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La reflexión de Sánchez abre el primer debate en serio sobre su sucesión en el PSOE

¿En qué momento Felipe González se convirtió en un santo político para la derecha andaluza?

El expresidente del Gobierno Felipe González en su discurso tras recibir el Premio Iberoamericano Torre del Oro

Patricia Godino

En Sevilla, el teatro está en la calle. La tragicomedia Felipe agasajado por la derecha andaluza se desarrolló en dos actos: un primero en la plaza de San Francisco a la entrada de la Fundación Cajasol, espacio para la entrega del V Premio Iberoamericano Torre del Oro, concedido a Felipe González, y un segundo, dentro del auditorio. La obra ya se ha estrenado antes, no es nueva, pero el de este jueves, sin lugar a dudas, fue un pase de excepción.

Primer acto

A un lado, un retrato de Pablo Iglesias Posse preside la escena. Un grupo de históricos militantes socialistas, no numeroso pero sí representativo, aguarda a las puertas del edificio la llegada del primer presidente socialista de la democracia. Sostienen una pancarta: “Siempre PSOE. Antes con Felipe. Ahora con Pedro Sánchez”. En el centro, Pepe Romero, histórico sindicalista de UGT, ex consejero de Trabajo de la Junta de Andalucía con José Rodríguez de la Borbolla y militante desde los años de la clandestinidad, como recordaba en un tuit Lourdes Lucio, la memoria del periodismo político de Andalucía desde las páginas El País.

Por la escena desfila, trajeada y sonriente, la plana mayor del PP andaluz, con la ligereza que dan las tardes que se intuyen de éxito. En el paseíllo sobresalen dos figuras: el senador Javier Arenas, ariete como vicepresidente y ministro en los gobiernos de Aznar contra el felipismo y abonado también a aquel ‘Váyase, señor González’ que marcó el fin de su época; y el presidente andaluz Juan Manuel Moreno Bonilla, que ya por la mañana, desde el Parlamento de Andalucía, anticipa parte del discurso que dedicará al galardonado: “Me apena que a dirigentes como Felipe González, que lo han sido todo, se les rechace en su propio partido”.

Apenas hay representación de dirigentes en activo del PSOE, sólo Juan Espadas, secretario general de los socialistas andaluces, y Javier Fernández, el líder del PSOE de Sevilla y presidente de la Diputación provincial. Las invitaciones son nominales, pero en San Vicente, sede del PSOE regional, no ha habido pelea por hacerse con una.

De los socialistas entra Manuel Chaves, ex presidente de la Junta de Andalucía y ministro de Trabajo con Felipe durante cuatro años. Chaves fue uno de los 350 firmantes del manifiesto que, de cara al 23J, mostró su apoyo a Sánchez. Firmaron el escrito otros ministros de Felipe como Joaquín Almunia -que también fue secretario general del PSOE-, José María Maravall, Tomás de la Quadra- Salcedo, Carlos Solchaga, Luis Carlos Croissier, Josep Borrell, Luis María Atienza y Juan Manuel Eguiagaray.

El manifiesto titulado No es Sánchez, somos nosotros apela al “orgullo socialista” y fue impulsado por Manuel Gracia, expresidente del Parlamento de Andalucía y secundado por Rafael Escuerdo, padre de la autonomía andaluza. A la luz de las imágenes que se ven en la obra, Felipe agasajado por la derecha andaluza decimos, Escuredo escribe en Twitter: “Cuando alguien en lugar de defender al PSOE busca sin pudor los continuos aplausos de la derecha, podrá decir lo que quiera, pero algo anida en su interior que le lleva a buscar el aplauso, para seguir alimentando su ego”. 

En ese manifiesto, que encontró eco en la militancia, no hay rastro de las firmas de otros históricos del partido que están dentro de la sala, como Alfonso Guerra o José Rodríguez de la Borbolla. Ambos llevan hace mucho tiempo prodigándose en los medios contra Pedro Sánchez.

El último es Guerra, quien desde los micrófonos de la COPE desea éxito a la manifestación convocada por el PP contra la amnistía el próximo domingo. Ahora la confrontación es sobre la hipotética ley que beneficiará al fugado Carles Puigdemont, necesario para la investidura de Pedro Sánchez, una vez fracase la de un Núñez Feijóo al que también un histórico de su partido, José María Aznar, le quiere marcar o le marca de facto el paso.

En su día, en 2016, el escenario era similar –España se rompe- y el debate se centró en la llamada la abstención de los socialistas en el Congreso para hacer presidente a Rajoy; luego vino la guerra civil en Ferraz, luego el respaldo de todo ellos a la candidatura de Susana Díaz en las primarias del PSOE, luego fue el triunfo de Sánchez en su Peugeot convenciendo a la militancia en contra del aparato. Y luego vino la reconciliación, la moción de censura y la calma chica que trajo consigo la pandemia.

