Gibraltar, la piedra en el camino con la que siempre han tropezado España y Reino Unido

Ambiente en la plaza principal de Gibraltar donde muchos ciudadanos y turistas han seguido este sábado en directo a través de una pantalla la ceremonia de coronación de Carlos III de Inglaterra.

Patricia Godino

105 minutos. Eso fue lo que duró la visita de Carlos de Inglaterra, desde este sábado rey coronado, a Gibraltar el 1 de agosto de 1981, en el arranque de su luna de miel con Lady Di. Un viaje anunciado meses antes por el que Juan Carlos y Sofía, invitados a aquel enlace de cuento de hadas, dieron plantón a su prima Lilibeth.

Las crónicas cuentan que aquel paseo en descapotable por las calles de la colonia hasta el puerto del Peñón para embarcar en el Britannia fue breve pero intenso porque más de 20 mil yanitos se echaron a las calles, engalanadas con centenares de banderas, para bendecir el amor de aquella pareja.

Las biografías autorizadas, las apócrifas, los tabloides, The Crown, Harry y Megan, antes Elton John, Oprah Winfrey, el mayor de caballería, el hermano de la joven desgraciada, el mayordomo, las nannys, Sarah Ferguson y todos los que pasaban por Buckingham Palace ya han contado, con todo lujo de detalles y haciendo caja que, en realidad, ya en aquel primer viaje aquello no era una pareja sino un trío

Pero hay cosas que uno –una en este caso- sólo se entera después.

Como por ejemplo, que aquella campaña proBrexit, por la que sus impulsores querían liberar a los británicos del yugo de las normas de la Unión Europea, no era sino el frívolo entretenimiento de un grupo de fascistas disfrazados de demócratas y que las consecuencias del referéndum del 23 de junio de 2016 se estudian ya como el más gigantesco ejemplo de la vulnerabilidad de nuestras sociedades a la inoculación de las fake news en el discurso político.  

La decisión tomada por el 51,9% de la sociedad británica que, al poco en un porcentaje muy alto, dijo sentirse arrepentida del sentido de su voto, ha tenido consecuencias en lo económico, lo político y la diplomacia del Reino Unido y, por extensión, en todos los territorios de la Commonwealth. 

Gibraltar, la última colonia en suelo europeo sobre la que han conversado este jueves Pedro Sánchez y el primer ministro Rishi Sunak para ultimar los flecos del acuerdo postBrexit, es uno de esos territorios donde reina, a partir ahora, Carlos III

También es el lugar de trabajo para los más de 10 mil trabajadores transfronterizos que cruzan a diario desde La Línea de la Concepción al Peñón como empleados en sus principales sectores: la consultoría financiera, el juego online y el sector servicios de comercios y hostelería de esa esquinita del mapa en el que hacen escala los cruceros del Mediterráneo. 

Los principales escollos para el acuerdo que ahora parece inminente están hoy en la gestión del aeropuerto y en la custodia de la frontera. Reino Unido no quiere que la policía española controle el paso en lo que considera su suelo, el aeropuerto, y la Unión Europea quiere, por su parte, que una guardia europea garantice la seguridad en la entrada al espacio Schengen pero, a su vez, los británicos no consienten que esa tarea la ejerza la guardia española. La opción de una unidad de Frontex, agencia europea de la que es socia España, desplegada en el acceso al puerto y aeropuerto, parece ser la solución para desatascar un asunto que se dilata para desesperación de quienes sufren los atascos y controles diarios en este punto al sur del sur distinto, pintoresco, unas veces oscuro y otras luminoso, depende cómo sople el viento.

Para el visitante que llega por vez primera la fascinación es inmediata: en un monte de piedra caliza de 400 metros de alto, hueco por dentro y lleno de túneles usados por el Ejército británico durante la Segunda Guerra Mundial donde ondea la Union Jack, se habla, sobre todo entre los adultos, un inglés con soniquete gaditano trufado de palabras en castellano, la calles del centro histórico, por la que pasean judíos, musulmanes y cristianos, alternan pubs, alguna cabina roja como reliquia y mucha tienda atractiva porque sus precios están libres de impuestos.

Si los pasos se encaminan a la parte trasera del Peñón, donde está esa playita coqueta que es Caleta Bay, a 14 kilómetros, se divisa Marruecos, el mayor mercado de hachís del mundo y el país que ha condicionado nuestra política internacional reciente; y en medio, el Estrecho que se ha tragado la vida de miles y miles de migrantes sin nombre y enclave geopolítico codiciado por todas las civilizaciones. 

