El aceleracionismo nació como una teoría filosófica crítica sobre el capitalismo y la tecnología, pero hace años que dejó de pertenecer al debate académico. Su versión más extrema, apropiada por sectores neonazis, se ha convertido en una doctrina terrorista: un plan para precipitar el colapso del orden democrático mediante atentados selectivos, sabotajes y violencia contra minorías, instituciones e infraestructuras. En esta rama se inscriben grupos como The Base, vinculado a la reciente célula desarticulada en Castellón —la primera de este tipo detectada en España por las autoridades—, y nuevas generaciones de redes radicales que operan en internet y se organizan en microcélulas difíciles de detectar.
La apropiación de la idea por parte del supremacismo llegó desde Estados Unidos, donde autores neonazis reinterpretaron el término —que en su origen hacía referencia a cómo la aceleración de procesos económicos podía forzar transformaciones sociales— para darle un objetivo completamente distinto: desencadenar el caos. Antes de esa mutación, el concepto circulaba en debates revolucionarios del siglo XIX, asociado a la consigna popularizada más tarde como “cuanto peor, mejor”, una idea atribuida muchas veces a Lenin, pero que en realidad procede del escritor y revolucionario Nikolái Chernyshevski, cuya obra influyó en Lenin.
El planteamiento consistía en empeorar deliberadamente las condiciones de vida de los obreros y campesinos para precipitar una ruptura del sistema mediante la revolución proletaria. Muchas décadas después, la frase saltó a la política española de la mano de Mariano Rajoy, que la recuperó —a su peculiar manera— como reproche parlamentario a Pablo Iglesias, dejando la expresión grabada en el imaginario popular.
Acelerar el colapso
Tal y como explica la investigación académica sobre el fenómeno, esta corriente neonazi se articula en torno a la idea de una guerra racial inevitable, inspirada en textos como The Turner Diaries o en la figura del Unabomber, un terrorista estadounidense detenido en 1996 tras enviar varias cartas bomba y escribir un manifiesto contra la sociedad moderna —en la redada de Castellón la Policía se incautó de una camiseta con su cara— convertido en símbolo del “lobo solitario” que actúa contra la sociedad de masas. Estos grupos comparten una visión apocalíptica de la civilización occidental, y lejos de querer evitar su derrumbe, pretenden acelerarlo para tomar el control desde sus ruinas.
A esa matriz ideológica se suman dos vertientes que, como señala la investigadora Eva Gómez Fernández, —autora de uno de los pocos artículos académicos sobre el aceleracionismo escritos en español— suelen confluir en los mismos entornos digitales: el aceleracionismo ecofascista, al que se adscriben grupos como The Base o Sección de Asalto, y la vertiente asociada al fenómeno incel, donde jóvenes radicalizados comparten un mismo hilo conductor: supremacismo blanco, misoginia extrema y el deseo de precipitar un colapso social.
Gómez Fernández explica a infoLibre que muchos aceleracionistas incel “se han radicalizado en redes sociales” y comparten, además del supremacismo blanco, un profundo odio a las mujeres, con El cuento de la criada convertido para ellos en una utopía deseable. Ambas ramas, aunque distintas, convergen en la idea de que la violencia —racial o misógina— es un vehículo para acelerar una ruptura del orden democrático, señala la investigadora.
Aitor Díaz-Maroto Isidro, profesor de la Universidad de Alcalá de Henares y autor de otro artículo académico sobre la materia, señala que estas categorías deben manejarse con cautela: “Muchos grupos cazan ecofascistas, cazan incels, cazan supremacistas… es muy difícil separarlos taxativamente”, explica. Todos beben del mismo embudo: un público joven, aislado socialmente y radicalizado en canales de Telegram y foros cerrados. Preguntado por el alcance real de la amenaza en España, Díaz-Maroto recuerda que en 2023 la Policía detuvo a 16 integrantes de Combat 18, el “brazo armado” de la organización neonazi Blood & Honour, y subraya que el último informe del Departamento de Seguridad Nacional ya advertía de un crecimiento de los grupos organizados de extrema derecha en España y en Europa.
Herramientas de desestabilización manejadas desde Rusia
La influencia estadounidense es evidente en España. Según el análisis de Gómez Fernández, el aceleracionismo neonazi ha permeado en iniciativas como Sección de Asalto, un grupo surgido en 2021 que combina simbología nazi con elementos del fascismo identitario y referencias ecofascistas. Esta adopción no es mimética: “Probablemente te encuentres más imaginería nacional-católica que un supremacismo neonazi puro”, explica la investigadora, que subraya que la adaptación española pasa por la herencia del nacionalcatolicismo. Esa hibridación produce fenómenos peculiares: un aceleracionista español que intentase integrarse en el movimiento de Estados Unidos, bromea Gómez Fernández, “sería invitado a volverse a su casa”, porque el estilo local —más ligado a símbolos religiosos y a imaginarios franquistas— desconcierta a las corrientes anglosajonas.
