Mauthausen: la liberación del campo de los españoles

Gutmaro Gómez Bravo y Diego Martínez López

Al amanecer del 5 de mayo de 1945, hace ahora justo ochenta años, una pequeña escuadra del Ejército de los Estados Unidos partió para reconocer el terreno. Aunque llevaban años de guerra no estaban preparados para adentrarse en lo más profundo del horror que habían visto nunca los hombres: el complejo concentracionario de Mauthausen-Gusen. La visita duró dos días y en ella detuvieron a cientos de alemanes, pero también a 17 presos acusados de colaborar con los nazis. Entre ellos había cinco españoles. Era tan solo el comienzo del material probatorio de la acusación de crímenes de guerra, los juicios de Nüremberg. El relativo a los españoles se celebró en julio de 1947. Fueron acusados de golpear, torturar y causar la muerte de miles de personas. Fueron considerados criminales de guerra “con independencia de su nacionalidad o las de sus víctimas”, entre las que se encontraban 5.000 de sus compatriotas. 

El impacto de las imágenes filmadas por los aliados al entrar en los campos sobre la atormentada conciencia europea fue decisivo para construir una idea de Europa unida sobre la base de los derechos humanos, de ahí que el revisionismo y el negacionismo socaven precisamente la base de la raíz democrática moderna. Cuando la historia estorba, se aparta. Por eso las fuentes documentales siguen siendo absolutamente fundamentales y básicas, sobre todo por su enorme valor probatorio. El cotejo de los libros de registro de los fallecidos en Mauthausen-Gusen, la recogida y estudio de la documentación que permitan estudiar el periplo de aquellos hombres y mujeres con nacionalidad española que sufrieron aquella terrible persecución que los dispersó por todos los puntos de la red de campos del sistema concentracionario nazi, tiene una indudable dimensión histórica, ya que rompe con esa resistencia a insertar la guerra civil española en la onda expansiva de la Segunda Guerra Mundial y seguir desvinculando el Régimen de Franco del Eje alemán. 

Desde el verano de 1940, los trenes cargados de esclavos se fueron llenando de catalanes, vascos, andaluces, aragoneses, madrileños, manchegos, gallegos etc. gentes de todos los rincones peninsulares. La mayoría habían trabajado en la construcción de las fortificaciones y defensas francesas y eran muy apreciados como obreros especialistas. Pronto trataban de agruparse familiarmente, por afinidad política y por cercanía a los pueblos de origen. En los cuatro primeros años de guerra fueron internados en Mauthausen hasta 7251 españoles, motivo por el que fue conocido como “el campo de los españoles”, aunque siempre convivieron con húngaros, soviéticos, polacos, checos, franceses…..La mayoría ingresaron entre los años 1941 y 1942. A partir de entonces siguieron llegando españoles, pero en menor medida, la mayoría acusados de participar en las actividades de la resistencia francesa.

En los cuatro primeros años de guerra fueron internados en Mauthausen hasta 7251 españoles, motivo por el que fue conocido como “el campo de los españoles”

Emplazado en el corazón de la red de campos de concentración austriacos, Mauthausen se erigió como un complejo de tercera categoría, calificación con la que se distinguía aquellos campos especialmente duros donde los internos trabajaban hasta la extenuación y la muerte. En su entorno se establecieron otros campos subsidiarios, como Gusen, donde se registró el mayor número de muertes de españoles dentro de la red del campo principal. El destino de la mayoría, hasta completar los 10.000 republicanos que fueron deportados desde Francia, pasó por Dachau, Buchenwald o Auschwitz….. Una dificultad añadida a su dispersión fue la llegada de un tipo distinto de trabajadores que enviaba España a la economía de guerra alemana, fruto de los acuerdos reservados de cooperación mutua entre ambos países. De ahí la importancia de trabajar con fuentes primarias fiables y no con estimaciones o informaciones parciales. La cifra asciende a 4.747 solo para Mauthausen, un balance muy trágico, ya que antes de terminar 1944 habían muerto casi el 59% de los españoles que habían ingresado en aquel complejo.

El estudio de los campos abre nuevas posibilidades de investigación. La mayoría de trabajos realizados hasta la fecha son biografías, memorias u homenajes conmemorativos. El conocimiento parcial y complejo de las cifras de deportados y registrados en los recintos puede ser contrastado, a partir de este momento, con las bajas o defunciones. Es posible, además, incorporar otras variables utilizadas desde hace tiempo en los estudios de otros países. Las posibilidades de realizar estudios comparados no deben centrarse únicamente en los engranajes totalitarios en los que desaparecieron millones de personas. Pueden servir para comprender la naturaleza de un fenómeno complejo visto también por las propias víctimas, en un momento en que la capacidad humana era llevada al límite. Para ello hay que cruzar distintas informaciones, todavía difíciles de validar.

La correspondencia en los campos, por ejemplo, estaba severamente vigilada. Cada interno podía, en teoría, escribir y recibir cartas o tarjetas postales dos veces al mes. Las cartas no podían contener más de 15 renglones y las tarjetas solo diez. Todo lo demás, los sobres, las fotos, era incautado. Los españoles solo disfrutaron de este derecho en contadas ocasiones y de manera tardía una vez pasado el ecuador de la guerra mundial. A pesar de ello, los materiales existentes podrían servir para poner rostro, por fin, a los nombres de Mauthausen, en su lucha contra el tiempo. Queda también la correspondencia que escapaba a la censura. El 2 de marzo de 1941 Marjorie McLleland escribió a los Cuáqueros de Filadelfia narrando lo ocurrido la noche anterior, cuando llegó un convoy de 20 españoles del campo de Vernet que eran trasladados a Austria. “Eran un grupo de aspecto apesadumbrado, ojeroso, pálido, vestido con harapos, sucios y desesperados. Algunos eran casi niños, y otros parecían increíblemente viejos. Se sentaron en silencio, esperando la comida, con miradas inexpresivas, golpeados, como carentes de toda emoción, sin esperanza, ni temor. Pero cuando empezamos a servir los platos de frijoles humeantes, una chispa entró en sus ojos. 'Pero, ¿cómo os lo podemos agradecer?', dijo uno de ellos, 'he salido de la noche y me distéis de comer'. Por estas y otras tantas razones, la de Mauthausen-Gusen sigue siendo una historia de la opresión, esencialmente, humana.

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Gutmaro Gomez Bravo y Diego Martínez López, son autores de Esclavos del Tercer Reich (2021) y Deportados y Olvidados (2024)

Gutmaro Gómez Bravo y Diego Martínez López

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