Los ‘pieds noirs’ israelíes: entre la ética y la estética

Álvaro Zamarreño

La sociedad israelí pudo elegir ser Sudáfrica. Pero la ensoñación de que pueden acabar definitivamente con el pueblo de Palestina era demasiado atractiva. Embriagados de matonismo, han decidido que, en lugar de Sudáfrica, van a ser Argelia. Van a ser los pieds noirs de Argelia. 

Los pieds noirs eran colonos franceses que, en muchos casos, llevaban varias generaciones viviendo en Argelia cuando la ocupación colonial se hizo improrrogable. Su anhelo de permanecer en el lugar que llamaban "casa" era natural. Y pudo haber sido compatible con la voluntad de los argelinos de lograr su libertad. Eso requería un primer paso, y es el de reconocerse como colonos de la potencia ocupante. Sólo desde ese sincero punto de partida podrían haber explorado una solución para quedarse. Pero eran una minoría con voluntad de seguir imponiendo su criterio a una mayoría oprimida. 

La sociedad colona israelí es una minoría entre el Jordán y el Mediterráneo. Pero para sus varios millones de personas, ese lugar es su casa. Han nacido allí, y es natural que allí deseen seguir viviendo. Como en el caso de los pieds noirs, eso no era imposible. Sí era difícil, políticamente arduo, pero no inviable. Sólo requería una premisa, y es la de reconocer la existencia del pueblo de Palestina y la ilegitimidad con la que la Europa colonial le usurpó su tierra. 

Pero la sociedad israelí ha decidido, en múltiples pequeños pasos, seguir el modelo de Argelia, en lugar del de Sudáfrica. Y, cuando se han visto con los medios y la oportunidad, no han dudado en perpetrar un genocidio, asesinando a miles de personas y utilizando todos los instrumentos de poder que la historia del siglo XX nos enseñó en sus más crueles hechos para destruir a la sociedad palestina. Y mantienen una voluntad continuada de perseguir ese objetivo. 

No lo van a conseguir, y van a seguir el camino que siguieron los pieds noirs de Argelia a partir de los 60. A muchas personas que ven la realidad de Palestina desde otras partes del mundo esto les parece evidente. Sólo a los europeos –y a sus satélites políticos y culturales– se les escapa por completo. Durante todos estos meses de genocidio agudo, muchas personas renegaban de esa palabra, genocidio. Paradójicamente, no rechazaban que los crímenes que lo constituyen se estuvieran produciendo. En muchos casos incluso los justificaban. Era, es, la atribución del concepto de genocidio lo que rechazan. 

Un genocidio es un conjunto de crímenes resumidos en una palabra que nos ayuda a dar la dimensión ética que le otorgamos a su ejecución. Y esa dimensión ética es la que asusta a los europeos y sus aliados. Un pilar esencial para la supervivencia de ese Estado es el de atribuir a su sociedad una identidad como la nuestra. Y, si los integrantes de esa sociedad son como nosotros y están perpetrando un genocidio, esto quiere decir que nuestros valores no son incompatibles con ese crimen de crímenes. Lo que debería haber llevado a un "no en nuestro nombre" ético, ha llevado a las sociedades europeas –con alguna excepción, como la española–, a un "no en nuestro nombre" estético: si no me gusta lo que están haciendo, simplemente niego que esté sucediendo.

Lo que debería haber llevado a un "no en nuestro nombre" ético, ha llevado a un "no en nuestro nombre" estético: si no me gusta lo que están haciendo, simplemente lo niego

En 2024 me pidieron una intervención sobre la situación en Gaza. En ella aparecía la palabra genocidio que, a esas alturas y en ese contexto, ya no provocaba problema. Pero en un momento dado se mencionaba la existencia de grupos paramilitares israelíes en Cisjordania. Se me pidió evitar esa expresión y lo acepté, en parte porque no era esencial en mi intervención y en parte porque entendía el proceso mental que llevaba a su rechazo: era demasiado pronto para atribuir categorías que asignamos a aquellos que no son como nosotros a una sociedad que la mayoría de europeos sigue percibiendo como similar. 

Usamos los conceptos para resumir en una palabra realidades complejas y facilitarnos la vida. Si hablamos de milicias o de grupos paramilitares actuando en Cisjordania contra la sociedad palestina, es porque con una o dos palabras damos mucha información. Cuando grupos armados actúan contra población civil buscando que, por medio de la violencia directa o del miedo que genere esa violencia, abandonen un lugar, ya me contarán de qué estamos hablando. 

El ejemplo más claro de ese rechazo estético a atribuir a alguien que es como nosotros crímenes de quienes no son como nosotros es el de la violencia sexual. La violencia sexual es un recurrente arma de guerra en todo conflicto. Así está documentado desde hace décadas. Pero el uso de la violencia sexual –contra hombres y mujeres– por parte de las milicias sionistas antes de 1948 y por parte de militares israelíes a partir de esa fecha es algo de lo que se habla bastante poco. En muchos casos, porque documentar estas cosas no es sencillo. 

En los últimos años se han publicado estudios históricos e informes de varias organizaciones internacionales sobre el uso de violencia sexual contra la población palestina. Pero la peor propaganda lleva desde 2024 difundiendo leyendas que atribuyen una especie de pulsión violadora innata en los milicianos palestinos. La idea del moro violando a nuestras mujeres es casi un icono pop de lo peor de la cultura colonizadora europea. 

Asusta pensar que nuestros valores no son ninguna protección contra las mayores atrocidades y que soldados que visten como nosotros, van a la playa como nosotros y viajan por el mundo alojándose en Airbnb, como nosotros, violan a hombres y mujeres en Palestina. ¡Si luego vienen de turismo a nuestro país y se les ve muy como nosotros paseando por la Gran Vía o la Rambla! Quizás es porque nos asusta pensar que, si ellos son como nosotros, nosotros somos un poco como ellos. Ojalá diéramos el siguiente paso, que es el de asumir que también los palestinos son como nosotros. Pero eso llevaría a tener que aceptar que los israelíes han elegido ser pieds noirs y que ellos y su enclave colonial van a seguir su mismo camino.

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Álvaro Zamarreño es periodista y ha informado sobre Palestina durante dos décadas.

La sociedad israelí pudo elegir ser Sudáfrica. Pero la ensoñación de que pueden acabar definitivamente con el pueblo de Palestina era demasiado atractiva. Embriagados de matonismo, han decidido que, en lugar de Sudáfrica, van a ser Argelia. Van a ser los pieds noirs de Argelia. 

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