Violencia de género

Ocho años de violencia: así es el camino que siguen las víctimas de malos tratos hasta pedir ayuda

Imagen de la manifestación 8M de 2019.

Ocho años y ocho meses. Es el camino, lastrado por el miedo y la culpa, que transitan las víctimas de violencia machista hasta reclamar ayuda. El cálculo proviene del Estudio sobre el tiempo que tardan las mujeres víctimas de violencia de género en verbalizar su situación [consultar en este enlace], un informe confeccionado por la Delegación del Gobierno para la Violencia de Género. El documento viene a relevar, o a complementar, a la Macroencuesta de violencia contra la mujer [consultar aquí], publicada por el mismo organismo en el año 2015 y principal referencia a la hora medir las dimensiones de la violencia contra las mujeres en el país.

El objetivo del análisis tiene que ver con cuantificar el tiempo medio transcurrido desde que las mujeres comienzan a sufrir malos tratos hasta que dan el paso de "convertirse en víctimas reconocidas". Un tiempo que la Delegación del Gobierno ha cifrado, a través de entrevistas a 1.200 mujeres, en una media de ocho años y ocho meses. Dar el paso de presentar una denuncia, con toda la incertidumbre y trabas burocráticas que implica, es a día de hoy uno de los principales retos a resolver para terminar con la violencia machista. Y a ese paso le precede todo un proceso de toma de conciencia extremadamente complejo.

Así lo entiende Bárbara Zorrilla, psicóloga especializada en violencia sobre la mujer. Ese proceso hasta reconocerse víctima, que de media dura ocho años y ocho meses, viene a resolver una suerte de preguntas recurrentes: ¿por qué lo consiente?, ¿cómo lo aguanta?, ¿cómo no se marcha?, cita la psicóloga. La respuesta no es fácil, pero el estudio arroja algo de luz al respecto. El trabajo con víctimas, explica la psicóloga en conversación con infoLibre, revela que "se crea un vínculo traumático entre agresor y víctima". El conflicto no es menor. La mujer que sufre malos tratos intenta entender cómo alguien que "debe cuidarla en realidad le está generando daño de manera intencional". Algo que, en añadido, "anula por completo su capacidad de reacción".

La violencia, además, se expresa de "forma insidiosa, sutil e intermitente". Lejos de los estereotipos, el maltratador "no siempre se porta mal". Lo que se construye, como consecuencia, es una "relación de dependencia" que redunda en la "destrucción de la autoestima de la víctima". Y entonces "asume el modelo mental de su agresor", donde se retroalimentan ideas fuertemente afianzadas: si tú cambias, él va a cambiar; dónde vas a ir o cómo les vas a quitar el padre a tus hijos, expone la especialista.

En los mismos términos se expresa Esperanza Bosch, profesora de Psicología en la Universitat de les Illes Balears (UIB). "Aunque sea complicado de explicar, el tiempo no transcurre igual para todo el mundo", reflexiona. "En una relación abusiva, la mujer se centra en salvaguardarse a ella y a sus hijos", pero además la "toma de conciencia" hasta entender que aquello "no debería suceder, que está tipificado como delito, que tiene derecho a denunciarlo, también se alarga". Especialmente, dice, porque no se trata de denunciar a un agresor ajeno –como puede suceder en un robo–, sino a alguien "con quien tienes o has tenido una relación, a quien has creído amar y con quien tienes familiares o amistades en común".

"No sé qué hago aquí sentada"

Los resultados del estudio reflejan que un 89% de las encuestadas afirma haber sufrido violencia psicológica; el 68% física y el 42% económica. Otro 25% se reconoce víctima de violencia ambiental, es decir, aquellas "conductas explosivas que generan miedo, sumisión y sufrimiento en la mujer víctima, aunque no se realicen sobre ella ni su cuerpo, sino sobre lo que le rodea y es importante para ella". Un 23% ha sufrido violencia sexual y, finalmente, el 15% de las interpeladas dice haber padecido todas las violencias catalogadas. El tiempo de espera hasta reclamar ayuda es diverso según el tipo de violencia experimentada. Así, las mujeres que han sufrido violencia sexual y ese 15% que ha soportado todos los tipos de violencia tardan más de diez años en hacerlo.

Los motivos, en cualquier caso, son variados, múltiples y muchas veces simultáneos. A la cabeza, mencionado por un 50% de las entrevistadas, se encuentra el miedo a la reacción del agresor. Un 45% lo justifica porque creía poder resolver sola el problema y un 36% porque no se percibe como víctima. Muy cerca se encuentra la culpabilidad que siente la víctima por el hecho de serlo, un problema al que apela el 32% de las interpeladas. El 29% admite haber sentido pena por el agresor y el 28% se refiere a la falta de recursos económicos para salir adelante. También un 28% invoca a la vergüenza como razón para dilatar los tiempos hasta la denuncia.

Si bien los motivos que arrojaba la Macroencuesta de 2015 eran similares, el orden de incidencia se invierte respecto a las respuestas actuales. Entonces la razón más citada fue la consideración de que el hecho "tuvo muy poca importancia / no era lo suficientemente grave / nunca se le ocurrió / pensó que podía resolverlo sola", mencionada en un 44,6% de los casos. Hace cuatro años, la segunda razón más señalada para no denunciar fue el miedo y el temor a las represalias, expresado por un 26,6%. Admitieron sentir vergüenza un 21,1% de las encuestadas y culpabilidad un 9,2% de ellas.

