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Niño Becerra: “El modelo de protección social que hemos conocido ya es insostenible”

El economista Santiago Niño Becerra (Barcelona, 1951), en febrero de 2015.

Andrés Villena Oliver

Los filósofos y pensadores de la postmodernidad siempre han considerado que el futuro, una de las construcciones sociales humanas por excelencia, ya no es lo que era. De las ilusiones enunciadas por los prohombres de la Ilustración, con la Segunda Guerra Mundial, la bomba atómica y el Holocausto de por medio, estos estudiosos concluyeron que el ser humano tendría que renunciar, al menos, a un horizonte de progreso incondicional e ininterrumpido. 

Pese a estas poco alentadoras posiciones, reforzadas con lo sucedido en las décadas posteriores al Mayo del 68, lo vivido a lo largo de los últimos años no otorga facilidades alternativas a la imaginación: las distintas crisis financieras, la recesión iniciada en el año 2008, el fortísimo impacto de la pandemia covid-19, el regreso de la inflación, las guerras, las amenazantes crisis energéticas, las permanentes réplicas del problema del calentamiento global... Todos estos eventos, circunstancias y razones arrastran a los analistas a una marea reflexiva en la que la tentación de predecir un apocalipsis parece entronizarse como una costra cognitiva e intelectual. El pesimismo está de moda y denota conciencia social. Pero este conjunto de ideas tiende a encerrar la imaginación progresista, e incluso la revolucionaria, en una angustiosa camisa de fuerza. 

El libro del profesor Santiago Niño Becerra Futuro, ¿qué futuro? Claves para sobrevivir más allá de la pandemia (Ariel) no contribuye precisamente a liberarnos de estas sombras, pero al menos ofrece unas lentes para que la oscuridad no nos ciegue y para que podamos asirnos a datos y razonamientos científicos para comprender no solo el porvenir, sino el tiempo de ahora y el de ayer. El titular más urgente es que el Apocalipsis imaginado no terminará llegando, al menos no como lo previsto en el último libro del Nuevo Testamento cristiano. Pero conviene mentalizarse sobre las circunstancias del futuro, puesto que, en gran medida, estas ya forman parte de un presente en continua transformación. 

La principal característica de nuestro futuro es la oscurecida grisura de una austeridad inevitable, de un consumo y un empleo famélicos, frente a la imparable revolución de la productividad y la tecnología, un desarrollo técnico que oficiará el divorcio definitivo entre capitalismo y sociedad, entre clase dominante y masa poblacional, entre optimización productiva y bienestar social. La robotización, la eficiencia y el funcionamiento flexible de las grandes empresas redefinirán la noción central del trabajo como una excepcionalidad que será solo propiedad de un reducido grupo de empleados con enormes cualificaciones. 

No se trata de un vaticinio precisamente a posteriori, tan generalizado entre los analistas económicos del presente. Santiago Niño Becerra, catedrático emérito de la Universidad Ramon Llull y profesor de Estructura Económica en la IQS School of Management, ya apareció con unas declaraciones premonitorias hace muchos años, en particular en el mes de marzo del año 2006 para el diario ABC. Por entonces, España vivía la última tregua de ETA, la revolución de los derechos sociales impulsada por el presidente José Luis Rodríguez Zapatero y una coyuntura económica que, como en la etapa previa del presidente José María Aznar, iba bien, pero sin muchas más preguntas. En aquellos tiempos de crispación política, pero también de opulencia y de ignorancia financiera, el pensamiento crítico sobre la economía parecía posado en una imperturbable balsa de aceite. Pero no solo venía una crisis. Con la noción del crash de 2010, Santiago Niño Becerra no solo se refería a una gran recesión, sino también al indefectible final de un modelo capitalista en decadencia. La degeneración de un sistema productor de bienestar y consenso a base de deuda, empleo y consumo conduciría inevitablemente a algo que, por entonces y tampoco en estos momentos, estamos dispuestos a imaginar. A comienzos de 2009, y en plena crisis económica, Niño Becerra entregó a su editor el manuscrito de un libro sobre economía que todo el mundo podía leer, pero que contribuiría a empeorar el sueño nocturno: El crash del 2010. En aquel trabajo, el profesor defendía una hipótesis que parecía arriesgada: la crisis sería sistémica, mundial, larga y durísima. 

