Hace escasos meses, RTVE dedicó su programa Imprescindibles a esta autora, un monumental documento producido por Francisco Rodríguez Fernández que sorprendió a propios y a extraños por la gran cantidad de datos y puntos de vista desconocidos que se reúnen en la hora y media que dura, que pasa tan volando. Fue producido por Sateco Documentalia y la cadena pública.
La poeta Gloria Fuertes (1917-1998) es quizá la más importante nacida tanto en la ciudad como en la Comunidad de Madrid en el siglo XX, incluyéndoles a ellos. Por ello, sorprende no ver en los títulos de crédito ni logos ni referencias a colaboraciones de ambas administraciones. Más aún por la importante presencia de poblaciones como Soto del Real, que no ha olvidado la labor que allí desempeñaron la poeta y, sobre todo, la filántropa Phyllis Turnbull, su novia. Es probable que quienes tuvieron en sus manos este proyecto se criaran leyendo La oca loca, Don Pato y don Pito o El hada acaramelada y disfrutaran con los programas de televisión en que participó.
Gloria fue incómoda en vida. El éxito televisivo la personajizó y la hizo digerible. Ella misma cedió a la suculenta tentación. Pero aún entonces retornamos a la pantalla anterior si volvemos a su obra para adultos, a la que siempre se dedicó. No interesaron los poemarios “serios” de la celebrity setentera, tan alejados del filón en que la habían convertido. No tenía mucha cabida en los patriarcales parnasos patrios una mujer que escribía, que vestía como no correspondía, que fumaba, que era gorda, que era lesbiana, que decía tacos, que no adornaba cogida del brazo del capitoste de turno. Tuvo que ser en Estados Unidos y en América Latina donde se la reivindicase en vida por su poesía, antes de que en España llegase la década de 1970 y su bum. Las mieles de querencia popular las saboreó hasta su muerte prácticamente sola, Isla ignorada, como ya se definió en su primer poemario (1950) o mucho más adelante, Sola en la sala (1973).
En plena borrachera de popularidad, su amor a las niñas y niños no le impidió sentenciar en Mujer de verso en pecho (1995), y se transcribe el poema completo:
Si sólo pudiera votar contra una ley
no votaría contra la ley del aborto.
Un feto de dieciocho días
vale menos que un hombre de dieciocho años
–edad en la que «caen» todos
en ese «aborto colectivo» para adolescentes
que suelen organizar
los que siempre votan contra el aborto–
En la obra de Gloria Fuertes no hay tregua para los poderosos y siempre hay una mirada empática para quienes sufren (“Siempre estoy con los sitiados / nunca con los sitiadores”). Muy cervantina se muestra en ese sentido. Ella misma fue una perdedora y su experiencia la transmutó en dos sentimientos, misericordia y compasión, tan bien entendidos que los alternó con el señalamiento constante de los culpables.
En un poema en que se acuerda de “las flacas mujeres de los metalúrgicos”, los niños que van “a las Escuelas Municipales” o las niñas que las monjas “enseñan sus labores y a rezar”, remata que ha visto en sueños a varios señores hablando en una mesa de mandamases de todo lo que la guerra va a destruir, y concluye: “y yo pido perdón al Gran Quien Sea, / por desearles una buena caja, / con cuatro cirios de los más curiosos”.
Con Dios le pasó a Gloria lo que con los humanos: buscó siempre su amor y se sintió poco querida y rechazada. Solo Phyllis le permitió una paz interior que tanto se le negó, que nunca dejó de desear. Tampoco dejó de gritar por la otra paz, la que rompen injusticias, guerras y violencias de signo vario.
Llegó a publicar, tres años antes de su fallecimiento, esta imprecación: “No sé escupir, / pero voy a aprender / para escupir sobre las tumbas / de todos los culpables de las guerras”
En sus póstumas greguerías (Glorierías, editorial Torremozas) la madrileña no lo pudo decir más claro: “El pacifismo se nos ha quedado antiguo. Ahora somos antimilitaristas”. El apotegma fue escrito al tiempo que el antimilitarismo libró a cabo la sorprendente campaña de insumisión al Servicio Militar Obligatorio, cuando gobiernos del PP y, con especial saña, del PSOE, encarcelaban a jóvenes pacíficos y pacifistas por ese “delito”.
Eran los años noventa. Sí llegó a publicar, tres años antes de su fallecimiento, esta imprecación: “No sé escupir, / pero voy a aprender / para escupir sobre las tumbas / de todos los culpables de las guerras”. Gloria falleció dos años antes de que la mili quedara suspendida. Le hubiera alegrado mucho.
Su obra, sus tendencias, su persona hacen de ella un personaje incómodo para la ultraderecha madrileña, y ojalá que sólo se quedase ahí el rechazo, que señoros (qué palabra tan gloriosa) hay en todas las latitudes del espectro político. Cuando Madrid era Sarajevo es, para quien esto escribe, uno de los poemas más emocionantes y maravillosos de Mujer de verso en pecho, el último poemario de esta mujer inapropiable.
En Madrid llovía metralla
llovían muertos.
Me regalaron un cordero.
–Tienes para comer un mes–, me dijeron.
Los ojos del cordero me dijeron otra cosa.
Yo, por poco me muero de hambre.
El cordero se murió de viejo.
Nos cogimos cariño,
él y yo solos bajo los bombardeos.
Después iba por hierba a los solares
para mi cordero.
Le enseñé a comer papel
con los partes de guerra
Carmen de Burgos: ¡Guerra a la guerra!
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a mi cordero.
En estos tiempos de guerra, de malditas guerras, gracias Gloria, por recordarnos que debemos seguir escupiendo sobre las tumbas de quienes las promueven, preparan, ejecutan y de quienes, pudiendo hacer mucho, mucho más, se sitúan del lado del fuerte con mil y una excusas diplomáticas.
Te echamos mucho de menos.