Lo que Carlos III debería aprender de su madre para aligerar su mochila cargada de polémicas

Una tienda de regalos con recuerdos de la coronación de Carlos III en Londres.

“A mi padre le costaba comunicarse, le costaba escuchar, le costaba mantener cualquier contacto íntimo cara a cara”, confiesa el príncipe Enrique en la primera parte de En la sombra (Spare), la biografía que puso en jaque a los Windsor a principios de este año. Habían pasado solo cuatro meses de la muerte de Isabel II. En estas memorias, que tienen el récord Guinness por ser el libro de no ficción más vendido en menos tiempo, Enrique retrata al recién llegado al trono como un padre distante que ni siquiera fue capaz de abrazarle cuando le contó que su madre, la princesa Diana, había muerto.

Esta anécdota sirve para ejemplificar el gran problema que arrastra el rey Carlos III: tener un pasado que se dibuja con claridad en el imaginario colectivo, con escándalos como el Tampongate o la polémica separación de Lady Di que han vuelto de forma recurrente a la actualidad a través de la ficción. Y otros más graves y recientes que han enturbiado su imagen pública: la donación de un millón de libras de la familia de bin Laden, su relación de amistad con el jeque millonario catarí, Hamad bin Jassim, y otras dictaduras de Oriente Medio o la falta de transparencia en torno a su riqueza.

Los retos del nuevo rey

Hace setenta años, con la coronación de Isabel II dio comienzo el dominio de la televisión como medio de comunicación de masas. Hoy, como la Corona, la pequeña pantalla presenta síntomas de agotamiento, sobre todo, entre los jóvenes. En Reino Unido ya pasan más tiempo en TikTok que frente a la televisión. También, ven con más recelo la institución: solo 1 de 3 jóvenes de entre 18 y 24 años se identifica como monárquico, según una reciente encuesta de YouGov. “El futuro de la monarquía descansa en la capacidad de Carlos III para persuadir a las nuevas generaciones de su valor. Los cimientos de su apoyo público necesitan reforzarse”, explica el politólogo John Curtice en un informe de The Constitution Unit, uno de los centros de investigación de la Universidad de Londres.  

Tras el Brexit, el Reino Unido está inmerso en una crisis económica en la que el malestar social se escenifica en huelgas y manifestaciones constantes. “El gran reto que tiene el rey es cómo justificar lo que cuesta la institución. Hay muchas voces en Reino Unido que critican el coste desorbitado de la monarquía británica”, explica Ana Polo, politóloga especializada en comunicación de la realeza y autora de La reina. La increíble historia de Isabel II. El 51% de los ciudadanos británicos cree que el Estado no debería pagar la coronación que costará al país 100 millones de libras. El otro gran desafío es mantener unida la Commonwealth. “La coronación se ha organizado tan rápido, no se ha esperando ni un año como manda la tradición, porque no querían darle tiempo a Nueva Zelanda, Canadá o Australia de organizar un referéndum de independencia”, añade la politóloga.

Uno de los primeros actos del nuevo rey, tras la muerte de su madre, fue un baño de masas frente a Buckingham, saludando afectuosamente a la gente congregada junto al palacio. Aunque el 58% de los británicos apoya la monarquía en Reino Unido según la misma encuesta de YouGov, el nivel de aceptación del nuevo rey está por debajo de otros miembros de su familia como los duques de Cambridge Guillermo y Kate o su hermana Ana. ¿Qué podría aprender de la forma de comunicar de su madre, una de las reinas más populares de la historia?

Ver, oír y callar como primer mandamiento

Si algo caracterizó a Isabel II fue no decir nada durante su reinado, que fuesen los demás los que interpretasen sus silencios. “Never complain, never explain (nunca te quejes, nunca expliques)”, solía decirles a sus hijos y nietos. ¿Cómo era como mujer? ¿Y cómo madre? ¿Qué pensaba del brexit, del divorcio, del imperialismo? Nadie lo sabe. El historiador Robert Lacey admitía en una entrevista a propósito del Jubileo de Diamante que, a pesar de llevar casi cuarenta años escribiendo libros sobre la familia real, la esencia de la reina seguía siendo un enigma para él: “Creo que esa ha sido su gran fortaleza”.

