Hubo un momento en lo más duro de la pandemia que todos los que estábamos desbordados en los hospitales tratando de salvar tantas vidas como fuese posible hubiésemos deseado estar más preparados. Por supuesto, era un deseo imposible. Sabíamos hace años que una pandemia era una consecuencia posible de nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza, pero la prevención y preparación frente a eventos tan inciertos no siempre es sencilla ni materializable y, por supuesto, no puedes tener vacunas para enfermedades que aún no existen.
Sin embargo, con el cambio climático sí podemos predecir con mucha más exactitud lo que va a ocurrir los próximos años y lo que vamos a necesitar. Sabemos que mientras sigamos quemando petróleo, gas y carbón vamos a tener olas de calor más largas y más intensas, vamos a tener incendios cada vez más devastadores y DANAs más frecuentes y destructivas. No podemos saber exactamente cuándo y no podemos saber exactamente dónde, pero sí podemos saber que nos vamos a seguir enfrentando a las consecuencias de un modelo ambiental y socialmente insostenible.
La Organización Mundial de la Salud nos está advirtiendo que la principal amenaza para la salud pública del siglo XXI es la crisis climática. Sólo la contaminación atmosférica y las olas de calor son responsables de más de 25.000 y más de 3.000 muertes al año en España, respectivamente. Pero también nos advierte que defendernos de esa amenaza para la salud es, precisamente, la principal palanca con la que contamos para actuar contra el calentamiento global. Al fin y al cabo, todo el mundo sabe que la salud es lo primero.
Por eso, esta convocatoria de un Pacto de Estado frente a la Emergencia Climática es una gran oportunidad para poner la salud en primer lugar. Porque un Pacto de Estado por el Clima es también un Pacto por la Salud: la nuestra y la de las generaciones por venir.
Desde el Ministerio de Sanidad llevamos meses impulsando un Sistema sanitario más sostenible y mejor adaptado a la emergencia climática, porque estoy completamente convencida de que será un Sistema Nacional de Salud mejor para todos sus profesionales, sus usuarios y sus pacientes. Pero tenemos que ir más allá, la salud depende de si tenemos que respirar o no el humo de los coches o de los incendios, depende de si nuestras ciudades tienen más o menos zonas verdes para bajar su temperatura y depende de si podemos permitirnos tener o no un aire acondicionado en casa. Por eso, poner la salud en el centro de la lucha contra el cambio climático implica que todas las administraciones hagamos un esfuerzo por proteger a las personas más vulnerables frente a sus efectos: las personas con enfermedades crónicas, las personas mayores o los que menos tienen. En definitiva, todos y todas cuya seguridad y tranquilidad no dependen de tener unos millones de euros en el banco sino de tener un Estado que se preocupa.
Enfrentarse a la pandemia, a los incendios o a las olas de calor no es un problema de competencias, sino de responsabilidades
Cómo médica, como líder de una fuerza regional madrileña y como ministra de Sanidad soy una firme defensora de las ventajas de nuestro sistema descentralizado. Las Comunidades Autónomas y los Ayuntamientos son al Estado como la Atención Primaria al Sistema Nacional de Salud, el elemento de cercanía y capacidad de actuación imprescindible para que todo funcione. Coordinar la cercanía y la presencia de nuestras instituciones locales con el apoyo extraordinario y la perspectiva del estado central es una fórmula de éxito. Enfrentarse a la pandemia, a los incendios o a las olas de calor no es un problema de competencias, sino de responsabilidades. De creer en lo que dice la ciencia, de responsabilizarse de sus advertencias y consejos y de trabajar para mejorar la vida de quienes, con su voto, confiaron en nosotros y nosotras.
Por eso, ese Pacto de Estado contra la emergencia climática y la salud sólo puede salir bien si todos estamos a la altura del reto: los representantes políticos, sindicales y empresariales; las instituciones democráticas y la sociedad civil (organizaciones ecologistas, comunidad científica y profesionales sanitarios) y, por supuesto, todos y cada uno de nosotros y nosotras en la medida de nuestras posibilidades. No soy ingenua, sé perfectamente que una parte de nuestra sociedad ha decidido darle la espalda a lo que dice la ciencia y a lo que ven sus propios ojos, negando lo que para la gran mayoría es una evidencia aterradora. Un Pacto de Estado tiene que servir también para aislar a los negacionistas y a los retardistas, tiene que servir para combatir sus bulos y su incesante trabajo por destruir la confianza en nuestros vecinos y en las instituciones y tiene que servir, sobre todo, para que la ciudadanía vuelva a confiar en que la política y la ciencia pueden trabajar juntas para construir un futuro mejor.
_____________________
Mónica García es ministra de Sanidad y portavoz de Más Madrid.
Hubo un momento en lo más duro de la pandemia que todos los que estábamos desbordados en los hospitales tratando de salvar tantas vidas como fuese posible hubiésemos deseado estar más preparados. Por supuesto, era un deseo imposible. Sabíamos hace años que una pandemia era una consecuencia posible de nuestra forma de relacionarnos con la naturaleza, pero la prevención y preparación frente a eventos tan inciertos no siempre es sencilla ni materializable y, por supuesto, no puedes tener vacunas para enfermedades que aún no existen.