Ahora toca lo que estamos viendo. La hemeroteca deja pocos rastros de halagos de estos nombres propios –González, Guerra, Borbolla, Leguina, Redondo- a Pedro Sánchez.

Pero ha habido un quiebro, una llamada de atención. En las horas previas al premio a Felipe trasciende que la Ejecutiva Federal del PSOE ha expulsado a Nicolás Redondo Terreros por su “reiterado menosprecio al partido”. El histórico dirigente vasco había anunciado su participación en la manifestación que el PP también llama acto de partido.

Volvamos a la obra. Estamos al final del primer acto.

Llega puntual el protagonista. Felipe baja del coche y se acerca a los compañeros de la pancarta.

-“Soy Pepe Romero, ¿no te acuerdas de mí? Nos duelen mucho tus palabras, Felipe”.

-“Mis palabras se verán en las resoluciones del partido”.

-“Felipe, no nos abandones”.

Es el último ruego de una militante antes de que caiga el telón.

Segundo acto

Mesa de siete varones representantes de los poderes políticos y económicos de la ciudad de Sevilla. Ni una sola mujer.

Plumillas de todos los medios y sus directores, cámaras agolpadas, butacas repletas y representación importante de la Sevilla eterna, la de los poderes facticos de una ciudad dual.

Se suceden los elogios al premiado. Llega su turno.

“Soy libre porque digo lo que pienso y soy responsable porque pienso lo que digo. Eso me obliga a callarme mucho más de lo que digo". Continúa y sin nombrar a Sánchez desliza: "Que nos libren de los no controvertidos, los que son capaces de quedar bien con todos a la vez algo tienen. Controvertido hay que ser”.

Clausura el acto Moreno, que comparte con el público que el primer mitin al que acudió en su vida, tenía a Felipe en los carteles en la plaza de La Malagueta. “Más allá del lugar que ocupe bajo los focos de la política actual, Felipe es un referente para quienes entendemos España desde la moderación y la política de Estado”. Y más halagos: ”Se echa mucho de menos esa política seria, responsable y reformista”

Más elogios y más aplausos de la sala. Arenas, senador en primera fila, lo hace sin complejos.

Termina el acto. La prensa aborda a González sobre la expulsión al (ex) socialista vasco: “Nicolás Redondo padre me convocó una huelga general y nunca se me ocurrió pensar que eso se penalizaba con la expulsión”.

Desde Twitter, Núñez Feijóo lamenta la expulsión de Redondo Terreros del PSOE, el mismo partido que, en teoría, quiere desalojar de la Moncloa.

Fin de la obra.

¿En qué momento Felipe González se convirtió en un referente, en un santo político para la derecha?

Es difícil marcar en el calendario el punto exacto en el que Juan Manuel Moreno Bonilla, como uno de los barones populares llamados a tomar las riendas de un partido que se le descontrola a Feijóo, empezó a lisonjear en público a Felipe González, el demonio con cola y tridente durante décadas en las filas populares. Ahí está la hemeroteca.

Pero si bien es cierto que el presidente andaluz, aun todavía en sus años en la oposición, siempre ha tratado con respeto y cariño la figura de González, la lectura que hoy muchos en el PSOE hacen de la actual apropiación de Felipe por parte de la derecha es de “oportunismo político”.

El escenario da pie, claro: Sánchez está ante una diatriba: o repetir elecciones o negociar frente a frente con el nacionalismo vasco siempre bulímico en sus peticiones y con un fugado de la justicia española que abocaría (o no, porque nada sabemos en firme de esa negociación) a un rediseño de la España de las autonomías que siempre tuvo en Andalucía, con un PSOE andaluz fuerte, una voz propia de la que adolece Espadas.

El politólogo Jesús Jurado fija una fecha para señalar ese despertar de los neofelipistas, según ha bautizado Juan Manuel Marqués Perales, firma de referencia en la política andaluza para Grupo Joly, y viene dado, cómo no, por el diseño territorial que la Constitución que nos reconcilió en el 78 dejó sin resolver.

La fecha es octubre de 2013, en la primera comparecencia en Madrid de Susana Díaz como presidenta andaluza, entonces culpó a Rodríguez Zapatero del auge independentista por el apoyo prestado a la reforma del Estatut de Cataluña. “No concibo la ruptura de la unidad de España, que es un proyecto nacional con mucho futuro”. Jurado recoge las palabras de la socialista en las páginas de La generación del mollete. Crónica de un nuevo andalucismo (Lengua de trapo, 2022), una lectura de la construcción de la autonomía andaluza documentadísima y sin alcanfor.

“En esa tesis, estaba entonces Felipe González”, recuerda Jurado sobre uno de los mentores, el más importante, sin duda, de la sevillana en su carrera a la secretaría general del PSOE. Con él, muchos de los que hoy critican sin ambages la dirección política de Pedro Sánchez estaban junto a Díaz.