"Yo no sé qué hago aquí sentada". Las palabras, recuerda Bárbara Zorrilla, pertenecen a una paciente con nombre y apellidos pero su autoría podría ser global. Ellas no siempre se percatan de su condición de víctimas porque el maltratador sigue una "estrategia de aislamiento, priva a la mujer de su red social, él le dice que es culpable y no tiene quien le diga que eso no es cierto". También Bosch reseña que no es lo mismo tener una red familiar y social sólida que carecer de ella, aunque ésta en ocasiones también puede ser un instrumento de presión para las mujeres. El 54% de las encuestadas dice haber decidido denunciar por sentirse "psicológicamente muy dañadas", mientras que un 41% menciona que el último episodio de violencia fue clave para decidirse. Pero el 30% tiene en cuenta, en su respuesta, a sus hijos –cuando empiezan a ser conscientes de la situación– y el 27% a su entorno –el apoyo por parte de un conocido–.

El papel fundamental de los hijos

El papel de los hijos resulta determinante en la toma de decisiones, aunque diferente según la situación particular de cada víctima y su percepción del problema. Hay quien decide dilatar el tiempo hasta denunciar, precisamente como mecanismo de protección hacia sus hijos, mientras que otras mujeres dan el paso de pedir auxilio para evitar poner en riesgo a los niños.

La encuesta sostiene que, cuanto mayor es el número de hijos, mayor es el tiempo empleado en expresar la situación de malos tratos. Las mujeres con tres o más hijos se demoran una media de doce años y dos meses; las que tienen dos, lo hacen en una media de diez años y dos meses. Las madres de un sólo hijo tardan ocho años y tres meses de media. Por el contrario, y con una diferencia abismal respecto a los demás grupos, las mujeres sin hijos tardan una media de tres años y cinco meses en denunciar.

Las autoras del estudio subrayan que "las cargas familiares están actuando como freno para salir de la relación violenta". Un hecho, dicen, que "puede relacionarse con la falta de apoyo familiar y social". Por otro lado, la edad de las mujeres también es clave. Las mujeres con hijos más pequeños, y por tanto las más jóvenes, tardan menos tiempo en romper con la violencia. En el extremo opuesto, ocurre lo contrario: las madres con hijos mayores, y por consecuencia aquellas de edad más avanzada, tardan más tiempo en denunciar.

Asimismo, las mujeres víctimas de violencia que conviven con sus hijos "han tardado un tiempo significativamente mayor que la media, diez años y cinco meses", en dar la voz de alerta. Un hecho directamente relacionado, sostiene el informe, con los recursos económicos de la víctima. "Uno de los principales obstáculos que debe superar la mujer víctima es su mantenimiento económico y el de su familia", asegura. El 28% de las interpeladas justifica no haber denunciado por la falta de recursos económicos y un 23% lo achaca a la imposibilidad de salir adelante con las cargas familiares.

Al otro lado de la balanza, un 30% de las encuestadas reconoce que su principal motivación para denunciar fue que sus hijos "se estaban dando cuenta de la situación de violencia".

Violencia en la infancia

El análisis elaborado por la Delegación del Gobierno incluye datos sobre violencia de género y doméstica durante la infancia de la víctima. La protección de los menores resulta un factor decisivo para evitar episodios de violencia posteriores, una hipótesis ampliamente trabajada por los expertos en la lucha contra la violencia y que el propio pasado de las víctimas viene a confirmar.

De acuerdo a los datos arrojados por la encuesta, aquellas mujeres que afirman haber vivido violencia intrafamiliar en el seno familiar tardan un tiempo mayor que la media en verbalizar la situación de violencia de género: diez años y cinco meses. El momento de pedir ayuda también se aplaza en el caso de aquellas mujeres que, durante su infancia, han presenciado situaciones de violencia machista en su hogar. La media para ellas se incrementa hasta los nueve años y cinco meses de espera.

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Situación laboral y económica

Las condiciones materiales también marcan el camino de las víctimas. Desde una perspectiva laboral, el grupo de mujeres que más tiempo tarda en dar el paso de denunciar es aquel que se dedica a realizar labores domésticas no remuneradas: una media de doce años y ocho meses. Además, la encuesta revela que los tiempos son significativamente mayores, nueve años y nueve meses, para aquellas situaciones en las que los ingresos dependían del agresor.

Una situación mayoritaria entre las víctimas. Según los datos analizados, el 64% de las mujeres dependían de los ingresos de su maltratador en el momento de comenzar a sufrir violencia, mientras que el 44% seguía en esta posición en el momento de pedir ayuda. "Se puede concluir que la dependencia económica de las mujeres víctimas de violencia", dice el estudio, "ha podido influir en el sostenimiento de la situación de violencia a lo largo del tiempo". La dependencia económica, el hecho de no contar con un trabajo remunerado o la precariedad en las condiciones del mismo no sólo limita la calidad de vida de las mujeres, sino que lastra su paso hacia una vida autónoma y libre de violencia.

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