Este halo de misterio en torno a sus opiniones es algo de lo que no puede presumir Carlos III. El monarca carga a sus espaldas con una pesada mochila de posicionamientos políticos. “No soy tan estúpido como para inmiscuirme en la política de partidos cuando sea rey”, dijo en un documental de la BBC por su 70 cumpleaños. Pero sus opiniones sobre el cambio climático o la inmigración y algunas salidas de tono inmiscuyéndose en cuestiones que son competencia del Gobierno han dejado rastro en la hemeroteca. "No tuvo una estrategia de comunicación inteligente hasta que llegó a su vida Mark Bolland, el spin doctor que contrató Camilla, para reflotar su imagen”, explica Ana Polo.

El equilibro entre la imperturbabilidad y la empatía

Durante su reinado, Isabel II se dejó llevar por la emoción muy pocas veces. Tanto que sus dos mayores crisis de comunicación estuvieron relacionadas con la falta de empatía. Primero, en la tragedia de Aberfan, un pueblo de Gales sepultado por una avalancha de lodo que se llevó por delante la vida de 144 personas, muchos de ellos, niños. En vez de acudir en persona, envió a su marido. Fue tan criticado por la prensa que se vio obligada a ir una semana después para dar el pésame a las familias. Y segundo, con la mala gestión de muerte de Lady Di en 1997 en la que permaneció durante cinco días encerrada en el palacio de Balmoral.

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Su hijo Carlos, sin embargo, siempre ha sido más temperamental y ha tenido varios errores públicos relacionados con la falta de autocontrol. Los últimos, nada más convertirse en rey. Las imágenes del episodio en el que mandaba retirar con gestos desairados unas bandejas y en las que perdía los nervios por mancharse de tinta dieron la vuelta al mundo. “¡No puedo soportar esta maldita cosa!”, bramó entre dientes refiriéndose a la pluma. "A veces, ha dicho cosas demasiado incendiarias, como que los arquitectos modernos habían hecho más daño a Londres que los bombardeos de los nazis”, añade la politóloga.

El silencio es el mejor contraataque

Para Isabel II no entrar al trapo era la mejor forma de sobrellevar los escándalos, sobre todo, en su última etapa. Así actuó tras la salida de la familia real de su nieto Harry y su mujer, conocido en los tabloides como el Megxit. Desde Buckingham, se emitió un comunicado conciliador e incluso cariñoso, sin pronunciarse ni entrar en más polémicas. “Respetamos y entendemos su deseo de vivir una vida familiar más independiente”, dijeron tras su marcha. “Siempre seréis unos miembros de la familia muy queridos”, contestaron a la sonada entrevista de Oprah Winfrey en la que les acusaron de racismo.

Durante estos meses, Carlos III está llevando esta estrategia al límite. El silencio para él y su equipo parece la mejor forma de contraatacar. Tras la publicación del documental de Netflix en el que su hijo y su nuera se prodigaban en acusaciones hacia ellos y la publicación de sus controvertidas memorias, plagadas de detalles incómodos, Buckingham no se ha pronunciado. “La estrategia ha sido no decir absolutamente nada y Harry se ha quemado completamente. En términos periodísticos, ha sido un perfecto asesoramiento de comunicación”, explicaba esta semana Jimmy Burns, director de la British Spanish Society, en el especial de En portada sobre la coronación. Este fin de semana veremos en acción a la mejor y más eficiente empresa de márketing y comunicación del mundo, inaugurando por todo lo alto una era nueva y previsiblemente corta para la Corona británica.  

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