Diez años del 15M

Sin líderes y con mucho trabajo en los barrios: lo que el feminismo y el 8M aprendieron en las plazas

Imagen del 8M de 2021 en Madrid.

La ciudadanía salió a la calle, aquella primavera de hace una década, en medio centenar de localidades. Con un mismo propósito: emitir al unísono un sonoro rugido contra la clase política y la élite económica, los responsables de la profunda crisis en la que se habían visto sumidos los más jóvenes. El 15M nació al calor de una manifestación y enseguida echó raíces en las plazas. Entre la improvisación y la urgencia, decenas de jóvenes primero, centenares después, tomaron el espacio público para convertirse en vanguardia: se hicieron llamar los indignados. También en femenino: ahí estaban ellas, las mujeres que querían llevar el feminismo a todos los espacios de cambio. Entre los movimientos que brotaron aquel mes de mayo, uno irrumpía cargado de experiencia tras años en primera línea: el movimiento feminista. El feminismo presumía de veteranía, pero su paso por las plazas dejó en él una impronta que todavía perdura hoy. ¿Qué queda de la estela de los indignados en el actual movimiento feminista?

Comisiones y trabajo en los barrios

Quienes se echaron a las calles aquel domingo de mayo se esforzaron por alcanzar un objetivo claro: atraer a las mayorías. Y para aglutinar al máximo de simpatizantes, partieron de una premisa: el movimiento de los indignados debía impregnar cada rincón de las ciudades. Durante semanas, las tiendas de campaña se desplegaron en una suerte de red que interconectaba a todo el movimiento. Aquella dinámica siguió después, con su atomización y expansión en los barrios.

De esa idea parte también el actual movimiento feminista. La Comisión 8M, coordinadora de las grandes huelgas feministas, se encarga de marcar el ritmo y aglutinar los frentes comunes, pero son las llamadas comisiones asentadas en barrios, pueblos y ciudades, las que de manera autónoma se organizan para sacar adelante el trabajo. Funcionan en Madrid pero también en Vallecas, en Barcelona pero también en Reus, en València pero también en Xàtiva, y se estructuran como espacios abiertos en los que cualquier mujer es bienvenida.

Ruth Caravantes fue una de las jóvenes que pasó en la céntrica Puerta del Sol las noches de aquella primavera. Recuerda, en conversación con este diario, los momentos posteriores. Lejos de la disolución, la batalla allí iniciada permaneció intacta después. "Cuando nos fuimos para los barrios, una de las primeras comisiones que se extendió fue la feminista", relata. "Del germen de aquellas comisiones es de donde salió con fuerza la huelga feminista", rememora la activista, actualmente en la Comisión 8M de Madrid. Años más tarde, cuando las mujeres comenzaron a plantear la idea de una huelga, el trabajo que emerge en los barrios y pueblos sale adelante gracias a, en parte, las mismas manos que hicieron posible la continuidad del 15M. También Julia Cámara, entonces militante de Juventud sin Futuro y ahora activista feminista, dice haber reconocido las mismas caras que ocupaban las plazas cuando años más tarde empezaron a organizarse las primeras asambleas de cara a la huelga.

La periodista Nuria Alabao detecta la huella del 15M en "los espacios feministas y en otras formas de militancia". En la Comisión 8M, "con una forma organizativa muy parecida a la que se utilizó en las plazas, es evidente".

Ausencia de liderazgos y partidos

Al 15M las feministas llegaron ya con la pulsión del asamblearismo, pero a raíz de aquellos días se convirtió en seña de identidad. Dentro de esa lógica, se consolida la ausencia de partidos o sindicatos en primera línea. Están, pero no son protagonistas. La convocatoria de la huelga es de hecho el mejor ejemplo: las centrales sindicales la registran formalmente, pero sólo después de escuchar el mandato de las comisiones.

En el movimiento vinculado a la huelga feminista, menos institucionalizado que sus precedentes, no hay liderazgos y las portavocías son rotatorias. Hoy día no existe –y es intencionado– "una sola cara que se asocie con la huelga", expone Caravantes, del mismo modo que ocurría en el 15M: los medios de comunicación preguntaban de manera recurrente "quién estaba detrás, quién estaba montando esto y quién era el líder". La respuesta no era única y estaba siempre en lo colectivo. "Esto nos facilitó el camino a las feministas".

El movimiento feminista venía de las "organizaciones no gubernamentales de los años noventa", pero también existía un sector más "institucionalizado" y por otro lado "grupos pequeños, más radicales y cerrados", perfila Cámara. En el 15M de Madrid "esos grupos intervinieron, pero el feminismo no era un eje discursivo central" y desde luego "no era un movimiento de masas". A partir de entonces, señala la activista, se establece un periodo de varios años de "irrupción de capas populares y participación masiva".

