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Torturas en la Ucrania ocupada

Violaciones, amenazas de castración y sadismo: cuatro ucranianos narran su tormento a manos rusas

Serhiy Chudinovich, sacerdote ucraniano torturado por las fuerzas de ocupación rusas en Kherson.

Yana Korniichuk (Slidstvo.info), Anna Babinets (Slidstvo.info), Ilya Lozovsky (OCCRP)

Cuando se lo llevaron para interrogarlo, los soldados rusos le dijeron a Viktor Soldatov que pronto le permitirían volver a casa. Fue liberado nueve meses después y sólo tras soportar un trato que lo llevó a intentar suicidarse en su celda. "Me tiraron sobre una mesa", recuerda. "Cuatro de ellos me sujetaban: dos por los brazos, dos por las piernas. Me quitaron los calzoncillos y empezaron a pincharme las nalgas con, no sé, una porra de goma o algo así. Me encontraba en un estado tan oscuro que no entendía nada. '¿Sabes lo que te vamos a hacer, todos juntos y cada uno por separado'? [preguntaron]".

Soldatov, administrador informático de una fábrica de construcción de muelles en la ciudad de Kherson, al sur de Ucrania, fue detenido en agosto de 2022, pocos meses después de que el avance relámpago de los rusos en las primeras semanas de la guerra pusiera bajo su control gran parte de la región. Nunca entendió del todo por qué lo habían elegido. En cualquier caso, explica, sus interrogadores a menudo parecían más centrados en torturarlo que en extraerle información, un testimonio que apunta al sadismo de sus captores. "No les interesaban mis respuestas a sus preguntas", dice Viktor Soldatov. "Respondiera lo que respondiera, no influía. Lo que les importaba era el proceso en sí".

Cuando Soldatov fue finalmente soltado, gran parte de la región de Kherson había sido liberada en la última gran contraofensiva con éxito de Ucrania. Pero ahora que el apoyo de Occidente parece cada vez más dudoso, la balanza de la batalla vuelve a inclinarse a favor de Moscú y el presidente ucraniano, Volodymyr Zelensky, advierte de una nueva ofensiva rusa esta primavera.

Al mismo tiempo siguen apareciendo historias de las atrocidades sufridas por quienes se encuentran a merced de los ocupantes rusos. Soldatov es uno de los cuatro hombres de la región de Kherson entrevistados recientemente por Slidstvo.info –socio ucraniano del OCCRP, consorcio internacional de medios al que pertenece infoLibre– sobre su detención por las fuerzas de ocupación. Los cuatro eran civiles, aunque uno se unió a una formación de defensa local tras la invasión y otros dos participaron en la resistencia clandestina al dominio ruso.

Las historias que cuentan difieren en muchos aspectos. Uno estuvo detenido sólo un día, los otros semanas o mucho más. A uno lo soltaron después de que su esposa pagara un rescate por su libertad, otro pasó meses en una colonia penitenciaria rusa antes de ser liberado en un intercambio de prisioneros.

Pero lo que une sus experiencias es la brutalidad con la que fueron tratados. Los cuatro hombres describieron torturas salvajes. En un fenómeno que se ha aireado con menos frecuencia en la sociedad ucraniana, los cuatro dijeron también que sufrieron violencia sexual, incluidas descargas eléctricas en los genitales, penetración con objetos extraños y amenazas de castración.

Muchos de los detalles concretos de los relatos de los hombres no pueden verificarse de forma independiente, aunque los cuatro casos han sido investigados por fiscales ucranianos, que confirmaron a los periodistas que los relatos de los hombres se ajustaban a lo que habían comunicado a las fuerzas de seguridad. En uno de los casos se ha emitido una citación judicial contra uno de los presuntos autores, un soldado ruso de 23 años. Los otros tres casos siguen bajo investigación activa.

Según la Fiscalía, se han registrado 101 casos de violencia sexual contra hombres ucranianos por parte de las fuerzas de ocupación rusas, 50 de ellos en la región de Kherson. Pero es casi seguro que son muchos más, ya que, según los expertos, los hombres suelen ser reacios a denunciar la violencia sexual.

"La violencia sexual es una herramienta que les permite conseguir lo que quieren, y los supervivientes se sienten incómodos hablando de ello, por lo que hablarán lo menos posible", afirma Ihor Demyanyuk, jefe del departamento de investigación de crímenes de guerra de la Policía de Kherson. "Es importante hablar de esto para que todo el mundo pueda ver lo que está pasando en el país, lo que está pasando en los territorios ocupados".

El Gobierno ruso ha negado que sus tropas cometan crímenes de guerra en Ucrania.

Un sacerdote ante la brutalidad

"Mienten a todo el mundo diciendo que a la gente que cae en sus cárceles no le pasa nada", afirma Serhiy Chudinovich, sacerdote de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana que fue detenido y torturado en marzo de 2022. "Esta es información de mis propios labios. Soy una fuente. Que la gente lo sepa. Quiero que lo sepan".