Al otro lado de la frontera española, se extiende La Línea de la Concepción, municipio en el que Callejeros ha hecho su agosto sobre el que pesa, condensados, todos los males de nuestro tiempo: droga, paro y desinterés de las administraciones o, por ser justos, mucho parcheo público de Estado y Junta de Andalucía cuando lo necesario son planes estructurales que den respuesta de manera integral al avance de los tentáculos del narcotráfico y al problema del desempleo en una comarca que sobrevive, no sin ingenio (resiliencia se llama ahora), a la cronificada falta de oportunidades. 

Este jueves, al tiempo que trascendía que el presidente Sánchez y el primer ministro Sunak habían abordado el asunto, el Parlamento de Andalucía aprobaba por unanimidad una proposición no de ley presentada por el PP para instar al Gobierno central a la declaración del Campo de Gibraltar como Zona de Especial Singularidad y con ello la incorporación de más medios a las fuerzas de seguridad del Estado en la lucha contra el narco. Los agentes de la zona reclaman desde hace años que se considere su trabajo, en sueldo y condiciones, como el que en su día realizaron los destinados al País Vasco contra el terrorismo de ETA. El Ministerio de Interior no responde.

La población, de hecho, está bastante acostumbrada a las promesas incumplidas: la de un tren digno que conecte con Madrid el Puerto de Algeciras, el más importante en tráfico de mercancías y pasajeros del Sur de Europa es, quizás, el ejemplo más claro de la desidia con esta tierra. 

El alcalde de La Línea de la Concepción, Juan Franco, dueño de una mayoría absolutísima desde las siglas de un partido independiente, anda empeñado en una suerte de procés para cuyo referéndum ya ha solicitado, sin éxito, permiso a Junta y Gobierno. En la práctica busca un status de singularidad fiscal para una ciudad que soporta una abismal brecha de renta respecto a sus vecinos, Gibraltar y la urbanización de lujo de Sotogrande (donde viven los ricos del Peñón).

La solución es compleja, como todo lo que ocurre allí desde que el cerrojazo que Franco pegó a la Verja en 1969 acabara con la relación de próspera vecindad en que vivían la población de Gibraltar y la comarca que se extendía a sus pies. Aquel tiempo se dio allí una suerte de burbuja en la España del nacionalcatolicismo por la que se colaban vinilos, preservativos, medias de colores y los sueños de libertad tarareados en inglés. En el lado de la Línea, los teatros, cafés y restaurantes de lujo concitaban el interés de artisteo de la época.

La razón del cierre de la frontera hay que encontrarla en el primer y único viaje que Isabel II realizó a lo que era parte de su imperio, como refleja el Tratado de Utrech de 1713, el documento que rige la soberanía británica sobre el Peñón. Pero en el Pardo esa visita se entendió como una provocación, una palabra siempre en el acervo diplomático. 

Carlos III, el monarca que este sábado ha accedido al trono con más pompa, pisó la Roca por primera vez siendo un niño, aquel el 13 de mayo 1954, al lado de su madre. “El Peñón es famoso en la historia por tres cosas: su fuerza inviolable, la lealtad de sus gentes y el papel estratégico jugado en numerosas ocasiones”, glosó, según la crónica del ABC, la reina al pueblo yanito

Franco tardó en dar el paso, consciente de que cerrar la frontera iba en contra de la pátina de aperturismo con la que intentaba disfrazar el régimen franquista, pero al final fue su ministro de Exteriores, Fernando María Castiella, el encargado de ejecutar una decisión por la que todavía hoy los campogibraltareños pagan las consecuencias.

