Una nueva cumbre del clima con promesas que ignoran a la ciencia

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Este lunes, 1 de noviembre, arranca una nueva Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. Abreviada como Conferencia de las Partes o COP, su 26º edición se celebra en Glasgow (Escocia, Reino Unido) tras haber sido aplazada en 2020 por la pandemia de covid-19. La sensación general es de descrédito, si no de amplio pesimismo, tras cinco eventos consecutivos tras la firma del Acuerdo de París en 2015 sin celebrar una victoria que no sea parcial. Ni uno solo de los compromisos a corto plazo de ningún país es suficiente para contener el cambio climático en 1,5 grados de calentamiento a finales de siglo, ni tan siquiera para dejarlo en 2 grados. Pero los actores que defienden una acción climática real no dejarán de pelear, porque rendirse sería la gran derrota mientras haya tiempo, cada vez menos, para evitar el caos. 

El último informe de Naciones Unidas fue claro: las promesas actuales abocan al planeta a un calentamiento de 2,7 grados. Y no hay demasiado margen: según el informe más prestigioso del mundo sobre el cambio climático, el del IPCC, la concentración de CO2 en la atmósfera, de alrededor de 420 partes por millón, exige actuar ya para no llegar al punto de no retorno. Científicos de todo el mundo trabajan bajo un amplio consenso basado en que un mundo con esas temperaturas conllevaría a un sufrimiento difícilmente imaginable: fenómenos meteorológicos colosales, sequías, migraciones masivas, hambre, pobreza y desamparo. Pero no todos los países cuentan con el mismo nivel de ambición. No todos incumplen el Acuerdo de París por igual. Estados Unidos y la Unión Europea, según los analistas, están cerca de contar con compromisos suficientes, aunque sus políticas actuales no estén en el mismo camino.

En verde, los países con compromisos compatibles con el cumplimiento del Acuerdo de París. | CLIMATE ACTION TRACKER

Otros grandes emisores, como China, tienen metas paupérrimas, pero las tienen. Rusia e India no tienen intención de actualizar objetivos ridículos que, de seguirse por el resto, convertirían a la Tierra en un planeta poco compatible con la vida. Y por último, otro grupo de países –Australia, Brasil– trabajan con ahínco para que el mundo no se tome en serio el desafío, pasando de la pasividad a la oposición activa. Mientras tanto, los países pertenecientes al Sur Global, menos culpables de la crisis climática, y los más vulnerables –Estados insulares, por ejemplo, donde la subida del nivel del mar pone en riesgo su supervivencia– se preparan para volver a desgañitarse para conseguir más financiación y recursos no solo para mitigar el cambio climático, también para adaptarse a sus consecuencias futuras y presentes. 

El compromiso de cada país se mide a través de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC's, siglas en inglés), un mecanismo habilitado tras la cumbre de París para que cada Estado comparta con el resto cuántas emisiones de gases de efecto invernadero está dispuesto a evitar de aquí a 2030. En la COP26 se debatirá si se establece la obligación de actualizarlos de cara a 2023: pero en octubre de 2021 vencía el plazo para elaborar y enviar, al menos, una primera versión. Nadie ha presentado unos NDC's que merezcan el aplauso de los expertos y que garanticen limitar el calentamiento global a 1,5 grados; los que más se acercan no cuentan, por el momento, con políticas compatibles con el desafío. 

Es el caso de la Unión Europea y de Estados Unidos. El club comunitario ya lleva años liderando los esfuerzos a nivel global, y el país norteamericano se ha subido al carro tras la victoria del demócrata Joe Biden en las últimas elecciones. Ambos se han apuntado a la moda de anunciar compromisos de cara a 2050 de "neutralidad climática": la definición se discute, pero consiste en esencia en emitir tan poco que sea compensado con la absorción de carbono de bosques, océanos y tierra y con la tecnología de captura, aún en pañales. Si todos los que prometen dicha neutralidad lo cumplieran, el mundo se quedaría muy cerca de contener el calentamiento global a unos niveles manejables. Pero la realidad actual no invita a pensar que la meta es conseguible. 

El recién estrenado compromiso de la Unión Europea de reducir un 55% sus emisiones para 2030 es compatible con esa neutralidad prometida y, por tanto, con el Acuerdo de París. Sin embargo, los analistas de Climate Action Tracker consideran que el club comunitario, como parte del grupo de países más contribuyentes a la crisis, tiene una responsabilidad adicional de reducir aún más su expulsión de gases para dar más margen a los países menos desarrollados desde el punto de vista industrial. Además, tiene mucho en lo que avanzar para que la meta se cumpla. "Muchos estados miembros de la UE todavía no tienen un plan de eliminación del carbón para 2030. Otros países están planeando reemplazar el carbón por gas natural y están presionando para utilizar fondos de la UE para cofinanciar inversiones en infraestructuras para este combustible", asegura la organización. 

