Plaza Pública

La Península Ibérica en red

Barco de pesca en Vigo, Galicia.

Antón Baamonde

En España es posible detectar, especialmente después de Aznar, una relación directa entre la política centralista y la promoción de Madrid como ciudad global, con tentáculos por toda la península, concebida ésta en su conjunto como mero hinterland de la capital del Estado. Ese es el sentido racional, si uno quiere ponerse hegeliano, de la famosa frase de Ayuso "Madrid es España dentro de España. ¿Qué es Madrid si no es España?"

Y, al contrario, existe una relación entre promover la España en red, mantener e impulsar el desarrollo económico de los diferentes territorios y estimular el federalismo.

Los centralistas de hoy en España son afrancesados en lo administrativo, dentro de la tradición borbónica, pero anglosajones en lo económico. Sin embargo, Estados Unidos es un país federal y el Reino Unido tiene menos problemas a la hora de reconocer su diversidad nacional. Si a ello fuéramos, más mentalidad empírica, más sentido del pacto y más pragmatismo no vendrían mal en la España de hoy.

Frente a la concepción radial de España y al ardor guerrero que se estila en su defensa es oportuno poner sobre la mesa una concepción más pactista y centrada que atienda al tradicional policentrismo español en el que, además de Madrid, también cuenten Barcelona, Valencia, Bilbao, Sevilla, Coruña, Vigo, etcétera.

En España el debate territorial suele girar en torno a las demandas del Eje Mediterráneo. Más recientemente se ha abierto camino la cuestión de la “España Vacía”. Pero suele pasar desapercibido que la Península Ibérica tiene un Oeste Atlántico y que, como se puede apreciar muy bien en los mapas lumínicos, el borde costero entre Ferrol y Lisboa conforma una realidad que también hay que considerar.

A Galicia le interesa desarrollar una economía de aglomeración con el Norte de Portugal. Así como la Unión Europea fue la consecuencia natural de la CECA, el mercado europeo del carbón y el acero, así el federalismo ibérico podría ser el correlato natural de esa comunidad de intereses.

Ciertamente, se trata de dos Estados diferentes, lo que introduce importantes matices y factores, pero el hecho es que cualquier visión de futuro tiene que tener en cuenta lo que va a ser la progresiva integración de los dos territorios, conformando una única malla. Alguien tiene que mirar más lejos y encarar las sinergias y la necesidad de cooperación. Mucho tienen por ganar Galicia y el Norte de Portugal si diseñan estrategias comunes de inserción en la economía global. Son, de hecho, un único mercado.

Galicia es urbana y policéntrica. Dos de cada tres entre sus habitantes viven en áreas urbanas. Sus dos principales ciudades, Vigo y A Coruña, están nucleadas en torno a dos empresas: Stellantis –antes Citröen– e Inditex. Su economía cuenta, sin embargo, con otros sectores muy relevantes –la conserva y los productos del mar, etcétera– y, muy importante, su población está estructurada en un continuum urbano en el borde costero.

Pero sucede que ese continuum urbano se extiende mucho más allá de las fronteras de España. Aunque se habla de la eurorregión Galicia-Norte de Portugal, la verdad es que podría extenderse la imagen hasta Setúbal, al sur de Lisboa. En todo caso, una vez desaparecidas las fronteras políticas las relaciones con el Norte de Portugal se han multiplicado. Se trata de un agregado humano, económico y social de seis millones y medio de personas. Cientos de empresas gallegas han cruzado la frontera y lo mismo han hecho muchas portuguesas en sentido inverso. Portugal, de hecho, suele ser el principal inversor exterior en Galicia.

En un encuentro reciente de las dos patronales, gallega y portuguesa, ambos lados declaraban: «Debemos promover que la Eurorregión sea un área de atracción de actividad económica y de asentamiento de la industria. Es importante cohesionar estrategias y buscar alianzas que nos posicionen sectorial y estratégicamente a nivel europeo y los fondos venidos de Europa deben ser una palanca para ello».