En lo humano, el cierre de la frontera dejó miles de familias mixtas rotas y una emigración masiva, un dolor retratado en el documental La Roca, del algecireño Raúl Santos; en lo económico, generó una economía sumergida de matuteras y estraperlistas tóxica para la hacienda pública pero necesaria para la supervivencia de las familias que, décadas después, ha degenerado en un narcotráfico que se multiplica, muta y se adentra en todos los estamentos de la sociedad por distintas vías, como ha retratado el periodista Andros Lozano en Costo (Libros del KO). El cierre de la Verja, y por tanto el fin del empleo en la colonia, impulsó también la apertura de industrias de acero y refinería sobre la Bahía de Algeciras, chimeneas gigantes que dieron trabajo a cambio de modificar para siempre la belleza de sus playas y la salubridad de su aire

También, en aquellos años de bloqueo diplomático, Gibraltar tejió la red financiera que le ha hecho fuerte y acrecentó la identificación con su metrópolis. En apenas siete kilómetros de superficie, desde 1969 hasta 1982, los gibraltareños se hacinaron pero se abrieron por mar y aire al mundo y levantaron un muro de recelos con España aunque los vínculos eran estrechos. Por ejemplo, el laborista Fabián Picardo, ministro principal de Gibraltar, es nieto de una exiliada republicana que se refugió en el Peñón cuando las tropas franquistas asediaron los pueblos de la comarca.

En Gibraltar y su campo: una economía deprimida. Imperialismo y latifundio, el recientemente fallecido profesor Juan Velarde Fuertes analizó en 1970 las causas del subdesarrollo y concluyó que “Gibraltar ha constituido problema permanente de la política española en los últimos 250 años, y ha sido acaso en este período, el único punto en el cual ha habido acuerdo entre los españoles”.

En una noche histórica retransmitida por TVE del 14 de diciembre de 1982, la frontera se abrió al paso a pie por la presión de los socios para aceptar el ingreso de España en la UE y la relación se fue retomando. Pero en estas décadas las controversias se cuentan por decenas: visitas incómodas, denuncias por búnkering, por un submarino nuclear, por escándalos de evasión fiscal, por cruce de acusaciones entre patrulleras de la Royal Navy y la Guardia Civil... 

En la actualidad, no hay ni un 1% de gibraltareños que quieran ser españoles aunque, por su posición geográfica, sean los mejores embajadores de las bondades de la tierra hermana y usuarios de todos sus servicios. También los yanitos son los mejores trovadores de su historia, preñada de personajes y leyendas.

Está el mito de Hércules, aquel que cuenta que en su décimo trabajo el héroe separó el mundo en dos y dejó a este lado el Monte Calpe, Gibraltar, y en el lado africano el Jebel Musa; el Peñón y su comarca figura en el monólogo final del Ulises que escribió James Joyce aunque el irlandés no visitó nunca esta tierra; y Juan José Téllez, periodista y escritor algecireño, ha descrito, para el periodismo y la ficción, los episodios de los que ha sido testigo esta roca, como la boda de John Lennon y Yoko Ono. Su monumental Yanitos. Viaje al corazón de Gibraltar (1713-2013), publicado por el Centro de Estudios Andaluces, es ejemplo de la memoria prodigiosa de su autor.

Hay películas, ensayos, documentales, también muchos tópicos, mucha cabezonería y dos certezas: primero, Gibraltar, mal que le pese a Vox que a cada poco va a allí a agitar la bandera rojigualda, va a seguir siendo británica; segundo, que para avanzar en la consecución de lo que la diplomacia ha venido en llamar zona de prosperidad compartida se necesita un acuerdo. Cuanto antes. Ya.

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En las vísperas de la coronación de Carlos III, el embajador en España de Reino Unido, Hugh Elliot, confiaba en una entrevista en la cadena Ser en que el acuerdo está cerca aunque, diplomático ejerciente, evitó dar fechas pese a la insistencia de Aimar Bretos. Un horizonte con este asunto resuelto, siete años después del Brexit, se observa “con enorme ilusión porque cualquier cosa que facilite el movimiento, facilita la vida para que la gente pueda prosperar”, dijo aunque advirtió que cualquier publicidad o presión externa sobre estas negociaciones es más perjudicial que otra cosa.

Si los cancilleres de ambos países van a forzar la máquina para que España estrene el próximo julio la presidencia rotaria de la Unión Europea con esta carpeta cerrada, sin duda un gesto relevante de la ascendencia internacional de España, es algo que sólo lo saben quienes están en esa mesa. En conversación con infoLibre un observador privilegiado de la vida política de Gibraltar que, como los negociadores prefiere la discreción, apunta lo siguiente: “Si la llamada ya se ha hecho por arriba, por arriba, es que el acuerdo está listo o casi listo”.

Más arriba, en este asunto, sólo quedaría Dios, que bendice desde este sábado al nuevo rey. God save the King.

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