Chudinovich es desde hace tiempo un activista en favor de una Ucrania independiente. En 1990, cuando el país aún era una república soviética, fue detenido por colgar banderas ucranianas amarillas y azules en su ciudad natal, a poco más de cien kilómetros al norte de Kherson.

Cuando la región de Jerson fue capturada por los rusos en 2022, su iglesia en la capital regional se convirtió en un punto de resistencia. "Era un lugar de intercambio de todo: comida, servicios, medicinas, combustible", cuenta Chudinovich, que explica por qué cree que los rusos lo tenían como objetivo: "En la iglesia no había armas y nunca pudo haberlas. Pero hicimos cosas que ellos consideran demasiado peligrosas... El sacerdote ucraniano motiva al soldado ucraniano".

Lo sacaron de su iglesia, asegura, unos hombres que dijeron ser de la "nueva policía" y dijeron a sus feligreses que sólo se llevaban al sacerdote para una "conversación de cuarenta minutos". A falta de venda, los hombres le pusieron un sombrero en la cabeza para taparle los ojos y lo llevaron a la comisaría de la calle Luteranska de Kherson.

Al principio, sus captores no lo trataron con demasiada dureza, intentando convencerlo de que prestara su autoridad como líder comunitario a los esfuerzos rusos por ganarse a la población local, utilizando la ayuda humanitaria como palanca. "¿No es bueno hacer el bien?", dice Chudinovich que le preguntaron. "Bueno, soy un sacerdote cristiano, ¿cómo puedo decir que no es bueno hacer el bien? Dije que por supuesto que es bueno... Dijeron: 'Grabemos un vídeo, hagamos el bien, la gente tiene hambre'".

"Yo asentía", explica, "pero no estaba de acuerdo. Dije: 'Aunque grabe un vídeo así, nadie me creerá'. Quizá no debí decir eso. Después de eso, las cosas empeoraron". Sus captores lo golpearon hasta dejarlo negro y azul, dice. "Pedí agua y me dieron vodka. Me metieron un recipiente de cinco litros por debajo del sombrero, lo meten ahí, donde tengo la boca, y vertieron este líquido. Pensé que era agua, pero era vodka. Ni siquiera vodka, sino alcohol diluido".

Como seguía sin acceder a colaborar, cuenta Chudinovich, sus captores lo hicieron desnudarse.

"Estoy allí de pie, sin ropa, y entonces cogen una porra y empiezan a intentar metérmela por el ano", cuenta. "Grito, por supuesto. Me salía todo por la nariz: saliva, lágrimas". "Casi me arrancan una parte del cuerpo, entonces uno de ellos dijo: '¿Firmarás un papel de cooperación?'. Dije: 'Sí, sí, firmaré'".

Antes de liberarlo, sus captores hicieron que Chudinovich grabara un vídeo propagandístico, obligándolo a decir que se había reunido con los rusos de buen grado y que no había sufrido ninguna presión física ni psicológica.

Sólo estuvo retenido un día, pero la tortura que sufrió aún lo atormenta. "En cuanto oigo hablar en ruso, se me acelera el corazón", dice. Pero no ha tenido que colaborar con las fuerzas de ocupación. Huyó de la Kherson ocupada tras su liberación, conduciendo su coche por los campos para evitar los puestos de control rusos.

Sufrir al Pervertido

Oleg, un empresario de 33 años que no quiso revelar su nombre completo para este reportaje, sufrió un calvario más largo: 17 días de cautiverio. Al igual que Chudinovich, había llamado la atención de los rusos por su activismo a favor de Ucrania. Como propietario de una cafetería local, había proporcionado agua y otros suministros a los manifestantes que protestaban contra los esfuerzos de "rusificación" de las fuerzas de ocupación en la región de Kherson. Un día, unos soldados rusos se lo llevaron de la cafetería e inmediatamente le dieron una paliza de dos horas.

Los captores de Oleg no dejaban de exigirle que identificara a los organizadores de las manifestaciones antirrusas. "No paraba de gritar que no conocía a nadie, y la verdad es que no los conocía", afirma. "Les pedí que me dejaran ir a casa, porque tenía un niño pequeño. Y les pedí que se quedaran con mi coche como rescate".

Pero las sospechas de los rusos surgieron por un terminal de tarjeta de crédito que habían confiscado en su cafetería. El aparato tenía una pegatina made in USA en la parte trasera, y esto, dice Oleg, los convenció de que era una pieza de un equipo de espionaje. "Así que durante varios días tuve que explicarles, una y otra vez, cómo funciona hacer pagos bancarios a través de un terminal", señala.

Mientras tanto, amenazaban continuamente a la familia de Oleg, diciendo que violarían a su mujer delante de él si no revelaba los nombres de los organizadores de la protesta. "También seguían amenazando con que arrojarían a mi hijo pequeño al río Dnipro. O lo meterían en un orfanato ruso", relata.