Todo ello conforma un nuevo horizonte, más allá de las fronteras del Estado-Nación. Salvo que veamos un retroceso en los procesos de integración de la Unión Europea, ese va a ser el futuro. Así lo ha visto Rui Moreira, alcalde de Porto que aboga por un Iberlux. A su vez el propio Primer Ministro portugués Antonio Costa ofrece signos de resistencia a la península radial. En una entrevista declaraba: “Debemos tener una visión global de la Península Ibérica, no reducida a la relación entre las dos capitales”.

En suma, el interés de Galicia y Portugal es una península ibérica en red. Portugal, de hecho, ha dado prioridad al AVE a Valença, en la frontera con Galicia. En diez años, Vigo y Porto estarán a menos de una hora en tren y en poco más de dos horas se llegará de Vigo a Lisboa. Pero España ha de completar el enlace –menos de treinta kilómetros de vía–.

La gallega es una economía muy abierta y capitalizada. Aunque sea una sorpresa para muchos, Galicia es una sociedad urbana. Hace ya décadas que más del 70% de la población vive en áreas urbanas según los parámetros europeos. El sector primario sólo aporta menos del 5% del PIB. Y ciertamente a su lado existe una “Galicia vacía”: la población de Galicia está concentrada en el eje que va de Ferrol a Vigo, pero el interior de Galicia está despoblado. Lo mismo sucede en Portugal.

Los tópicos y prejuicios suelen ocultar la realidad, pero ya es hora de transformar el imaginario con el que se suele representar a Galicia. Lo que hace que la visión de Galicia como sociedad rural aún persista es que ese cambio ha sido muy reciente. La desagrarización, aunque fue muy rápida, no está muy lejos en el tiempo. El punto de inflexión fueron los años sesenta. Pero en este medio siglo la transformación fue fenomenal. Vivimos, literalmente, en otro país.

Otra especifidad: Galicia no tiene un Madrid o una Barcelona. Carece de una ciudad central que encabece su sistema urbano. Su modelo de ordenación urbana ha de ser policéntrico y ha de orientarse a mejorar la eficiencia de la red de transportes, sobre todo el tren, y a promover la ciudad compacta. Dos puntos calientes a solventar: el tramo de Ferrol a Coruña y la conexión de Vigo con Portugal. Pero también la mejora de los trayectos Lugo-A Coruña y Vigo-Ourense.

Si hubiera que pensar en algo a lo que parecerse sería mejor tener en la cabeza el Ranstad-Holland, otra realidad atlántica. Por cierto que Galicia está enfrente de una de las rutas marítimas más transitadas del mundo, hecho que aprovecha muy poco, pero que le depara de cuando en cuando un Prestige. Sus puertos tienen mucho margen para el crecimiento.

Como decíamos, una de las dialécticas reales más evidentes en este momento es la que existe entre los que quieren hacer del Gran Madrid una todavía más enorme concentración de poder y actividad económica para impulsar una concepción unitaria de España y aquellos que intentan articular España en base a su diversidad y pluralidad y, en definitiva, distribuir de un modo más horizontal el poder político y el económico.

Ahora bien, sucede que esa dialéctica reviste una nueva forma a través de las nuevas regiones económicas que se están configurando como producto de la globalización y la integración en la Unión Europea.

Galicia y el Norte de Portugal conforman una de ellas que, sin embargo, por algún extraño motivo, parece quedar fuera del radio de atención de la opinión pública. Y, desde luego, su potenciación no suele plantearse como asunto de Estado. Sin embargo, Alberto Nuñez Feijóo, Ana Pontón, Valentín G. Formoso –los líderes gallegos–, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz podrían y deberían ponerse de acuerdo al menos en esto.

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Antón Baamonde es ensayista y profesor. Su última publicación es Unha Nova Olanda. De Ferrol ao Porto: as cidades galegas e o Norte de Portugal no escenario global (Galaxia, 2021).

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