Las Naciones Unidas no fueron creadas para traernos el paraíso

Emilio Menéndez del Valle

Acaba de celebrarse en Nueva York la anual Asamblea General de las Naciones Unidas, su 78 período de sesiones desde su fundación en 1945. Desde el inicio era evidente que en un mundo que ya se percibía configurado en bloques antagónicos, la labor de la ONU sería complicada y ardua. El primer secretario general de la Organización, el noruego Trygve Lie, lo asumió y expresó en una sola frase: “El trabajo de secretario general de la ONU es el más difícil del mundo”. A su sucesor, otro escandinavo, el sueco Dag Hammarskjöld, le costó la vida. Murió en septiembre de 1961 al estrellarse su avión cuando sobrevolaba la entonces Federación de Rodesia y Niasalandia. Iba en son de paz y mediación al entonces Congo belga en relación con el intento secesionista de la provincia de Katanga. Hubo indicios de que el aparato no había sufrido un accidente sino que fue derribado, si bien nada se concluyó en ese sentido. El diplomático sueco recibió merecidamente en 1961 el Premio Nobel de la Paz.

Fue un entusiasta, apasionado defensor de los valores, principios y fines onusianos, de su compromiso con la paz y seguridad internacionales. Ya en su época existían críticos y escépticos al respecto. Acuñó entonces una frase que ha hecho historia: “Las Naciones Unidas no fueron creadas para traernos el paraíso, sino para alejarnos del infierno”. Es probable que dicho vocablo haya aparecido en numerosas ocasiones en resoluciones de la Organización, pero dudo que con la misma rotundidad y sentido que el pronunciado por el actual secretario general, António Guterres (en mi opinión, también merecedor de Premio Nobel), en el 78 período de sesiones el pasado 20 de septiembre: “La Humanidad ha abierto las puertas al infierno”. Desde el inicio de su mandato en 2017, Guterres ha hecho continuos llamamientos a la responsabilidad de Gobiernos y empresas para que reduzcan, tal como está comprometido en el Acuerdo de París de 2015, la utilización de los combustibles fósiles, principales causantes de los gases de efecto invernadero. Año tras año, las conferencias de la ONU sobre cambio climático (COP), con el secretario general al frente, han insistido en el tema. Casi como voz que clama en el desierto (al desierto, por cierto, se encamina progresivamente el planeta).

En esta reunión de septiembre, Guterres ha dado un paso más. Tras insistir en que “el calor horrendo está teniendo efectos horrendos”, en referencia a una cada vez mayor presencia de incendios, inundaciones, tifones y otros fenómenos nunca presentes con tan devastadoras consecuencias como ahora, denunció el cinismo, doble juego, de algunas grandes corporaciones que incluso han intentado bloquear la transición hacia un mundo libre de emisiones. Corporaciones que se han servido de su influencia y dinero “para retrasar, distraer y engañar”. Las economías de los países en desarrollo son reticentes a dejar de utilizar los recursos fósiles (cuando los tienen) y en más de una ocasión se han dirigido a los países desarrollados acusándolos de haber basado su industrialización en esos combustibles y de ser los principales contaminadores. Consciente de ello -aunque no lo verbalizara- el secretario general pidió a los Gobiernos de los Estados contaminadores, “que se han beneficiado sobremanera de los combustibles fósiles” que hagan más para reducir los gases de efecto invernadero y “que apoyen a las economías emergentes para que hagan lo mismo”. Justicia climática para todos. Justicia para la Humanidad, tal como prometieron en 2015 los Estados a propósito de la Agenda 2030: “Estamos resueltos a poner fin a la pobreza y al hambre…a combatir desigualdades y a construir sociedades pacificas, justas e inclusivas, a proteger los derechos humanos, promover igualdad entre los géneros…y garantizar la protección duradera del planeta y sus recursos naturales”.

Los países en desarrollo son reticentes a dejar de utilizar los recursos fósiles y en más de una ocasión se han dirigido a los países desarrollados acusándolos de haber basado su industrialización en esos combustibles

Desde el inicio hubo voces críticas o escépticas sobre el papel de la ONU, aludidas, como he comentado, por Hammarskjöld. Y continuó habiéndolas. Por ejemplo, Mariano Rajoy, entonces vicepresidente del Gobierno de Aznar —quien, en satisfecha compañía de Bush y Blair, apoyaba la hecatombe sobre Iraq que estaban a punto de desencadenar— muy seguro de sí mismo, afirmó: “Si la ONU se muestra incapaz de que sus resoluciones se cumplan, es un órgano perfectamente suprimible” (17-2-2003). Por cierto, en el asunto de la invasión de Iraq, Rajoy demostró poseer buena información: “Mire usted, que Iraq tenía armas de destrucción masiva es un hecho casi objetivo. Tengo la convicción de que aparecerán” (27-4-2003).

La animadversión contra la ONU de Donald Trump es patente: “Las Naciones Unidas no son amigas de la democracia ni de la libertad. Tampoco de Estados Unidos y, desde luego, no de Israel” (21-3-2016). Ya como presidente electo y en relación con el cambio climático, según él “una patraña de los chinos”, afirmó que cancelaría los pagos a Naciones Unidas ya que, según él, se gastan millones de dólares sin que se sepa quién y qué se hace con ellos. Como si el clima fuera compartimentable por Estados soberanos, hizo gala de un ridículo nacionalismo climático y, ufano, proclamó: “Vamos a trabajar por nuestro propio ambiente”. Ridículo en el que en octubre de 2007 se sumió Mariano Rajoy ejerciendo de negacionista climático. Impertérrito, comunicó que un primo suyo, catedrático en la capital andaluza, le había convencido: “Si nadie garantiza ni qué tiempo hará mañana en Sevilla ¿cómo van a decir lo que va a pasar dentro de 300 años? Yo sé poco de este asunto, pero mi primo supongo sabrá”.

A pesar de todo, las Naciones Unidas existen y funcionan. A pesar de sus recursos limitados y el hecho de que a menudo su capacidad de acción resulta afectada por desacuerdos políticos y procedimientos complicados, funcionan y obtienen resultados. Lo atestiguan, entre otros factores, sus diversas agencias: UNICEF, la Agencia para los Refugiados (ACNUR), la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), la UNESCO, entre otras. Lo están demostrando -a pesar de grandes dificultades, carencias y compromisos incumplidos- las conferencias anuales sobre el calentamiento global (COP). Las Naciones Unidas, en especial su Asamblea General, facilita la protección de los derechos de los países más débiles y pequeños en un mundo donde los fuertes y poderosos tienden a ser factores decisivos. De ahí que los Gobiernos tiendan a seguir las resoluciones del organismo internacional no porque ello vaya en todos los casos de acuerdo a sus intereses nacionales, sino porque no seguirlas puede dañar a medio o largo plazo esos intereses. No, definitivamente, la ONU no es suprimible.

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* Emilio Menéndez del Valle es Embajador de España.

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