Arte

El 'artista golondrina' que escapó del corralito

Víctor Omar Torres es el antónimo de la resignación.

Engrosar la lista del paro no fue impedimento para seguir pidiéndole a la vida. Víctima laboral de la crisis del corralito en Argentina, país que le vio nacer, ahora es un artista que encandila a los paseantes de la bahía de la Concha en Donostia con la pintura. No es pintor de corte ni de brocha gorda. Tan sólo se vale de sus dedos manchados con diferentes colores para ilustrar paisajes. Con el dedo índice bosqueja la isla de Santa Clara, con el corazón la luna y con el índice el monte Igeldo. Desde esta colina suele tirarse en parapente para guardar en la retina los encantos de la ciudad que le acoge desde hace doce años.

Unta los dedos en la paleta y comienza su viaje de tres minutos. "Pinto desde mis recuerdos, mi imaginación o desde el paisaje que tengo delante de mis ojos. Siempre con lucidez y concentración, porque o sino es imposible y sale espeso", explica mientras va creando su nueva obra.

"Llegué una noche a San Sebastián tras vivir el desempleo en mí país. Al día siguiente me enamoré de esta ciudad", explica este argentino de Río Tercero (Córdoba), que tiene cuatro hermanos que también pintan. "Es una tradición familiar", dice.

El "artista golondrina" no siempre lo fue. Es un electricista y albañil reciclado en pintor. A principios de siglo estalló en Argentina la crisis del corralito y Víctor Omar pasó a engrosar la lista del paro. Lejos de buscar la suerte cruzando los dedos, los mojó en pintura.

"Soy artista golondrina, hago el verano en Sudamérica y luego vengo a San Sebastián. Hice de la pintura un vehículo para desplazarme. He estado en Venecia, Pisa, Roma, Mónaco...", explica mientras continúa dibujando el paisaje en su azulejo de 15x20. "Cada imagen es original, nadie se lleva el mismo, porque no tengo una idea fija. Dejo fluir la mente y voy dibujando. Para mí esto es tan sencillo…", comenta. "¡Mamá, mira lo que hace este señor!", advierte una niña que mira asombrada junto a otros curiosos.

Su puesto lo preside un cartel que alude a Donostia, capital de la cultura 2016, que no lo retira ni cuando pinta en Viña de Mar (Chile). "No pienso retirar el cartel, no me paga el Ayuntamiento. Es un símbolo de gratitud a la gente de esta ciudad. Me hacen sentir en un escenario, valoran mi trabajo y gracias a ellos me siento un artista", cuenta agradecido.

Unas jóvenes violinistas amenizan con música a los visitantes que multiplican la población de San Sebastián en estas fechas de la Semana Grande. Los bertsolaris improvisan canciones en euskera en la Plaza Easo, los pelotaris golpean el frontón de la Plaza Trinidad a ritmo de paxaka, un deporte parecido al tenis y jugado con la mano, que surgió en el año 1200. Otros pasean por la parte vieja de esta ciudad respirando la libertad que un día vieron privada por el terrorismo.

En todo este ambiente, Víctor Omar da sus últimas caricias al azulejo y le invade un recuerdo que no vivió. "Me ofrecieron pintar en un crucero y desistí. Creo que era demasiado tiempo en un barco", sostiene, mientras sigue mezclándose con la vida y retratándola.

"Mi momento más especial fue cuando levanté aplausos por una puesta de sol. Entiendo que a un músico lo aplaudan, pero a mí me llamó mucho la atención", recuerda emocionado. Cuando la realidad del desempleo provocó que sus dedos se alejaran de los cables, del yeso y fueran condenados a firmar la cartilla del paro cada mes, él decidió coger el parapente y volar a España. Aterrizó en Donosti. Una parada más en su viaje siempre a contracorriente. La gente aprecia su arte, pero desconoce su historia.

Es la una de la mañana. Se escuchan los últimos truenos de pirotecnia. El carrusel de Alderdi-Eder hace horas que dejó de girar. El argentino apaga el flexo y recoge su atril tras más de quince horas sentado. Quizás nunca llegue a conocer el éxito de Pablo Picasso, pero cuando a Víctor Omar Torres le llega la inspiración, siempre le pilla trabajando.

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