Un día, cuenta Oleg, lo torturaron durante hora y media con descargas eléctricas en los genitales. "Ni siquiera me hicieron preguntas, sólo me torturaron", dice. "Y luego me tiraron de la silla. Y, aún desnudo, me pusieron sobre la mesa... Entonces llamaron a uno de sus terroristas, al que llamaban simplemente El Pervertido, un tipo muy excéntrico y maleducado". "Inmediatamente me llamó 'su puta' y cosas por el estilo. Su chica. E intentó violarme. Movió sus genitales junto a mis nalgas, intentó acariciarme y cosas así. Todo ello acompañado de risas. Suyas y de todos los demás. Durante unos 15 minutos lo intentó. Y luego se enfadó porque no podía hacerlo. Y empezó a darme patadas en las nalgas, en los genitales, diciendo: 'No puedo follarme este culo negro'. Tenía todo el cuerpo cubierto de moratones negros". Entonces, cuenta Oleg, su agresor cogió un bolígrafo, se lo metió en el ano y utilizó el pie para atascarlo dentro. "Después de eso me tiraron de la mesa y me arrastraron a mi celda".

El decimoséptimo día de su encarcelamiento, Oleg fue puesto en libertad. Siguiendo el consejo de unos amigos, su mujer había ofrecido a sus captores 100.000 hryvnia ucranianos (2.700 dólares) para que lo dejaran marchar. También él fue obligado a filmar un vídeo propagandístico antes de ser liberado.

"Me rompieron psicológicamente, y todavía no puedo ser la misma persona que era", dice. "Sigo teniendo pesadillas en las que me persiguen personas con uniformes y máscaras".

Da varias razones para compartir su historia. En primer lugar, quiere que se castigue a los autores. En segundo lugar, desea que el mundo sepa lo que ocurre bajo la ocupación rusa. "Y otra razón por la que explico lo que me ocurrió con tanto detalle: quiero que otros que también vivieron algo así hablen también, porque así nuestras voces son más fuertes".

Un año en manos de soldados rusos

Volodymyr, que tampoco quiso revelar su nombre completo, pasó casi un año en manos de los rusos. Junto con muchos otros, el expolicía se alistó en las Fuerzas de Defensa Territorial de Ucrania el día de la invasión. Pero Kherson cayó rápidamente, y él pasó el mes siguiente escondiendo armas y observando los movimientos de sus tropas desde la clandestinidad antes de ser capturado.

Intentó escapar, pero lo atraparon y lo golpearon hasta dejarlo casi inconsciente. Los rusos no perdieron el tiempo. "Utilizaron una especie de fórceps o algo así", cuenta. "Me apretaron los genitales con ellos, amenazando con cortármelos. Y amenazaron con utilizar un bolígrafo para violarme sexualmente. Utilizando jerga criminal todo el tiempo. Eso fue en Kherson, en los primeros días después de mi detención. Incluso en las primeras horas".

Un mes después, Volodymyr fue llevado primero a la Crimea ocupada por Rusia y luego a un centro de detención en la ciudad rusa de Voronezh. También allí, dijo, además de las palizas y amenazas habituales, el espectro de la violencia sexual era omnipresente. "Amenazaban constantemente con agredirte sexualmente. Que te violarían, o te obligarían a practicar sexo oral, o te violarían con un bolígrafo o con una porra", dijo. "Estaba tan extendido que ocurría casi todos los días".

Al preguntarle por qué creía que lo trataban así, Volodymyr atribuye la tortura en primer lugar a su eficacia –"así intentaban intimidarte"–, pero también a una cultura que sólo respeta la violencia y el poder. "Es un país con estos valores, donde para demostrar tu dureza tienes que demostrar que puedes hacer que una persona indefensa de tu mismo sexo realice actos sexuales... Es un auténtico gulag. Es simplemente una prisión completa, con la mentalidad correspondiente". "Es Rusia", dice. "¿Qué puedes decir?".

Investigar pese a todo

Anton Drobovich Drobovich, director del Instituto Ucraniano de la Memoria Nacional, subraya la importancia de investigar los crímenes de guerra incluso cuando la perspectiva de que se haga justicia parece aún lejana. "Deben investigarse casos concretos de personas concretas", afirma. "Hay que encontrar a los criminales y llevarlos ante la justicia. Y el superviviente debe saber que el autor concreto y los autores concretos han sido castigados. Esto es la restauración de la justicia, la restauración de la dignidad".

Gracias a los recuerdos de Oleg, los fiscales ucranianos han identificado a varios soldados rusos sospechosos de haber participado en sus malos tratos.

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Pero cuando los reporteros de Slidstvo.info se pusieron en contacto con dos de ellos, negaron cualquier implicación en las torturas y colgaron el teléfono.

Aquí puedes ver un vídeo con los testimonios.

Aquí puedes leer la información en versión original en inglés.

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