El cuento de la lechera de los ganadores seguros: el caso de Feijóo, Arenas y Díaz

El presidente del Partido Popular y candidato a la presidencia del Gobierno de España, Alberto Núñez Feijóo.

18 de marzo de 2012, Cádiz. “Por adelantado, muchas felicidades”. El felicitado preventivo, que no en diferido, era Javier Arenas. Así puso el broche Mariano Rajoy, según recogieron las crónicas periodísticas, al mitin el domingo anterior de que se abrieran las urnas para elegir el parlamento autonómico de la novena legislatura de la democracia en Andalucía.

A una semana de aquellas elecciones, celebradas el 25 de marzo, al Partido Popular le sobraban ya los siete días que le quedaban por delante. Arenas había rechazado acudir al debate con los otros dos candidatos, José Antonio Griñán (PSOE) y Diego Valderas (IU), en Canal Sur porque, decía, el ente público no era neutral. No hubo atril vacío pero su ausencia fue la protagonista. El runrún entre los populares era que la cosa estaba hecha.

En el santoral cristiano, cada 25 de marzo se celebra a San Dimas, el buen ladrón, ese malhechor crucificado junto a Jesús que entró en el paraíso en el último momento. Para Arenas, Griñán fue Dimas.

Recordemos: por primera vez en la historia, el PP ganó en votos y escaños pero la suma de PSOE e Izquierda Unida, las únicas formaciones políticas con representación en la cámara autonómica en aquella fecha, situaron al gran hacedor del centroderecha en Andalucía celebrando la nada en el balcón de la calle San Fernando, cuartel general del PP andaluz. “Hasta aquí hemos llegado”, dijo. Una legislatura más el PSOE seguiría en el poder.

Al día siguiente el Abc tituló una portada de las que marcan época: “Mayoría relativa, fracaso absoluto”. Tampoco la prensa afín ha podido ocultar el chasco con Alberto Núñez Feijóo tras el 23J.

Como en el caso del gallego, Arenas, dilecto ministro y fontanero en los ejecutivos de José María Aznar, tenía todo, absolutamente todo, a favor: sin excepción, todas las encuestas le daban ganador, se publicaban muchas menos que ahora, sí, pero sus tendencias eran, ayer como hoy, determinantes para el estado de ánimo de los partidos; tan sólo la duda de aquella demoscopia era cuantificar lo profundo que caerían los socialistas, con la moral por los suelos ante un mapa pintado de azul en las municipales celebradas en 2011 cuando todas las capitales cayeron del lado del PP.

Entonces como ahora, también la opinión publicada había sonado monocorde durante meses y para sembrar la sospecha de lo que encontrarían a su llegada a la Junta los dirigentes del PP usaban mucho una coletilla: “Vamos a entrar con luz y taquígrafos”. La jerga era ya conocida y gustaba de aventarse en cada comicio.

En el que fue su cuarto intento como candidato a la presidencia de la Junta, el contexto sociopolítico no le podía ser más favorable: Rajoy llevaba unos meses como inquilino en la Moncloa tras arrasar con 186 diputados contra el PSOE que le había tocado encabezar a Rubalcaba tras Zapatero, ahogado por la gestión de la crisis. Además en Andalucía, tras los primeros meses de instrucción de los ERE, en el PSOE-A empezaban a darse cuenta que aquel caso se le estaba yendo de las manos. Sus consecuencias políticas aún se pagan.

Tal era el viento a favor que, en corrillos en off y también en alguna entrevista, Arenas despachaba los nombres de los consejeros que trabajarían a sus órdenes en el Gobierno de la Junta de Andalucía sin mucho miramiento.

Antonio Sanz, lugarteniente arenista en todas sus etapas, sería su consejero de Presidencia. "Estará en todos los equipos que me toque formar", confirmó el candidato popular en una entrevista en Efe. El propio Sanz ha reconocido en petit comité con el tiempo que el de la Presidencia era su cometido, cargo que 10 años después, como si fuera recompensa a una fidelidad a las siglas inquebrantable, le ha encomendado Moreno Bonilla en su Ejecutivo de la mayoría absoluta tras las andaluzas del 19J.

