento griego de Moria en Lesbos. El año en el que la ultraderecha europea al frente de los gobiernos de Polonia y Hungría ha bloqueado las ayudas europeas para una reconstrucción orientada a la transformación ecológica. También el año de la consumación del Brexit, un divorcio doloroso y perjudicial para todos obtenido gracias al triunfo del orgullo, el egoísmo, la xenofobia y sobre todo la ignorancia. En 2020 se produjo el rebrote del racismo en Estados Unidos y la fractura social tras la muerte de Georg Floyd , y vivimos la derrota de Trump, el triunfo de la mayoría sobre la mentira y el discurso del miedo y del odio que tanta división ha producido en Norteamérica.

Cosas para recordar

El 2020 deja cosas para recordar: En Latinoamérica, Bolivia ha recobrado la democracia y la senda de progreso; Chile celebró un plebiscito que supone dejar atrás la herencia del dictador Pinochet y, en Perú, la presión popular detuvo un golpe de Estado obligando a la renuncia a un presidente interino de dudosa legitimidad y honorabilidad, abriendo camino a la transición hacia una nueva etapa democrática. Y agotando las últimas horas, el 30 de diciembre el Senado de Argentina legalizó al fin el aborto. En el reverso, Colombia sigue sangrando y llorando la muerte de sus líderes sociales e indígenas, que son impunemente asesinados, ante la pasividad del gobierno de Iván Duque, hasta el punto de hacer peligrar el acuerdo de paz.

Hemos visto producirse el alto el fuego en conflictos bélicos vigentes en distintas latitudes, pero también se aprovechó para favorecer la impunidad con permisos e indultos a violadores de derechos humanos. Ha sido el año en que miles de mayores fueron abandonados a su suerte en las residencias y un tiempo en el que el planeta dio muestras de recuperarse y estar mejor sin nosotros. Nos dimos cuenta de que la tierra no nos necesita, sino que nosotros necesitamos de ella a tal punto que el Papa se ha pronunciado a favor de establecer el crimen de Ecocidio.

Naciones Unidas nos ha invitado a reactivarnos y salir de esta crisis mundial, sanitaria y económica, respetando los Derechos Humanos, porque: “La crisis mundial del covid-19 se ha visto exacerbada por el aumento de la pobreza, el incremento de las desigualdades, la discriminación estructural y profunda y otras brechas en la protección de los derechos humanos”.

En fin... Este año me tocó esta enfermedad en primera persona. En un momento me vi conectado, como tantos otros, a un respirador sin saber lo que sucedería al día siguiente. Es entonces cuando te planteas lo que has vivido y lo que te queda por hacer en este mundo. Es en esos instantes cuando das gracias a la vida por haberte dado tanto (como cantó Violeta Parra), pero también cuando sientes la responsabilidad de continuar luchando por aquello en lo que crees, no por uno mismo, sino por los que están y los que vendrán, para que nuestro granito de arena pueda servir para que los arquitectos del mañana tengan la posibilidad de edificar en común un mundo mejor.

La traición a la democracia

La traición a la democracia

Por eso creo que, a pesar de la pandemia, del cansancio, de los duros golpes que como dice Serrat nos da “de vez en cuando la vida”, debemos seguir adelante y levantarnos una y otra vez y, con humildad, aprender de lo que nos ha enseñado un año que no debemos olvidar.

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Baltasar Garzón es jurista y presidente de Fibgar.

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