Sólo lo común nos salvará a todos: política (honesta) frente al odio Jesús Maraña
Y Cuba sigue…
La desproporción entre el mito cubano y su realidad física es impresionante. Cuba es un paisito con once millones largos de habitantes, escasos recursos naturales realmente valiosos, más allá del azúcar, algunas frutas, un poco de tabaco, algún mineral y playas paradisíacas. Cuba no pinta casi nada en el mercado de las cosas. Si mañana desapareciera del mapa nadie echaría de menos sus productos industriales ni sus materias primas.
Ahora bien, pocos países cuentan con un capital simbólico tan poderoso. La música cubana, sus estilos y sus bandas están en todas partes. En cada capital del mundo hay un par de restaurantes cubanos, a pesar de la sencillez insultante de su gastronomía. El poder simbólico de Cuba emerge en su máxima expresión a través de la política, gracias a la construcción y reproducción tenaz del relato de David contra Goliat: en su narración idealizada, el pueblo bravo resiste ante el tirano poderoso, que tan solo está a unas cuantas millas de su costa. Es interesante que en una visita a La Habana uno vea muy pocas fotografías de Fidel Castro, que pidió él mismo que no se le dedicaran plazas ni grandes avenidas ni estatuas, sabiendo seguro que serían un día derribadas, y se sigan viendo las imágenes icónicas, casi religiosas, del Che Guevara en su batalla contra el imperialismo.
Haber mantenido durante 65 eternos años un régimen “revolucionario” sin que se haya derramado sangre, o al menos no tanta, es un logro admirable de los hermanos Castro y de sus ancianos compañeros de batallas. Se han escrito libros enteros sobre la posibilidad de una transición democrática en Cuba, se han organizado cientos de simposios y encuentros, pero ahí siguen los octogenerios militares controlando los resortes del mísero sistema comercial: con una economía paralela –muy poco sumergida, porque todo el mundo sabe de ella– que nada tiene que ver con la oficial. Con unos indicadores de desarrollo humano (alfabetización, esperanza de vida, seguridad ciudadana, acceso universal a la salud, a la educación ¡y a la vivienda!) que lucen orgullosos sobre el papel frente a los de cualquier Estado europeo, pero que en realidad se comparecen muy poco con la ausencia palmaria de bienes básicos: desde un cuaderno para la escuela a un vial en el hospital o un simple trozo de pescado… ¿Comen los niños cubanos tres veces al día? Por supuesto. ¿Tiene cualquier ciudadana una vivienda? Claro. ¿Es cierto que se puede ir por la calle sin sustos ni robos ni sobresaltos? Así es. Ante un funcionario de Naciones Unidas, esos hechos son poco objetables. Otra cosa es qué comen esos niños, si hay luz en esas casas o cómo actúan los chivatos contra los disidentes en cada cuadra del país.
El poder simbólico de Cuba emerge en su máxima expresión a través de la política
Por lo demás, desde hace décadas, si alguien da guerra y no le gusta lo que hay, se le deja marchar y a otra cosa. Recordemos lo que pasó con Yunior García, quien lideró la gran movilización que desembocaría en la Marcha Cívica por el Cambio en 2021. Yunior, acosado y perseguido por el Gobierno, terminó marchando pocos días después de la Marcha con destino Madrid. Es una pauta muy caribeña, como acabamos de ver en Venezuela: mejor que los líderes molestos se marchen pacíficamente. El embajador de España en La Habana junto con las autoridades cubanas facilitaron las cosas. Mientras, se detenía a un centenar de chamos que probablemente aún estén esperando en prisión y se restauraba el orden sacrosanto de los hoteles para extranjeros, una rica fuente de ingresos para la isla. En los resorts internacionales, que se lo digan a Meliá o a Iberostar, no hay apagones nunca, ni faltan la langosta ni la gasolina: tampoco los empleados dispuestos a olvidar sus derechos socialistas a cambio de un sueldo equivalente en dólares y unas propinas furtivas en cada intercambio posible.
A mi me entró pena al ver esas imágenes robadas de las calles de La Habana, de sus gentes en la oscuridad de la noche dándole a la cacerola como última e inútil vía de protesta. Es la pena de ver cómo se está atrasando la resignificación del mito socialista. Con plena escolarización, una conciencia social aún mayoritaria entre la población, un orgullo patrio todavía extendido, Cuba quizá está a tiempo de hacer una transición pacífica, que solo podrá tener lugar con la aquiescencia de las autoridades. Dudo que ya puedan imponer nada ni Venezuela o México y menos aún Rusia. Esos abuelos, como parecía que podía suceder durante el mandato de Obama, podrían anticipar que antes, o quizá después, mucho después, con ellos muertos, el colapso total llegará. Y que entonces la llegada de los hijos de los cubanos que marcharon a Florida, los nietos de los empresarios europeos o estadounidenses expropiados por la Revolución, y así, en conjunto, la extrema derecha mundial, estará presta a tomar revancha.
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