El sabio musulmán que nos descubrió el horizonte

Los defensores de la superioridad de la civilización occidental suelen acompañar sus ensoñaciones con una pregunta maliciosa: ¿Qué nos han dado a nosotros los musulmanes? La lista, claro, es tan extensa como su ignorancia: la mezquita de Córdoba, la Alhambra, los regadíos, miles de las palabras de nuestro idioma, exquisita literatura erótica como El collar de la paloma de Ibn Hazn, la cultura arrocera que hizo posible nuestra paella. La enumeración es interminable. Pero si hubiera que elegir aquella aportación que más ha marcado nuestra cultura y nuestra historia, esta sería, sin duda, el horizonte.

Se la debemos al astrónomo, matemático y óptico, nacido en Basora el 965, Abu Ali al-Hasan Ibn al-Haytham, también conocido como Alhazén. Sin sus investigaciones con la cámara oscura, invenciones como, por ejemplo, la fotografía o el cine hubieran sido impensables. Pero, sobre todo, las traducciones de su obra a partir del siglo XIII permitieron a los artistas del Renacimiento introducir la perspectiva en sus cuadros. Lo conseguían uniendo con una línea invisible el ojo del espectador y un punto de fuga situado en el lienzo. Con la perspectiva, el horizonte entró en la pintura. Y también en nuestro imaginario.

Esta representación del horizonte, como ha observado la videoartista y crítica alemana, Hito Steyerl, abonó en las mentalidades europeas la idea de un plus ultra, un espacio ignoto más allá de aquella línea imaginaria, que era posible alcanzar, descubrir, conocer e incluso dominar. Se sentaban así las bases del imperialismo. Pero, además, la abstracción de este imaginario más allá alcanzable en el espacio y el tiempo posibilitó una idea crucial para la razón ilustrada, la de progreso. Nada de esto, clave para la civilización occidental, hubiera sido posible sin los estudios de Abu Ali al-Hasan Ibn al-Haytham.

En cualquier caso, este éxito del horizonte partió de una trampa. Permitía que en la lógica de la razón ilustrada se colara un sentimiento irracional: la esperanza. Esa simbiosis entre razón y esperanza, sin embargo, desapareció hace tiempo. Steyerl fija la escisión en un cuadro de Turner: El barco de esclavos (1840). El lienzo representa el momento en que un buque negrero arroja por la borda a muchos de los esclavos que transporta. Su composición contiene varios puntos de fuga, rompiendo con la perspectiva lineal y convirtiendo en imposible el horizonte. Sin horizonte ni esperanza, todo el protagonismo pasa al crimen que representa el lienzo. Tras esta ruptura artística vendrían dos guerras mundiales, Hiroshima y Nagasaki, el Holocausto judío, el Gulag, Vietnam, Irak... La razón perdía toda esperanza y el mundo se quedaba sin horizonte.

La izquierda, heredera de la Ilustración, no fue inmune a la pérdida. Lo dejaba patente un viejo chiste soviético: Durante su visita a una fábrica, uno de los obreros le preguntó a Nikita Krushev: “Camarada, ¿cuándo pasaremos del socialismo al paraíso comunista?” El líder soviético tomó por el hombro al trabajador y le dijo: “Camarada, ya vemos el comunismo en el horizonte”. El obrero, intrigado por la respuesta, lo primero que hizo al llegar a su casa fue consultar el diccionario. Y allí encontró la siguiente definición: “Horizonte: línea imaginaria que separa el cielo y la tierra que cuanto más nos acercamos a ella, más se aleja”.

Huérfana de horizonte y esperanza, la razón se desprendió de su afán ilustrado para cobijarse desde finales del siglo XX en lo que Peter Sloterdijk denominó razón cínica. Su funcionamiento es demoledor: la sociedad está perfectamente informada, conoce los problemas –de la desigualdad al cambio climático –, pero cínicamente opta por ignorarlos como si no pasara nada. La razón cínica se adaptaba así a las necesidades del discurso conservador y del capitalismo neoliberal. Carlos Mazón es, en este sentido, su mejor ejemplo: un presidente autonómico, informado de unas inundaciones que acabarán causando 229 muertos, pero incapaz de encontrar motivo alguno para abandonar su larga sobremesa en El Ventorro.

