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El valor del mercado

La OCDE pretende tasar a las compañías por ventas en lugar de por lugar de residencia

Jorge Galindo

¿Cómo decidimos qué tiene más o menos valor para la sociedad? Democracia y mercado no son sino los dos principales mecanismos que combinamos para dar respuesta a esta pregunta desde que ambos se convirtieron en hegemonía occidental. Ambos están, sin embargo, en profunda crisis hoy en día: cuestionados hasta los cimientos, muchos se preguntan cómo refundarlos para que sean de nuevo funcionales precisamente a la creación de valor.

Para reflexionar sobre las posibilidades de reforma vale la pena partir de un marco de referencia. En El valor de las cosas, la economista Mariana Mazzucato propone distinguir entre dos maneras de obtener riqueza. La virtuosa (ella no usa esta palabra, pero yo sí) consistiría, esencialmente, en serle útil a la sociedad. Por ejemplo, una empresa farmacéutica que produce un medicamento contra el nuevo coronavirus

En el otro extremo tenemos la acumulación de riqueza mediante extracción pura: siguiendo con el ritmo de los tiempos, aquí encajaría la compra de máscaras sanitarias en mitad de una epidemia para su reventa a varios múltiplos del precio original. También podemos ponerle rostros a la comparación. Pensemos en lo que distingue a Bill Gates de Rupert Murdoch. El primero ha inventado y diseñado productos sin los cuales no concebimos la vida hoy en día: nos ha multiplicado la productividad, nos ha facilitado la comunicación. El segundo ha amasado una fortuna a base de consolidar posiciones cuasi-monopolísticas en un mercado de información del que participa sin otro ánimo que el de maximizar el consumo por parte de la audiencia, casi siempre a costa de la calidad o veracidad de lo que en sus medios se publica. ¿Qué clase de empresarios queremos que abunde, los Gates o los Murdoch?

Por desgracia, la mayoría de situaciones no se pueden clasificar con tanta claridad. Para empezar, incluso las empresas más virtuosas extraen valor de la sociedad para construir aquello que (si va bien y aciertan calibrando la demanda) se lo retornará. Capital humano, bases científicas para la innovación, infraestructuras, sistemas de protección social que garantizan el bienestar de los trabajadores: todo ello imprescindible para producir, nada de ello gratuito ni carente de esfuerzo en su construcción.

En teoría, los impuestos son el canal principal para equilibrar la balanza: las empresas los pagan precisamente para cuadrar las cuentas. En un mundo ideal, el valor aportado por el producto final más los impuestos y salarios abonados por su productor son  al menos iguales al precio del mismo más la extracción realizada para su confección. Pero, ¿qué sucede si dejamos coja una parte de la ecuación? Por ejemplo, si la mentada farmacéutica produce su medicamento en un país A, lo comercializa en el resto de países del mundo, pero tiene su sede en un paraíso fiscal: tal que así hacen varias empresas tecnológicas.

Hay, además, ciertos productores de valor que disfrutan de una posición privilegiada que les da más margen para manipular precios. En The Great Reversal, Thomas Philippon destaca cómo, para el caso de Estados Unidos, la competición ha ido desapareciendo para los mercados. En su rompedora pieza (de la que esta es, sin duda, deudora) para el Financial Times, Martin Wolf insiste en la evidencia: esta ausencia de competición ha subido los precios, disminuido la inversión y el incremento de la productividad.

Ausencia de competición

Este último punto también es central en la argumentación de Mazzucato. Como explica la economista, al fin y al cabo, los ingresos de cualquier empresa pueden acabar en tres manos distintas: salarios, retorno a los inversores o reinversión. Lo que afirma Wolf es que la ausencia de competición favorece el segundo punto en detrimento del primero y el tercero. Es algo que, con una argumentación más prolija, también ve Mazzucato: las empresas hoy día tienen menos incentivos para que los beneficios se queden en casa, en manos del capital humano, físico o tecnológico. Porque esas ya no son necesariamente las palancas fundamentales para que sigan aumentando. Con ello, se cortocircuita más todavía la creación de valor.

