Objetivo de Putin: contener a Occidente

Emilio Menéndez del Valle

En el debate en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas el pasado 23 de febrero sobre la agresión rusa a Ucrania, el embajador de este país, Sergiv Kyslysya, tras pedir a los Estados miembros que recordaran la infinidad de veces que el embajador de Rusia había dicho que su país no invadiría o bombardearía Ucrania, añadió: “Es responsabilidad del Consejo de Seguridad detener la guerra”. Vasily Nebenzya, embajador ruso, que presidía la sesión, le interrumpió: “Esto no es una guerra. Es una operación militar especial en el Donbas”. La dosis de cinismo del ruso incluyó ese día el detalle de que “no hay confirmación verificable" de la muerte de civiles ucranianos en esa “operación militar especial”, que las fotos de la artillería rusa eran un “montaje” y que las informaciones sobre ataques contra infraestructuras civiles eran falsas. Ante la constatación de un debate de oídos sordos, el embajador ucraniano optó por concluir recordando que el Estatuto de Roma, acta fundacional del Tribunal Penal Internacional (TPI), contempla como crímenes de guerra el bombardeo de hospitales e instalaciones infantiles y anunciando que su gobierno redactaba un informe para remitir al TPI.

El cinismo del representante ruso deriva del exhibido por Putin en su discurso del 24 de febrero anunciando la agresión a Ucrania. Una pieza interesante no analizada en los medios y que quisiera comentar aquí. Putin define su decisión como respuesta a la modificación de todo el sistema de relaciones internacionales y a la previa violación del Derecho internacional por parte de los Estados occidentales, intentando así evitar la crítica de Occidente de que Rusia está violando ese Derecho. Recuerda “la sangrienta operación militar contra Belgrado, utilizando aviación y misiles en el corazón de Europa”. Asimismo se refiere al “ilegítimo uso de la fuerza militar contra Libia, la perversión de las decisiones del Consejo de Seguridad que condujeron a la completa destrucción del Estado, a la emergencia del terrorismo y al hundimiento del país en una catástrofe humanitaria.” En su discurso, Putin hizo especial mención a la invasión de Iraq “sin base legal alguna. Utilizaron como pretexto información supuestamente de confianza sobre la existencia de armas de destrucción masiva”. Concluye el criminal de guerra diciendo que “en general, uno tiene la impresión de que en todas partes, en muchas regiones del mundo, donde Occidente establece su propio orden, el resultado es sangriento, heridas incurables, terrorismo internacional y extremismo”.

Quisiera decir que, en mi opinión, algunos de esos alegatos sobre el orden internacional y su quebrantamiento por algún país occidental son sostenibles, pero no hay que confundir churras con merinas y con seguridad, al expresarse así, Putin era consciente (¿o no?) de que aun aceptando que los ejemplos por él mencionados constituyen violación del Derecho internacional por Estados occidentales, ello no puede justificar la violación por Moscú del Derecho internacional.

Creo que la parte medular de la pieza putiniana se halla casi al final, cuando se refiere a la amenaza existencial para Rusia que proviene de Occidente, que ha motivado su agresión a Ucrania y que, claramente, hace casi imposible un acuerdo con un personaje cuyo pensamiento le conduce a decir: “El curso de los acontecimientos y el análisis de la información que recibimos muestra que el choque de Rusia con estas fuerzas es inevitable. Es solo cuestión de tiempo. Se están preparando a la espera del momento oportuno. Ahora también recuerdan que poseen armas nucleares. No permitiremos que esto suceda. Las circunstancias exigen que adoptemos una acción decisiva e inmediata”.

Putin era consciente (¿o no?) de que aun aceptando que los ejemplos por él mencionados constituyen violación del Derecho internacional por Estados occidentales, ello no puede justificar la violación por Moscú del Derecho internacional

Así las cosas, para eludir el atasco que el veto ruso en el Consejo ha ocasionado, jurídicamente, en seno onusiano, no hay otra vía que invocar la resolución 377 (03-11-1950) de la Asamblea General, denominada Unión pro paz, que faculta a la Asamblea para adoptar medidas si el Consejo no lo hiciera debido al veto de uno de sus miembros, ante una amenaza para la paz, quebrantamiento de la paz o acto de agresión. La Asamblea puede examinar inmediatamente el asunto y recomendar a los países miembros la adopción de medidas colectivas para restablecer la paz y seguridad internacionales.

Dicha resolución fue impulsada en 1950 por Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Canadá, Turquía, Filipinas y Uruguay (entonces conocidos como “los siete poderes conjuntos”) para eludir los vetos que la URSS emitía para impedir la discusión sobre la guerra de Corea. Volvemos a las andadas. Washington acaba de anunciar, apoyado por un muy numeroso grupo de Estados miembros, que invocará la 377 para discutir el asunto en la Asamblea. Ello supone una derrota parcial de la estrategia de Putin en la ONU, a la que hay que añadir la inesperada abstención en el Consejo de China, eludiendo el voto negativo, unido al suyo, que Moscú daba por hecho. Probablemente una advertencia a Moscú, si bien no es fácil en este momento calibrar la seriedad de la misma.

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Emilio Menéndez del Valle es embajador de España y fue diputado al Parlamento Europeo entre 1999 y 2014

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