Torrejón, un modelo mortal Pilar Velasco
Cuando se dice que la clase política no es más que un reflejo de la sociedad que tenemos, se quiere decir que ellos y ellas, servidores públicos con diversas maneras de entender gobiernos, son elementos que surgen de la cultura de una sociedad como un elemento primordial de aprendizaje y de desarrollo de sus naturalezas. No hay nada que nos pudiera hacer pensar que las características de la clase política difieren de las de el común de los mortales, en sus aciertos y en sus errores, en las voluntades y en las maneras de afrontar los problemas; pero también en la envidia, en la avaricia y en la corrupción como formas propias de los individuos que viven en colectividad. Somos mujeres y hombres provistos de lo mejor y de lo peor de nosotros mismos, de la fuerza de la moral y el matiz de nuestros comportamientos más amorales; somos, en definitiva, de la naturaleza de lo humano.
Heráclito advirtió de la necesidad de limpieza de las sociedades cuando estas tienden a la descomposición, entre otras razones, porque los individuos surgidos de esa limpieza podrían construir desde lo vivido, pero también con la intención de no repetir los errores del pasado. “A todo animal hay que llevarlo a pastar a golpes”, decía. El presocrático dibujó el escenario de las guerras como cauce hacia la armonía, el conflicto para abrir el camino hacia un tiempo nuevo.
Salvando las distancias éticas con Heráclito, no podemos dejar pasar, no obstante, ese comportamiento natural propio con el que tendemos a repetir conductas, a afianzar comportamientos y a olvidar para caer de nuevo en el error; pero tampoco deberíamos olvidar la necesidad (o la capacidad) de parar para reconstruir, de detenernos a pensar para iniciar el paso con firmeza y conocimientos nuevos, de acudir a la reflexión para no tener que acudir a la guerra.
La crisis a la que se enfrenta el PSOE es muy elocuente de lo que trato de decir. Las conductas de sus secretarios de Organización, en el nivel más alto de la cúpula de dirigentes, albergaban características propias de conductas humanas, atendiendo, no al recorrido de las leyes que les ponen coto, sino a esa libertad propia de lo humano donde la prepotencia, el narcisismo, la amoralidad y los movimientos para alcanzar poder, componen las figuras de los manipuladores y los corruptos. Son pocos, pero son; ponen a las organizaciones políticas al borde de la quiebra y alteran el ritmo de los países montados en sus propósitos, en sus ambiciones y sus majaderías. En definitiva, nada que no hayamos vivido a poco que nos acerquemos a los flujos de las sociedades que tratamos de habitar.
Así las cosas, los procesos de limpieza son absolutamente necesarios. No permitir que se enquiste la idea de renovación, trabajar para que el daño no alcance a otras y otros dirigentes, absorber la fuerza del golpe para no perjudicar a toda la estructura, es condición indispensable. Pero, ¿quién le pone el cascabel al gato? Acercarse a las garras de este felino supone salir arañado hasta las cejas, pero también comprometer a alguien que, libre de culpa, sea capaz de llevar a la plaza pública a los elementos que han propiciado el desastre. ¿Y quién está libre de culpa si las investigaciones, tal y como apunta la UCO, no han terminado todavía? ¿Quién puede ser, entonces, el Juan sin miedo?
En la película de Luc Besson Nikita, un personaje llamado Víctor acudía a limpiar el espacio en donde una misión había fracasado. A la voz de “Víctor, limpiador”, el eficiente trabajador llegaba a los domicilios para ponerse manos a la obra. No digo yo que con los mismos recursos que los empleados por Víctor, pero sería necesaria la figura de ese limpiador, sin prejuicios y sin más escrúpulos que los de salvar a la organización política del absoluto descalabro, para limpiar las estructuras dañadas y ofrecer algo nuevo a la ciudadanía. Pero, ¿quién? ¿Podría ser Eduardo Madina el elegido por los grupos de presión a Sánchez?
Atendiendo a las opiniones de algunos barones del partido, con Page a la cabeza, no es de extrañar que demanden con rapidez una solución, entre otras razones, para que el viento de la corrupción que ahora sacude al PSOE no se cuele en los propósitos electorales de las ayuntamientos y las comunidades autónomas.
Así las cosas, los procesos de limpieza son absolutamente necesarios. No permitir que se enquiste la idea de renovación, trabajar para que el daño no alcance a otras y otros dirigentes, absorber la fuerza del golpe para no perjudicar a toda la estructura, es condición indispensable
A riesgo de que el efecto Sánchez acabe con toda la hierba que puebla el camino hacia la cita electoral de 2027, los dirigentes autonómicos y locales tienen el miedo propio de aquel que ve el precipicio cada vez más cerca de su paso y es incapaz de detenerse. La crisis abierta en el PSOE puede acabar con el partido, con más de ciento cuarenta años de historia y con la credibilidad, desde esa izquierda moderada, que tuvo tiempos de gloria en democracia. Tres individuos (a fecha de hoy), atendiendo a esa fuerza natural que los sitúa en el lado más detestablemente humano, han puesto a temblar las estructuras de un partido político, de un gobierno progresista, pero también de nuestro tiempo.
Ninguna comunidad está exenta del oprobio, de la iniquidad, de la mentira, de la corrupción; pero tenemos que saber detener a quienes se instalan ahí donde la moral, ese instrumento para hacernos mejores, tiende a ser olvidada.
Limpiar para renacer, que diría Heráclito. Pero limpiar también para seguir creyendo que es posible hacerlo.
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Javier Lorenzo Candel es poeta.
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