El armazón teórico ha tenido su plasmación en la carrera a la nominación del Partido Demócrata en los Estados Unidos: la excandidata Elizabeth Warren ha articulado toda su propuesta en torno a ella, probablemente la más detallada en términos de política pública que nadie ha llevado nunca a unas elecciones primarias. 

Para Warren, y bajo esta lógica, la ecuación arriba descrita se habría roto, cayendo el beneficio del lado de los empresarios extractivos, resquebrajando la promesa capitalista de la prosperidad repartida. Por tanto, como afirma Mazzucato, ya no deberíamos equiparar valor y precio.

Pero esta equivalencia nunca ha sido completamente cierta, ni en la teoría económica ni tampoco en la realidad. Valor igual precio es un punto de partida para responder a la pregunta con la que abríamos esta pieza, para entender por qué los mercados pueden llegar a ser una buena herramienta para que la sociedad decida qué vale más o menos. Lo son en condiciones de competencia perfecta, sin fricciones ni capacidad de dominación. Pero ningún economista serio asume que ese sea el punto de partida. Así que tampoco debería hacerlo nadie que defienda al capitalismo como modelo que todavía tiene algo que aportar a la sociedad.

Lo que necesitamos es, quizás, que esa equivalencia sea lo más cierta posible. Para ello es que tenemos el resto de instrumentos en la ecuación ampliada: en concreto, impuestos y salarios. En su definición entra el segundo gran mecanismo humano para asignar valor: la democracia.

El voto tiene más probabilidades de ser simétrico que la capacidad de compra. Con él, en teoría, podemos poner límites y niveles a los dos parámetros para reencontrar el equilibrio. Phillipe Aghion propone, por ejemplo, esquemas impositivos que permitan discernir la creación de valor del mero ingreso.

La OCDE habla de la necesidad de tasar a las compañías por ventas en lugar de por lugar de residencia, de manera que tributen allá donde reciben más beneficios. En el lado de las compensaciones, abundan las propuestas de transferencias, rentas básicas, mínimas, impuestos negativos sobre la renta que servirían para dar respuesta a las cambiantes necesidades de los colectivos más vulnerables en un contexto de cambio de los modelos laborales. Más allá, el propio contexto en el que opera la ecuación puede ser modificado a través de regulaciones que eviten la concentración excesiva de capital: en el corazón de la campaña de Warren estaba, precisamente, en el quiebre de los emergentes monopolios tecnológicos. La idea del Green New Deal, que nació en el ala izquierda de los demócratas y se ha extendido por todo el espectro progresista occidental, consiste, de hecho, en un conjunto variable de medidas destinadas a reequilibrar la ecuación en torno a uno de los retos centrales. 

¿Está enfermo el capital?

¿Está enfermo el capital?

Pero para servir a tal efecto, el voto tiene antes que superar sus propias barreras. Resulta que, si quiere reformar el capitalismo, la democracia tiene que superar antes sus propias barreras. Probablemente la más urgente, y también la más complicada de resolver, es la definición de sujeto soberano. Pandemias, cambio climático o elusión de impuestos no pueden resolverse dejando al mercado funcionar a su libre albedrío sin fronteras mientras el voto aún las tiene. Mientras siga siendo así, el poder de quién define qué es valioso para la sociedad seguirá desequilibrado. Es imprescindible avanzar en mecanismos de toma de decisión supranacionales que sirvan de correa de transmisión entre las preferencias individuales que el mercado no puede ni debe abarcar, a las que de hecho se debe someter. Mientras no suceda, seguiremos confundidos sobre qué valor tiene para nosotros exactamente el mercado.

*Jorge Galindo es sociólogo por la Universidad de Ginebra y especialista en economía política aplicada a los cambios estructurales.

*Este artículo está publicado en el número de abril de tintaLibre, a la venta en quioscos. Puedes consultar todos los contenidos de la revista haciendo clic aquí.aquí

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