Relevo generacional

Y entre esa mayoría, como no podía ser de otra manera, estaban principalmente los jóvenesjóvenes. Los afectados por una crisis que les había dejado sin futuro ni expectativas. Entendieron que su día a día estaba atravesado por una problemática común: la falta de recursos materiales para poder salir adelante y la desconfianza en una clase política por la que no se sentían representados.

Si algo caracteriza al feminismo actual, es el tesón de las chicas que encuentran en la lucha feminista el principal resorte que mueve sus días. Las jóvenes de hace una década dieron entonces un paso al frente para estar en la primera línea y su ejemplo abrió la puerta a las nuevas generaciones. En el libro Un feminismo del 99% (Lengua de Trapo, 2018), la socióloga Fefa Vila habla del recambio generacional de los últimos años: "Una generación que ha crecido en la crisis económica y vivió el 15M, cuya cultura política tiene rasgos muy internacionales, ha abrazado el feminismo con creciente interés", en parte porque "no existe otro movimiento político que ofrezca un horizonte para las energías y los deseos de cambio".

"El 15M fue una escuela importante para nosotras, un descubrimiento de lo que era posible hacer", dice Julia Cámara. "Mi generación es hija de los primeros ecos de la igualdad y las jóvenes hoy ya son hijas del feminismo. Vienen de algo transformador y se sienten un agente político para actuar", remata Caravantes.

Pedagogía y lucha cotidiana

Las propias feministas lo dicen: la lucha no termina el 8M. La participación ciudadana en el movimiento feminista no se circunscribe a una única convocatoria, sino que se extiende y se integra a lo largo del año. No se trata sólo de llamar a ocupar las calles y reducir la batalla a una manifestación, el feminismo está presente en todas las esferas de la vida. El objetivo es crear espacios feministas abiertos a todo el mundo y en los que todo el mundo pueda sumar. Algo así sucedió también con el 15M: lo que empezó como una manifestación un domingo, tomó forma de acampada y se prolongó semanas después, manteniendo viva la protesta. Incluso cuando las tiendas de campaña se plegaron, la semilla de la indignación permaneció. "No nos vamos, nos expandimos", clamaron los activistas tras 28 días en la Puerta del Sol.

La experiencia del 15M sirvió, evoca Ruth Caravantes, para aprender cómo persuadir a la gente. "Nos juntamos más amablemente alrededor de algo festivo, con talleres y actividades" pensadas para atraer a las personas en el día a día. Aquello curtió a las feministas a la hora de hacer pedagogía, fuera y dentro del propio movimiento, porque también de puertas para adentro había resistencias. "Fue todo un ejercicio continuo buscar formas de explicar lo que queríamos decir", rememora la activista. Durante el 15M aprendieron a hacer del feminismo una cuestión central, también entre quienes ignoraban o despreciaban su existencia.

También lo recuerda así Ángela Rodríguez, secretaria de Derechos LGTBI en Podemos y asesora en el Ministerio de Igualdad. Debido a esas resistencias, la entonces activista cree que entre el feminismo y el 15M hubo una retroalimentación, pero no una influencia significativa. "Había ya un proceso de acumulación política" que se reproduce en la última década: en el 15M, pero también en 2014 con el Tren de la libertad –movimiento en defensa del derecho a la libre interrupción del embarazo, que logró la dimisión de Alberto Ruíz Gallardón–, en 2015 con la movilización masiva contra las violencias machistas el 7N, y más tarde con la protesta contra La Manada y con el impulso del #MeToo. En todo caso, reflexiona Rodríguez, "el 15M tenía un carácter impugnatorio fundamental, mientras que el feminismo es un movimiento constituyente que busca imaginar cómo pueden ser las cosas" y que, a día de hoy, está consiguiendo "dar la respuesta que el 15M no supo dar".

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Cuidados y alianzas LGTBI

Entre las muchas comisiones que funcionaban en las plazas, estaba la comisión de autocuidados, en la Puerta del Sol. Ahí se pusieron en marcha "prácticas feministas para que todo el mundo se sintiera seguro", evoca Caravantes. Los cuidados, presentes en el feminismo por definición, han ido ganando terreno desde entonces hasta convertirse en uno de los ejes de la huelga feminista.

En la misma plaza, la comisión feminista "nació al calor de una bandera trans colgada en el Oso y el Madroño", recuerda la activista. Entonces se hizo fuerte un término que más tarde empezaría a resonar entre la gente: el transfeminismo. "Está muy presente el feminismo que piensa en las cuestiones LGTBI", completa Alabao. Y también se incluyen otros sujetos, se empieza a hablar de "mujeres, lesbianas y trans". Caravantes recupera un mensaje de texto que corrió aquellos día, una suerte de pronóstico de lo que sería el feminismo a partir de ese momento. Decía así: "Urgente, se necesita práctica y discurso feminista y bollo-feminista".

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