Imaginar la paz en Ucrania

Militares ucranianos hacen guardia cerca de las partes de un tanque destruido en el norte de Kiev.

Pol Bargués

Un mes después del comienzo de la invasión de Rusia en Ucrania, la paz es todavía inimaginable. No solo porque las negociaciones diplomáticas avanzan lentamente, con las posiciones todavía alejadas, a pesar de que Ucrania haya confirmado que desestima entrar en la OTAN. También porque tanto Vladímir Putin como Volodímir Zelenski piensan que el tiempo juega a su favor en esta guerra. El primero porque entiende que los ucranianos se cansarán de resistir y de ver a su pueblo sufrir; el segundo porque cree que las sanciones contra Rusia ahogarán su economía y el pueblo y los soldados rusos se cansarán de atacar. 

En este contexto de espiral de destrucción es importante reflexionar sobre la paz que vendrá. Son tres reflexiones preocupantes: para el antes de que se firme la paz, para justo después, y para el futuro.

La primera es que la paz generalmente llega después de un clímax de horror y destrucción. Esto fue así, por ejemplo, en la Segunda Guerra Mundial, cuando campos de exterminio como Auschwitz aceleraron su misión en 1944 al tiempo que la Alemania nazi perdía las batallas. También el cielo se tiñó de negro en Kuwait, cuando los iraquíes incendiaron los pozos de petróleo justo antes de capitular en 1991. Escenas de horror llegaron al final de las guerras yugoslavas, tanto en Bosnia, que acabó con el genocidio de Srebrenica en 1995, como en Kosovo en 1999, cuando las fuerzas yugoslavas expulsaron a un millón de albanokosovares antes de rendirse ante la intervención de la OTAN. La lógica es que cuanto mayor sea la victoria militar (el territorio conquistado o el daño infligido al enemigo), mayor ventaja se tendrá durante las negociaciones de paz. La historia la escriben los vencedores; y la paz, también. La peor parte la sufre la población civil. En Ucrania, se ha visto cómo las negociaciones de paz coinciden con ataques para conquistar nuevas ciudades. Los ataques de la aviación rusa al hospital y teatro de Mariúpol, donde se refugiaban centenares de civiles, deben entenderse en una lógica implacable de ganar la guerra y condicionar la paz. 

La segunda reflexión es que la frontera entre la guerra y la paz se ha difuminado y ha adquirido intensidades diversas según el lugar y el momento. La guerra no empezó el 24 de febrero. Tampoco parece que acabará con la mera firma de un acuerdo de paz. Ucrania ha sufrido sistemáticamente ataques “híbridos” –combinaciones de amenazas de tipo militar con otras propias de guerra irregular como el terrorismo, la agitación, la desinformación o los ciberataques– que han desestabilizado el país y han amenazado la paz al menos desde diciembre de 2013, coincidiendo con las manifestaciones europeístas del Euromaidán y la consiguiente caída del Gobierno prorruso de Víktor Yanukóvich. 

Confusión y ataques híbridos

En febrero de ese año, unos soldados vestidos de verde, pero sin distintivo, armados con fusiles, entraron en Crimea para bloquear el aeropuerto y tomar las bases militares del ejército ucraniano. Eran soldados de las Fuerzas Armadas rusas, presentados por los medios del Kremlin como “gente educada”, fuerzas locales alzadas para proteger a la población. Se trataba, de facto, de una invasión. Apenas hubo víctimas. Con los ataques híbridos, la guerra y la paz se confunden. La guerra se desmiente o se encubre y es difícil probar quien es el agresor, al mismo tiempo que la paz se tergiversa: se simuló un referéndum en marzo de 2014 para que Crimea abandonara Ucrania y se uniera a Rusia.

La región del Donbás, al este de Ucrania, ha sufrido desde 2014 un conflicto entre grupos separatistas prorrusos, que declararon la independencia de una parte de las provincias del Donetsk y Lugansk, y las fuerzas del Ejército ucraniano. Se calcula que ya ha habido más de 14.000 víctimas. También aquí podemos hablar de ataques híbridos porque fue una rebelión orquestada por Moscú, que agita, facilita armas y servicios de inteligencia a los rebeldes, envía mercenarios, bombardea desde territorio ruso, lanza ciberataques contra instituciones gubernamentales y bancos y difunde noticias falsas. Todo esto según Ucrania y la prensa occidental; Rusia lo desmiente. 

Cuando acabe la invasión rusa que empezó el 24 de febrero, cuando se firme la paz, ¿volveremos a los escenarios de frontera borrosa entre guerra y paz, con grupos armados y agentes especiales por doquier, desorden y desinformación? La firma de la paz no es sinónimo de una consolidación de la paz, estabilidad política y armonía social.

¿Vuelve el fascismo?

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Y la tercera reflexión: ¿qué será de la paz en un futuro? El poder mediador de Estados Unidos y Europa ha menguado en un mundo multipolar en el que los valores liberales y las democracias han perdido atractivo. La OTAN y la UE habían liderado y apoyado procesos de paz desde los años noventa y durante la década de los 2000 en los Balcanes, en Oriente Medio, en el norte y centro de África o en el sudeste asiático. En la última década, no solamente han sido resaltados y criticados todos los excesos y las contradicciones que envuelven estos procesos de paz (violaciones de resoluciones de la ONU, abusos de poder, farsas democráticas, intereses económicos y energéticos, o incapacidad de consolidar la paz sin imponerla). También otras potencias como Rusia, China o Turquía o Catar han desplazado a americanos y europeos como mediadores de conflictos. Mientras la crisis económica atizaba a Estados Unidos (2008) y a Europa (2008-2012) y coincidiendo con una creciente contención americana en política exterior, otras potencias estrecharon vínculos comerciales y trataron de resolver conflictos y problemas de orden para ganar influencia y hegemonía regional. Por ejemplo, en los últimos años, Rusia ha ayudado al Gobierno de Bashar al-Assad en Siria a acabar con los numerosos grupos de la oposición; también favorece al general Jalifa Hafter para que controle el este de Libia; forzó un alto al fuego entre Armenia y Azerbaiyán, o salió al rescate de Kazajistán para sofocar las protestas populares y restaurar el orden autocrático que se tambaleaba. Europa y Estados Unidos, los artífices de la paz liberal, están quedando en la sombra.

En el conflicto entre Ucrania y Rusia, los europeos, desde Emmanuel Macron a Josep Borrell, intentaron frenar la guerra por vía diplomática. Sin éxito. Tras la invasión a gran escala, la Unión Europea ha incrementado las sanciones a Rusia y, sin precedentes, ha entregado armamento militar a Kiev para defenderse. Mientras Europa intenta castigar y contener a Rusia, las negociaciones por la paz empezaron en Bielorrusia, y China o Turquía se erigen como posibles mediadores del conflicto. Como consecuencia de la guerra, la inflación y el desabastecimiento empiezan a azotar la economía europea. Otra crisis que agudiza la anterior. Y puede que la futura paz se construya sin Europa. 

Pol Bargués es investigador principal del CDOB (Barcelona Center for International Affairs).

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