Las Médulas como médula de los incendios

Desde siempre, la naturaleza libre ha soportado incendios como resultado de diversos parámetros físicos. Así sucedió a lo largo de millones de años. Pero cuando los hombres primitivos aprendieron a usar el fuego la cosa cambió. A los incendios naturales se unieron los antrópicos. Unas veces eran para aclarar la vegetación, otras para cercar a enemigos o capturar animales. 

Hoy mismo algunos incendios más o menos forestales tienen causas naturales. Con la ocupación de los espacios por parte de las personas, las zonas de evolución natural se han restringido. Si se origina uno, casi siempre hay población humana afectada. Los incendios forestales de hoy ya no son lo que eran. Antes, para valorar la posibilidad de su generación se empleaba la comprensible valoración del aire: más de 30 ºC de temperatura/menos del 30% de humedad/vientos superiores a 30 km/h. Ahora son más virulentos, se habla de incendios de 6ª generación. Es una clasificación que emplean los agentes forestales actuales, se dice que desde 2016, cuando Portugal ardía por los cuatro costados. 

Se los califica como megaincendios en momentos de aridez extrema, con una excesiva acumulación de combustible, en un escenario de cambio climático que ayuda a incentivarlos, y en lugares poco preparados para gestionar la incertidumbre. Aquí queríamos llegar. 

Cuando redacto estas líneas, Las Médulas arden sin remedio; y se producen otros nueve incendios en la provincia de León por los mismas fechas y también en otras muchas zonas de España. Aunque la médula sea un recurso conceptual cuestionable me sirve para caracterizarlos. Existe la médula vegetal, así se llama a lo que en los humanos sería la espinal. Además médula es el fondo de un asunto, sus causas, su evolución y sus consecuencias. Cualquier ecosistema se sostiene en la debilidad o fortaleza como conjunto, en la interacción de sus componentes; hasta que es antropizado y no sirven las evoluciones propias. Ya lo denunciaba Antonio Machado en su poema cuando aludía a que "el hombre de estos campos, que incendia sus pinares y su despojo aguarda como botín de guerra, antaño hubo raído los negros encinares, talado los robustos robledos de la sierra. Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares… y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra".

Cualquier ecosistema se sostiene en la debilidad o fortaleza como conjunto, en la interacción de sus componentes; hasta que es antropizado y no sirven las evoluciones propias

Es claro que algo raro está pasando cuando hay tantos incendios por toda la superficie terrestre. Se puede comprobar en los mapas del Sistema Europeo de Información sobre Incendios Forestales (EFFIS) y en el Sistema de Información sobre Incendios para la Gestión de Recursos (FIRMS) de la NASA, que distribuye datos de incendios activos en tiempo casi real, dentro de las 3 horas previas. No sabemos si este durará mucho habida cuenta del influjo destructor del señor Trump. Allí la médula de todo lo ambiental la está destruyendo un desconsiderado con los bienes que la naturaleza nos proporciona.

Volviendo a Las Médulas. Son patrimonios mundiales de la naturaleza con los cuales se ha adquirido un compromiso. Las administraciones son entes de inteligencia perezosa, o directamente negligente. Por eso, parece que piensan que estos enclaves y figuras mundiales solo sirven para atraer turistas. Nada más que por eso, ya merecerían mayores cuidados. Su dignificación no figura en los calendarios de las administraciones autonómicas, que los valoran preferentemente como escaparate publicitario. Quienes duden pueden pasarse por Fitur cualquier año.

Desde mi espíritu boscoso miro con preocupación al Parque Nacional de Ordesa y Monte Perdido, que recibió un total de 651.707 personas en 2024, y eso que hubo 19 cierres. Durante los meses de julio/agosto promedia diariamente unas 1.500/2.000 visitas. Desde el año pasado se anuncia un Plan de Movilidad. Me temo que centrado más en los puntos de acceso que en la regulación de sus itinerarios y protocolos en caso de emergencia. Me tranquilizaría conocer qué se explica a los visitantes antes de recorrerlo: si se les señalan en un mapa los caminos de evacuación rápida, si están identificados los puntos de refugio en caso de incendio u otra eventualidad, si hay dispuestos retenes de guardería forestal, si se lleva a cabo una constante vigilancia vía satélite, si se dispone de sensores de temperatura colocados estratégicamente, si hay previsión de medios humanos cercanos que puedan acudir al instante, si existe una red de caminos que permite la evacuación motorizada, si funciona un sistema de alerta rápida por teléfono móvil o señales sonoras, y si está definido el umbral de temperatura o el nivel de alerta de Aemet que obliga al cierre del espacio. Tentar a la fortuna está en la médula del quehacer humano, aquí no cabe. Por cierto, en las encuestas del parque natural que he visto no se pregunta: ¿sabe lo que tiene que hacer si se declara un incendio durante la visita? No quiero pensar en la posibilidad.

En cualquier negocio, lugar público o comunidad de propietarios hay luces y señales de emergencia. ¿Por qué aquí no? No hay una médula de acción preventiva de espacios singulares. En fin, que a juicio del que escribe, no podemos descartar que hayamos de entonar el poema de Machado. 

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Carmelo Marcén Albero es doctor en Geografía por la Universidad de Zaragoza y especialista en educación ambiental.

Desde siempre, la naturaleza libre ha soportado incendios como resultado de diversos parámetros físicos. Así sucedió a lo largo de millones de años. Pero cuando los hombres primitivos aprendieron a usar el fuego la cosa cambió. A los incendios naturales se unieron los antrópicos. Unas veces eran para aclarar la vegetación, otras para cercar a enemigos o capturar animales. 

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