La situación de Estados Unidos, a ojos de Climate Action Tracker, es similar. Su calificación ha pasado de "críticamente insuficiente" a "insuficiente". Sus objetivos a 2030 y 2050 son compatibles con un mundo calentado dos grados de media a finales de siglo, lo que supone un gran avance con respecto al negacionismo de su antecesor: sin embargo, recuerda el organismo, las políticas que permitirían pasar del dicho al hecho aún tienen que ser aprobadas por el Congreso, y no hay ni rastro de una "aportación justa" mediante la cual el país norteamericano hace un esfuerzo equivalente a su responsabilidad como el segundo gran emisor del planeta. 

Naciones Unidas, en su último análisis, recuerda que no solo basta con emitir lo mínimo en 2050 para cumplir el Acuerdo de París. Las emisiones que se produzcan hasta entonces se quedan en la atmósfera durante miles de años, por lo que para contener el calentamiento a niveles razonables es mejor –y más barato, y más fácil, en base a la tecnología actual– hacer el gran esfuerzo en la próxima década en vez de posponerlo a partir de 2030. Sin embargo, ningún gran país cuenta con planes similares. La UE, Estados Unidos y Reino Unido cuentan con metas lineales, con una caída progresiva de la expulsión de CO2. Otros, como Brasil o China, quieren seguir emitiendo cada vez más en los próximos nueve años. 

Senda de reducción de emisiones prometida por cada gran país. | ONU

De hecho, el gigante asiático, el único gran país que tiene una meta a largo plazo para 2060 en vez de para 2050, actualizó este jueves sus NDC's. Antes, prometía empezar a reducir emisiones "alrededor de 2030". Ahora, se fija hacerlo "antes de 2030". El activista de Greenpeace Li Shuo asegura que "las incertidumbres económicas internas" y "la desconfianza de la capacidad de Estados Unidos para cumplir con sus objetivos" disuadieron a Pekín de tomarse en serio el reto.

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Con respecto a otros grandes países, el desempeño es dispar dentro del fracaso generalizado. La meta para la próxima década de Brasil, uno de los países que fue más beligerante en la pasada COP de Madrid, es compatible con un calentamiento global de cuatro grados. Lo curioso es que sus políticas actuales son más benignas para el planeta que el objetivo que aseguran que van a cumplir. Lo mismo ocurre con India, que pese a que sigue contando con el carbón en su mix energético, su plan de recuperación post-pandemia da gran importancia al desarrollo de la energía solar fotovoltaica. El gran emisor que menos quiere saber de acción climática es Rusia, cuyos compromisos y políticas son asombrosamente inútiles: sus metas incluyen un aumento de la expulsión de gases en la próxima década y no tiene objetivo para 2050. 

Vistos los datos, es evidente que la COP26 arranca sobre la base de un desinterés generalizado sobre lo que dice la ciencia. Los procesos económicos de las grandes potencias son incompatibles con la evidencia. Además, las estimaciones de que países como Argentina e Indonesia, además de los ya mencionados, emitirán más en 2021 que en 2019, antes de la pandemia, refleja que la "recuperación verde", la intención de que los planes de estímulo económico post-covid no se inviertan en combustibles fósiles y en business as usual, no está funcionando. Una ventana de oportunidad que está prácticamente cerrada.

"Hasta la fecha, la mayoría de los países han desaprovechado la oportunidad de emplear los presupuestos de rescate fiscal y recuperación en el contexto de la covid-19 para estimular la economía y promover una transformación orientada hacia las bajas emisiones de carbono. Los países pobres y vulnerables se están quedando atrás", asegura el último informe de la ONU, que pone a España como ejemplo de buenas prácticas en este sentido. La directora de la Oficina de Cambio Climático, Valvanera Ulargui, puso el miércoles la actualización de los NDC's para orientarlos al cumplimiento del Pacto de París como el gran reto de la COP26. No se esperan grandes milagros, pero hay algunos datos que permiten agarrarse a la esperanza: Naciones Unidas reconoce que el rumbo es mejor que el de hace una década y que el desarrollo de tecnologías renovables facilita el esfuerzo. 

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