La situación en el PP

Un PP a medio gas deja el campo libre a la ultraderecha en el momento de mayor dificultad para el Gobierno

Feijóo saluda en Pamplona a una concejal del PP en Tudela.

No está y no se le espera hasta el mes de abril. El PP sigue al ralentí desde que los barones decidieron poner fin al mandato de Pablo Casado y forzaron su caída en la noche del 23 de febrero. Ha pasado un mes y la gira del candidato único a sustituirle, el presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo, no ha podido llenar el vacío a la espera de que el congreso extraordinario de Sevilla, previsto para los días 1 y 2 de abril, complete definitivamente la transición. Este viernes concluyó su gira con mítines en Bilbao, Pamplona y Logroño sin aportar ninguna novedad que aclare en qué consiste su proyecto.

La paradoja es que la travesía entre dos liderazgos en la que se ha embarcado el PP ha coincidido con el momento de mayor debilidad del Gobierno de coalición en lo que va de legislatura, sometido a los embates del alza de los precios provocada por la invasión rusa de Ucrania, a la presión de la protesta de transportistas, agricultores y ganaderos y a las dificultades políticas derivadas de la decisión de apostar por Marruecos en la resolución del conflicto del Sáhara.

Las dificultades del Ejecutivo de Pedro Sánchez han pillado al PP con el pie cambiado. Su portavoz en el Congreso, Cuca Gamarra, se ha visto sobrepasada por el protagonismo de los dirigentes de la extrema derecha, con mucho más eco mediático en las sesiones de control de la Cámara Baja y con una actividad muy intensa en la calle al frente de la protesta contra el Gobierno. 

Y eso que Vox, siguiendo las instrucciones de Santiago Abascal, ha recibido a Feijóo entre algodones suspendiendo las críticas que desde hace meses dirigía hacia Casado. La nueva relación entre ambas formaciones, cuyo primer fruto se ha hecho visible en Castilla y León, donde el barón local del PP Alfonso Fernández Mañueco se ha convertido en el primer dirigente del partido en acoger a miembros de Vox en su gobierno, trata de visualizar que la colaboración debe extenderse a otras comunidades y a los ayuntamientos en los que la suma entre los dos partidos sea indispensable para evitar gobiernos de la izquierda.

A pesar de ello Feijóo no parece tener prisa. Y aunque en sus mítines ha criticado con dureza que el Gobierno todavía no haya tomado medidas para hacer frente a la situación —las primeras decisiones, en relación con los transportistas, llegaron en la madrugada del viernes—, sigue sin ejercer como nuevo líder del PP a la espera de que su designación —la única posible porque no hay más candidatos— se haga oficial. 

En sus discursos, el todavía presidente de la Xunta apuesta por la centralidad y critica los gobiernos de coalición al mismo tiempo que avala el pacto PP-Vox en Castilla y León. Defiende su experiencia —lleva casi la mitad de su vida en cargos públicos— y presume de “trazabilidad”, sin que se conozca de su proyecto otra cosa que la voluntad de bajar impuestos de forma generalizada. Algo que, por otra parte, ya estaba en el frontispicio del programa de Pablo Casado.

De momento, nada concreto se sabe de su proyecto para el PP. Al menos nada distinto de lo que venía defendiendo hasta ahora el presidente defenestrado por los barones. Y tampoco sobre su equipo. Lo único que Feijóo ha dejado claro desde que decidió confirmar su candidatura a la presidencia del PP es que Génova no volverá a inmiscuirse en las decisiones que tomen los dirigentes territoriales, ni en lo que se refiere a sus pactos con otros partidos ni en lo relativo a la redacción de sus programas o a la confección de sus candidaturas municipales y autonómicas, un aspecto clave sobre todo para Juanma Moreno, que este año tiene que hacer frente a elecciones en Andalucía, y para Isabel Díaz Ayuso, deseosa de revolucionar el partido también a escala local.

Ausencia en Bruselas

Sin una estrategia reconocible, el PP —que formalmente sigue teniendo como presidente a Casado— ni siquiera ha enviado a un representante a la cumbre de dirigentes de su familia política en Europa, que tradicionalmente se reúne en Bruselas coincidiendo con los consejos de jefes de estado y de Gobierno de la Unión. Por primera vez en mucho tiempo, el PP no compartió criterios y puntos de vista con sus socios en el contexto además de un Consejo tan relevante como el que estos días analizó la respuesta común frente a Rusia y las medidas para hacer frente a la emergencia energética provocada por la guerra. 

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Casado asistió a la última, hace apenas dos semanas, y allí tuvo ocasión de desmarcarse del acuerdo firmado con Vox para gobernar Castilla y León, convertida de improviso en la tarjeta de visita de Feijóo en Europa, donde la mayoría de los socios del PP español no quiere ni oír hablar de acuerdos con la extrema derecha. Aquello motivó además un reproche público por parte del presidente de la organización, el polaco Donald Tusk, que llegó a hablar de “capitulación” ante los ultras.

Con todo, el PP europeo no puede permitirse el lujo de enfriar su vínculo con su representación en España, la segunda más poderosa de la Unión. Así que sus dirigentes han optado por mirar para otro lado y acudir al congreso extraordinario de Sevilla después de que el poder provisional de Génova les halla asegurado que no tienen intención de desviarse de sus posiciones. Tusk no irá pero sí han confirmado su presencia el actual presidente del grupo popular en Estrasburgo, el alemán Manfred Weber; el comisario griego Margaritis Schinás, y la presidenta del Parlamento Europeo, la maltesa Roberta Metsola.

Entretanto, la agenda del PP ha brillado por su ausencia. La presencia pública diaria, que encabezaba el presidente del partido pero cuya responsabilidad compartían los miembros de su dirección, ha caído a mínimos.

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