Washington, órbita Ucrania

Pere Joan Pons

Las mid-term en Estados Unidos abren la puerta al final del tiempo de Trump, obligan a repensar la polarización creada a conciencia para dinamitar el sistema y certifican que los ciudadanos con su voto quieren soluciones reales a los problemas a los que se enfrentan y no un test de estrés permanente sobre el estado de su democracia.

Observar unas elecciones como las norteamericanas y a la vez ser el responsable de toda la misión de la Asamblea Parlamentaria de la Organización de Seguridad y Cooperación en Europa (OSCEPA) ha sido una doble oportunidad.

Por un lado, oportunidad por estar a pie de urna al lado de los votantes de un Estado como el de Virginia. Por otro, oportunidad por poder liderar la misión de más de 150 observadores, la mayoría diputados y senadores de más de 30 países, y elaborar el informe final que hemos publicado con las primeras conclusiones de unas elecciones que venían sobre todo contextualizadas por el asalto al Capitolio de enero de 2021.

Esa fue la impresión. La Casa Blanca, mucho más blindada y protegida que antaño, mucho menos accesible. Y en los briefings de las autoridades americanas, una percepción de que las elecciones de medio mandato, las mid-term de este 2022, iban a ser un indicador de la salud democrática del país y una puesta a punto para las elecciones presidenciales que están ya a la vista. Muchos intentaron que fuera un doble referéndum, a Biden por un lado, y a la fuerza de la democracia por otro.

A pie de urna, todos los colegios electorales que visitamos la mayoría de observadores —estamos limitados a 15 Estados pese a la invitación del Departamento de Estado de Estados Unidos— parecían teñidos de una atmósfera de calma racional. Menos tensión en la calle que la polarización de los medios, el lenguaje violento de algunos candidatos y candidatas e incluso las amenazas a diversos agentes electorales de las últimas semanas por parte de grupos radicalizados. La mayoría de los 150 observadores tampoco detectaron en la jornada electoral un ambiente como en el 2020 y en el que Donald Trump había lanzado una sombra de sospecha sobre todo el sistema pocas horas después de iniciarse el recuento. Y cuestionar el recuento es en realidad dejar una sombra de duda sobre la limpieza electoral, algo que por ejemplo Al Gore nunca llegó a insinuar.

Cierto, el sistema norteamericano, como sobre todo definieron todos los activistas, lobbystas y agentes de la Administración con los que nos reunimos, tiene diversos grandes vértices sobre los que pivota. Es un sistema descentralizado hasta el extremo y que tiene muchas diferencias entre Estados, lo que hace el recuento interminable, carece de una estructura federal que lo coordine y que pueda aglutinar todo el proceso, y de acuerdo con la Constitución la libertad de expresión permite tal inflación permanente del gasto que hace de las famosas “carreras” por los diversos puestos una auténtica locura inversora y cada vez más en el propio relato, muchas veces muy polarizado. Este año, se han superado los 9.000 millones de dólares en el conjunto de la campaña, algo que los americanos tampoco aprecian en demasía, según diversos think tanks con los que nos reunimos.

Una inflación de las campañas que se suma al ya conocido 'redistricting', que se realiza cada 10 años y que un reconocido semanario británico de mucho prestigio ha definido como la reconfiguración del mapa electoral para que el territorio de los electores sea más propicio a los candidatos encargados de remodelar las zonas electorales a las que se presentan. O sea, como dice el semanario, que con estas reformas del mapa electoral, los electores no eligen a sus candidatos, sino que los candidatos eligen a los electores. Por supuesto, en muchos casos este tipo de reconfiguración acaba delante de un juez.

En estas elecciones, sin embargo, el sistema electoral ha sobre todo sufrido un stress test emocional que venía condicionado por el cuestionamiento de Donald Trump de 2020 y los altercados de enero de 2021. Todo parecía en vilo en un clima mediático en el que las redes sociales más radicalizadas lanzaban eslóganes como “lo normal es que te roben el resultado”. Un clima en el que durante las semanas previas los agentes electorales han recibido presiones, insultos e incluso amenazas de muerte. Todo ello provocado por una polarización sin precedentes en un marco en el que, curiosamente, los temas que preocupan son muy parecidos a los de nuestro país. Principalmente, la economía, la inflación, el coste de la vida, la crisis energética, además del coste de la vivienda. ¿Les suena? El derecho al aborto, la criminalidad, la política exterior, el futuro de la democracia también han sido otros temas que han dividido al país en unas elecciones que han vuelto a provocar una activa participación, tanto del voto prematuro —hay Estados que pueden votar desde 45 días antes— como en la propia jornada electoral.

En algunas de las conversaciones con personas que iban a votar una u otra opción había una sensación de necesidad de moderación, de ocuparse de los temas que importan, y de preservar su Democracia, en mayúsculas

La presión sobre el sistema electoral, la polarización de la campaña, la radicalización en las redes sociales, la agresión al marido de Nancy Pelosi, la narrativa de una ola republicana ante el peor gobierno de la historia, la inflación sin límites de los costes globales de la campaña, la reconfiguración del mapa electoral a la carta de los elegidos, las acusaciones de fraude, la intimidación a los agentes electorales que están a pie de urna, el debate sobre el aborto o la criminalidad, la inmigración, la inflación o los precios de la gasolina por la crisis energética no han sido suficientes para crear un caldo de cultivo que pusiera por encima de todo en peligro la democracia de nuevo.

A pie de urna en el Día D, y durante la semana que he pasado entre expertos y autoridades norteamericanas encargadas de seguir, evaluar y monitorear las elecciones, he encontrado una lectura bien diversa a la de una explosión social como la que se intentó construir en enero del 2021. De la inflamación a la razón me ha parecido ver este trayecto de un año. De la tensión al orgullo de votar en una democracia robusta y consolidada, muy transparente y por ello con muchas de sus fragilidades bien visibles. Sin embargo, me ha parecido que los ciudadanos norteamericanos han expresado una cierta conexión simbólica con el espíritu y el momento Ucrania, pese a estar muy lejos de allí.

En algunas de las conversaciones con personas que iban a votar una u otra opción había una sensación de necesidad de moderación, de ocuparse de los temas que importan, y de preservar su Democracia, en mayúsculas. 

Tuve la impresión de estar en Washington, con ciudadanos y ciudadanas en órbita Ucrania. Muy conscientes del tiempo complejo en el que vivimos, y que ni era el momento de una ola republicana que fuera la palanca de un nuevo tiempo Trump, ni el momento de poner en cuestión el modelo electoral descentralizado que tienen y ni mucho menos de enzarzarse en prohibiciones como la del derecho al aborto, que por cierto todo indica que ha movilizado a mucha gente joven.

Como si su capital estuviera en la órbita Ucrania, en la tensión prudente de un cambio de época de la que los Estados Unidos tienen que proteger su liderazgo preservando su esencia de democracia global por excelencia.

Ahora, como nos dijeron durante las reuniones, el objetivo ya son las presidenciales. La campaña ya está en marcha sin finalizar el recuento de las mid-term. Una democracia, pese a su complejidad, que no para de estar en perpetuo movimiento.

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Pere Joan Pons es diputado por Baleares del PSOE y vicepresidente de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE. Ha sido el jefe de Misión de la Observación Electoral de esta organización en este 2022 .

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