No, las críticas que hoy se acumulan en torno al secretario general no son nuevas. Tienen otros matices y quizás más voltaje. Pero sí, más eco no en las filas del PSOE, como ocurrió en su día, sino en las del Partido Popular. Pura técnica de persuasión en Génova 13.

Para la politóloga Verónica Fumanal, en política, “intentar convencer al contrario con tus argumentos, es muy poco eficaz, básicamente porque están en un ideario narrativo y argumental diferente, por lo tanto lo que es más eficaz es coger los argumentos del contrario y apropiártelos”.

Es decir, “coger al presidente más longevo del PSOE después de la Transición, apropiártelo y enviar un mensaje no a los tuyos del PP, sino a los que podrían estar dudando de las siglas del PSOE”. Esos cuatro o cinco “socialistas buenos”, a los que apeló Vox para que se abstengan en la investidura de Feijóo y lo hagan presidente gracias también a los votos de la ultraderecha.

Sobre el homenaje a Felipe González, escribe Carlos Navarro Antolín en su columna La Caja Negra en Diario de Sevilla que “los presidentes del Gobierno son como las coplas. Llegado un tiempo no se sabe de qué partido son, porque son de todo el pueblo”.

Pero a la inversa no se ha dado la situación: ¿alguien recuerda a un ex dirigente del PP pedir el voto para el PSOE? "Aznar nunca ha sido un referente para el PSOE, en cambio hay muchas personas, sobre todo de una generación más mayor, que pueden continuar viendo a Felipe González como una persona muy importante" señala Fumanal.

La repetición electoral está ahí y el PP lo sabe: “los pensionistas jugaron un papel muy importante en el resultado del PSOE, Felipe González seguramente no es un referente para los menores de 30 años, saben quién es pero no tienen la concepción de su importancia, pero Felipe sí que es una figura de referencia para aquellos que vivieron la Transición”.

Oficialmente, que Moreno tilde de “referente político” a Felipe se circunscribe, según las fuentes del partido consultadas por Infolibre, “al respeto y respaldo a su figura política”, pero “ni responde a una estrategia”, “ni despierta intranquilidad” que este masajeo al ex presidente socialista cree suspicacias en las filas populares.

Pero no es así, sí hay voces que en el PP ya se han quejado. Verónica Pérez, ex presidenta del PP de Sevilla y enfrentada desde su defenestración a Moreno, lo ha dejado escrito en Twitter:. “Para mí Felipe González no es un referente político. Un Presidente que ve a sus responsables de Interior entrar en prisión por organizar el GAL No puede ser mi referente. La pérdida de memoria en las filas de la formación en la que milito me preocupa igual o más que España”.

Para Fumanal, salvo las excepciones (la mayoría absoluta en Andalucía mantiene prietas las filas), este furor neofelipista en las filas del PP es una “eficaz estrategia de comunicación persuasiva”. “Es coger esa figura y utilizarla como boomerang contra el PSOE”. “Es inteligente porque además al PSOE le deja muy pocas bazas: ¿qué va a hacer? ¿Manifestarse en contra de Felipe González? No es una opción, tienen que callar y torear la situación”.

¿Cala en la militancia del PSOE este runrún de González o de Guerra? En público, los portavoces del PSOE-A hablan de “respeto” y en privado aseguran que en las agrupaciones locales, las que de verdad conforman el músculo del partido, “la preocupación es que cuando vas a tu centro de salud, no tienes pediatra o te dan cita para un especialista a tres meses; Puigdemont te pilla lejos”.

Añaden una reflexión más: “Hace mucho que Felipe y Guerra no están con el partido. Si hubieran movido un solo dedo a favor del PSOE en estas elecciones en las que nos jugábamos tanto, estarían legitimados para decir, pero no lo hicieron. Esa es la diferencia con Zapatero, que se echó la campaña del 23J a su espalda y hoy puede decir lo que quiera”. Tras la campaña, Zapatero, al que tantas veces se le minusvaloró frente a González, guarda silencio.

Opina así una dirigente socialista de pura cepa: criada en Juventudes Socialistas en una casa en cuyas paredes cuelgan fotos de Felipe y de Alfonso, en las que los varones de su familia y su entorno político se les bautizaba como Felipe y para la que las siglas de su partido están por encima de los liderazgos. Cuando en el PSOE apelan al sentimiento socialista de la militancia hablan, precisamente, de esto.

Felipe González no chochea

Puede que ese sea el sentir en muchas agrupaciones socialistas pero también es cierto que la negociación con golpistas se penaliza en el electorado, que abarca mucho más que el censo de militantes que maneja Ferraz. Según Metroscopia, el 65% de votantes socialistas rechaza la amnistía pero sólo un 35% es partidario de volver a las urnas el 14 de enero. También el estudio refleja que dos de cada tres españoles prefieren nuevas elecciones.

Si la demoscopia, a nivel general, falló estrepitosamente el 23J, ¿quién dice que ahora está testando con acierto la opinión de los españoles?

Cae el telón. Queda teatro por delante.

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