Pero, a diferencia de la autocomplacencia de Mazón, la razón cínica ha sumido a la mayoría social en un insoportable desasosiego, un sentimiento de angustia como el experimentado por aquellos personajes de El ángel exterminador (1962) de Buñuel, a los que una fuerza misteriosa impedía abandonar la mansión donde celebraban una fiesta. Estas sensaciones no son ajenas a la nueva percepción del espacio que se impone en nuestro imaginario. Porque, como destaca Steyerl, el horizonte ha sido sustituido por imágenes captadas desde arriba, que nos aplastan contra el suelo y que eliminan cualquier punto de referencia que permita orientarnos. Son las omnipresentes imágenes de las cámaras de seguridad, de GoogleMaps, de los satélites, de los drones. 

Si el horizonte abrió la puerta a la esperanza, estas imágenes provocan desesperación y miedo. Gaza es su gran paradigma: cientos de miles de personas atrapadas en un pequeño espacio cerrado, deambulando sin rumbo bajo la mirada de unos drones que les observa y asesina. No es extraño que Hitchcock y el cine de terror fueran pioneros en utilizar este tipo de planos cenitales. Tampoco sorprende que este imaginario visual le resulte propicio a una ultraderecha que hace del miedo su razón de ser. Y que, como antídoto a la desorientación, nos ofrece el brutal consuelo del odio. Si la razón cínica legitimó “democráticamente” al neoliberalismo, hoy este cinismo irracional busca consensos para un capitalismo que ya no puede reivindicarse en las profecías de Milton Friedman y que ha roto definitivamente con la democracia.

Cuando logramos cambiar el miedo por la rabia, el odio por la solidaridad, podemos superar la paralizante razón cínica sin caer en el cinismo irracional del fascismo

En este contexto, ¿será posible volver a conciliar razón y emoción en un proyecto emancipador o, al menos, de convivencia? Paradójicamente, las protestas contra el genocidio en Gaza nos demuestran que sí. Cuando logramos cambiar el miedo por la rabia, el odio por la solidaridad, podemos superar la paralizante razón cínica sin caer en el cinismo irracional del fascismo. De ahí la virulencia con que conservadores y ultraderechistas atacan e intentan denigrar, por todos los medios, la causa palestina.

¿Es posible recuperar los horizontes? No será fácil, pues las enseñanzas de Abu Ali al-Hasan Ibn al-Haytham ya no son suficientes. Habrá que tener presente, por ejemplo, las palabras de Ángel González: “sin esperanza, con convencimiento”. Porque esos nuevos horizontes —en plural pues deberán incluir múltiples miradas— no tendrán ya la ilusa esperanza de antaño y deberán construirse sobre esa fe laica que reclamaba el poeta. Hoy el autoritarismo del odio se presiente inevitable, es cierto. Pero también es cierto que, como nos recuerda Franco Bifo Berardi, en ocasiones, cuando ya estamos rendidos a lo inevitable, ocurre un extraño milagro que hace posible lo imprevisible.

_________________

José Manuel Rambla es periodista.

Los defensores de la superioridad de la civilización occidental suelen acompañar sus ensoñaciones con una pregunta maliciosa: ¿Qué nos han dado a nosotros los musulmanes? La lista, claro, es tan extensa como su ignorancia: la mezquita de Córdoba, la Alhambra, los regadíos, miles de las palabras de nuestro idioma, exquisita literatura erótica como El collar de la paloma de Ibn Hazn, la cultura arrocera que hizo posible nuestra paella. La enumeración es interminable. Pero si hubiera que elegir aquella aportación que más ha marcado nuestra cultura y nuestra historia, esta sería, sin duda, el horizonte.

Más sobre este tema