Aún así, esta matriz ideológica se nutre de los vínculos y el apoyo internacional. The Base, fundada en 2018 por el estadounidense Rinaldo Nazzaro, excontratista del FBI y del Departamento de Defensa, opera desde Rusia. Diversos testimonios y análisis apuntan a una afinidad —e incluso colaboración— con intereses del Kremlin, que utiliza a grupos supremacistas como herramientas de desestabilización en Occidente. Desde San Petersburgo, Nazzaro proporcionaba a la célula española órdenes y apoyo económico. De los tres detenidos en Castellón, dos han sido puestos en libertad condicional, a pesar de que entre los objetos intervenidos se encontraban dos armas de fuego, y según la Policía Nacional, la célula estaba dispuesta y preparada para atentar.
La propia elección del nombre del grupo The Base ilustra la esperpéntica mezcla ideológica que alimenta el movimiento: según explica Gómez Fernández, The Base es la traducción literal al inglés de Al-Qaeda. Díaz-Maroto explica la paradoja: los aceleracionistas supremacistas admiran el terrorismo islamista precisamente por haberse atrevido a atacar frontalmente a Occidente. En sus canales circulan memes que celebran la retirada estadounidense de Kabul: desde Pepe the Frog vestido de talibán hasta montajes de embajadas estadounidenses ardiendo bajo el logo de McDonald’s y banderas LGTBI. Hitler y Bin Laden —dos de los personajes más abominables de la historia contemporánea y, en teoría, antagónicos— juntos en la misma ecuación: un híbrido de nazismo yihadista donde lo único que importa es el potencial para destruir el orden democrático.
La dificultad para detectar estas células radica también en el uso de simbología opaca. Gómez Fernández señala que muchos grupos aceleracionistas emplean “dog whistles” o mensajes codificados —como runas o iconografía nórdica y germánica— que pasan desapercibidos para el público general, pero que funcionan como marcadores internos de militancia. Esa ambigüedad estética les permite operar por debajo del radar, especialmente en redes sociales y foros cerrados donde la radicalización se desarrolla en cámaras de eco que combinan la desinformación, los discursos de odio y una retórica antimodernidad que, en el caso ecofascista, se presenta incluso como un retorno a las raíces, mezclando el supremacismo racial con un discurso de respeto y amor por el medio ambiente que justifica la necesidad de volver a las comunidades primigenias, pretecnológicas y, por supuesto, exclusivamente blancas.
Díaz-Maroto añade que la estructura en red de estos grupos —“muy descentralizada, como la de Al Qaeda o el Estado Islámico”— dificulta aún más su seguimiento. Muchas células operan por su cuenta aunque se nutran ideológicamente de la matriz internacional. Esa descentralización permite que, al igual que en las células yihadistas, la propaganda circule libremente: materiales audiovisuales creados por grupos identitarios españoles como Núcleo Nacional son usados por aceleracionistas violentos en España y en otros países, en una simbiosis que multiplica la capacidad de radicalización sin necesidad de estructuras formales.
La conexión entre el supremacismo blanco y los ataques contra infraestructura crítica como método de desestabilización está ampliamente documentada en Estados Unidos, donde varios complots neonazis han apuntado a la red eléctrica para provocar apagones masivos y multiplicar la sensación de colapso. Desde 2020, las detenciones relacionadas con estos planes se han multiplicado, según expertos en terrorismo que ya en 2023 alertaban a la BBC del auge de estas tácticas.
El patrón que emerge es una mezcla entre ideología extremista, redes sociales como plataforma de captación y difusión, estética paramilitar, culto a la violencia, células descentralizadas, conexiones internacionales y una estrategia común que pasa por erosionar la cohesión social hasta romperla. La aparición de células en España confirma que el aceleracionismo supremacista ha dejado de ser un fenómeno lejano y, aunque de momento es minoritario, representa un riesgo real. Forma parte de un ecosistema global de extrema derecha que actúa, sobre todo, donde el Estado tiene más dificultades para detectar el riesgo.
El aceleracionismo nació como una teoría filosófica crítica sobre el capitalismo y la tecnología, pero hace años que dejó de pertenecer al debate académico. Su versión más extrema, apropiada por sectores neonazis, se ha convertido en una doctrina terrorista: un plan para precipitar el colapso del orden democrático mediante atentados selectivos, sabotajes y violencia contra minorías, instituciones e infraestructuras. En esta rama se inscriben grupos como The Base, vinculado a la reciente célula desarticulada en Castellón —la primera de este tipo detectada en España por las autoridades—, y nuevas generaciones de redes radicales que operan en internet y se organizan en microcélulas difíciles de detectar.