En aquellos días, los emisarios de Arenas hacían su trabajo y la prensa afín lo que entendía que era el suyo, es decir, dar por hecho lo que le contaban. Habría un gobierno con menos carteras. Habría muchos alcaldes entre sus consejeros: Carlos Rojas (Motril), Ángeles Muñoz (Marbella) y Pedro Rodríguez (Huelva) figuraban estaban en las quinielas. Habría equilibrio territorial entre provincias, con nombres como Patricia del Pozo (Sevilla) o Gabriel Amat (Almería). También sitio para figuras punteras como Elías Bendodo, entonces presidente de la Diputación de Málaga. Y hasta un nombre de relumbrón como Antonio Garrido, ya fallecido, ex director del Instituto Cervantes de Nueva York, como responsable de la consejería de Cultura. Por tener, el Gobierno del PP tendría hasta una “primera dama andaluza”, Macarena Olivencia, “una discreta abogada al lado del líder”, según publicó el Abc de Sevilla.

En aquella época, en el PP andaluz y en sus círculos de influencia se dormían por las noches con el cuento de la lechera.

En las semanas previas al 23J, también ha habido baile de ministrables más que manoseados en la prensa, los corrillos y las tertulias. Y no han sido pocos los editores de medios que han pedido estos nombres entre las delegaciones autonómicas de sus medios: “¿Quién va a venir de ahí?”, era la pregunta.

Desde Andalucía, siempre se daba un nombre: Juan Bravo, gurú económico en Génova. Tal era el convencimiento de que el ex consejero de Hacienda estaría sentado junto al presidente Feijóo que, según ha podido conocer infoLibre, hay al menos un cargo de confianza en su etapa de la Junta que ya había comprometido alquileres en la capital de España. Por la misma razón, que nombres de funcionarios andaluces en comisión de servicios en altos cargos ligados al PSOE del Gobierno de España ya habían empezado las conversaciones para regresar a sus puestos.

Ahora, es papel mojado, pero en el PP, en su entorno y entre quienes transcribían su aura ganadora, daban por hecho la entrada en el Consejo de Ministros de Borja Semper o Elías Bendodo, así como una renovación total en las direcciones de instituciones del Estado, como el CIS, Correos y RTVE. Así se publicó en El Mundo. "Lo más importante es poner al frente a profesionales independientes. Hay que despolitizar las instituciones", recogía en fuentes la pieza.

“Ya no hay una identificación tan férrea con los partidos”

¿Fue un espejismo?, ¿fue una mala gestión de las expectativas?, ¿qué grado de culpa tienen las encuestas? La sociología y la ciencia política tratan estos días de analizar qué ha pasado. Silvia Clavería, profesora de Ciencia Política en la Universidad Carlos III, subraya la complicación que supone hacer pronósticos en un sistema de partidos tan fragmentado como el actual. “La gente no se decide hasta el último momento y ya no hay una identificación tan férrea con los partidos como hace 25 años”, apunta sobre las variables demoscópicas que operan en el voto desde 2015, con la entrada de los nuevos partidos –ya no tan nuevos o casi extintos– en liza.

Ante el fracaso de las encuestas, Clavería es más cauta y recuerda que “había un 75% de probabilidades de que esta actual situación de bloqueo no pasara, pero es que había un 20 o 25% de que sí, y es lo que actualmente se ha dado”. Y también recuerda que el relajo del ruido en torno a las encuestas de la última semana, cuando ya no se pueden hacer públicos los sondeos, favoreció que el votante progresista o de rechazo a la extrema derecha reflexionara su voto y se decidiera a coger la papeleta el 23J.

En estos casos no hay nunca una razón concreta sino un cúmulo de circunstancias. Para Luis Miller, sociólogo e investigador del CSIC, “queda mucho por investigar y definir”, razona cauto aunque coloca un concepto sobre la mesa: la overconfidence, el exceso de confianza, que “afecta mucho más a los hombres que a las mujeres”. En este caso, tanto de los electores de derechas que se relajaron y no fueron a votar, como del candidato, un Feijóo sobrado como quedó retratado de manera evidente después del cara a cara que pareció hundir sin remedio a Sánchez.

Esa overconfidence es descrita en el mundo anglosajón con el refrán Don't Count Your Chickens before They're Hatched (no vendas los pollos antes de que nazcan) y en España, tirando de refranero, varios analistas advirtieron que el PP estaba vendiendo la piel del oso antes de cazarlo y que eso podría crear, como describió Eva Baroja, un efecto underdog (perro apaleado) a favor del PSOE en el sprint final. Y tanto. De convertir el insulto en reclamo ha hecho un máster este PSOE.

Ha sido tan palmario el posicionamiento de algunos líderes de opinión que no se descarta que la movilización del voto progresista y, sobre todo, del voto joven que se informa –opina, se posiciona y califica vía redes sociales–, también venga de ese lado. “Hay una polarización en la política pero también mucha división entre el periodismo o la opinión que han ejercido algunas voces”, opina Miller, que ha analizado este retrato sociopolítico de la pasada legislatura en Polarizados. La política que nos divide (Deusto, 2023). Y junto con los líderes de opinión, también la equivocación de aquellos que confundieron su cometido, como responsables de agencias encuestadoras que han participado de la corriente de cambio como un agente político más, caso de Narciso Michavila, para GAD3.

De Susana Díaz a Hillary Clinton

En la política reciente hay varios casos de espejismos creados por las encuestas ad hoc o de lecheras que no ven las piedras en el camino.

En la otra orilla ideológica, Susana Díaz en las primarias de 2017 es el ejemplo más evidente de mala gestión de las expectativas. Fue, no en vano, desde este episodio donde el secretario general del PSOE empezó a escribir las páginas del manual de resistencia que desde el 23J acumula un nuevo capítulo.

Con Sánchez fuera del Congreso de los Diputados por negarse a la abstención a Rajoy y sin cargo alguno en el organigrama del partido, la presidenta andaluza no dudó de su victoria en primarias. A ella le llevaba en volandas el aparato del partido y a Sánchez, su Peugeot 407 haciendo parada y fonda en la casa de los militantes que confiaban en su proyecto.

Cierto es que la imagen de la líder andaluza, a la que durante años se le retrató como una mujer de Estado y la Merkel del Sur de Europa, en definición de Juan Manuel Marqués Perales en el libro El cambio andaluz. Como perdió el poder el PSOE de Susana Díaz (Almuzara, 2019), salió muy tocada tras aquel sindiós que fue el comité federal de 2016. Pero seguía teniendo de su parte a los popes de los medios y el poder de gobernar con el Boletín Oficial de la Junta de Andalucía. No acabar de una vez por todas con Sánchez no entraba en sus pronósticos.

La militancia habló claro: con una participación del 80% del censo de afiliados, Sánchez obtuvo más del 50,21% de los votos, frente al 39,94% de Susana Díaz y el 9,85% de Patxi López, el tercero en discordia y hoy una pieza clave para engrasar las relaciones con los grupos del Congreso en busca de los escaños que han dado luz verde a la agenda legislativa del Gobierno. Una búsqueda de diálogo que ahora dice querer practicar el PP, pero, como recuerda Miller, el músculo del diálogo hay que entrenarlo a diario y la última vez que el PP lo puso en movimiento fue para sacar adelante los presupuestos con el PNV en 2018.

Volvamos a Susana Díaz frente a la prensa apretando los dientes con un Sánchez que le levantaba el brazo en señal de reconciliación y unión de las facciones socialistas.

A las pocas horas de semejante palo, la presidenta reunió en el Palacio de San Telmo a la prensa política habitual y dictó sentencia: “Me han dado la del pulpo”. Tras aquella aventura de primarias, se centró en la gestión andaluza y al año siguiente, tras las elecciones de diciembre de 2018, el PSOE, con 33 diputados, se quedó por primera vez en la historia fuera de la Junta gracias a la suma de los escaños de los perdedores liderados por Moreno Bonilla, con 26 diputados. Desde entonces es presidente.

Hay ejemplos en el mapa europeo de exceso de confianza. Pero si hay uno en el contexto global por excelencia es el de Hillary Clinton con Donald Trump en las presidenciales de 2016 en Estados Unidos. Nunca hubiera imaginado la senadora demócrata, que comenzó la campaña con un reconocimiento casi universal entre los votantes habiendo sido primera dama, senadora de los Estados Unidos y secretaria de Estado, que un perfil de ese calibre podría dejarle a las puertas de la Casa Blanca.

Aquella campaña fue paradigmática por muchas razones, también Clinton tenía una relación complicada con la prensa política y rehuía de las entrevistas, pero sobre todo aquella campaña fue la puerta de entrada de la zafiedad y la mentira como herramienta política. Se acumulan los ejemplos.

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