Aquella profecía no era cuestión de un visionario que accediera a información secreta. “Lo que yo vi estaba al alcance de todo aquel que quisiera verlo: la deuda privada en España en 1996 equivalía al 65% del Producto Interior Bruto; en 2005, al 207%. Era una situación insostenible en la que el crecimiento estaba sustentado en la deuda. Es decir, España, y muchos más países, crecían porque se estaban comiendo en el presente el PIB del futuro. Eso lo tuvo que ver más gente, pero decirlo equivalía a llevarse el ponche en medio de la fiesta, ¿y qué político se atreve a hacer eso?” 

En 2010, conversar con el profesor Niño Becerra daba más miedo por la ristra de datos que sustentaban sus predicciones que por lo agudo de las mismas. Desde la publicación de El crash, el autor se ha prodigado en distintos ensayos que marchan en la misma línea y que prevén el progresivo final del sistema capitalista. Futuro es su última reflexión, y la escala de grises ahí descrita analiza el último acto del capitalismo en el año 2065. 

Futuro es un estudio sobre nuestro porvenir que, en muchas ocasiones, es calcado a lo que estamos viviendo. El autor prevé que la pandemia habrá terminado en 2023, pero ningún retorno a la normalidad como anteriormente quedaba definida. “Esa normalidad no volverá jamás. La normalidad que viene será una Nueva Normalidad en la que la protagonista indiscutible será la tecnología. Se trata de un modelo que es totalmente diferente al que hemos vivido entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y el año 2007: nunca la humanidad ha tenido un crecimiento económico como el de aquel periodo. Lo que vienen son décadas de estabilidad, pero en las que la mayoría de la población deberá adoptar un perfil socioeconómico bajo”. 

Una nueva normalidad de perfil bajo 

La producción, el Producto Interior Bruto, al igual que ha sucedido con los indicadores de contagios o de incidencia acumulada de la pandemia para los gobiernos europeos, dejará de ser relevante. Nos olvidaremos de un PIB que ya no servirá para analizar la dinámica de un sistema de crecimiento que estará permanentemente aletargado, y que solo necesitará mano de obra cualificada durante determinados periodos y en respuesta a necesidades concretas. El trabajo sufrirá una metamorfosis fundamental, que ya viene impulsada, por ejemplo, por las modalidades a distancia de estos últimos años, y que nos remite a un sistema extremadamente flexible en el que las formas de protección social tendrán que modificarse obligatoriamente. 

“El objetivo será la productividad y dejará de serlo la producción, pero una productividad que permita fabricar las cantidades convenientes en el momento conveniente y minimizando la utilización de inputs, entre ellos el factor trabajo. Por ahora, no se implementa toda la tecnología de la que ya se dispone porque ésta aún es cara, y además, pienso, por razones políticas. El modelo de protección social que hemos conocido ya es inviable e insostenible, porque los supuestos que se daban cuando ese modelo se implementó ya no ocurren. La tendencia es una evolución desde el modelo de protección social hacia el de la renta básica”. 

Las consecuencias de los cambios tecnológicos, que el autor de Futuro concibe como inevitables y estrechamente ligados a la concentración de un gran capital que será el único capaz de realizar las inversiones necesarias, son dispares, pero apuntan, en general, a un horizonte que no resulta demasiado halagüeño. 

Coincidiendo en parte con los análisis de otros científicos sociales, como el sociólogo Ulrich Beck en La sociedad del riesgo global, o con Jeremy Rifkin en La sociedad de coste marginal cero, Niño Becerra pronuncia una serie de sentencias sumamente preocupantes para la ciudadanía en el siglo XXI: La gente dejará de ser necesaria. La concentración del capital conducirá a una economía dominada por un reducido grupo de grandes empresas o corporaciones. De una sociedad de la producción pasaremos a una de la productividad con ínfimos costes laborales. Y que hasta el cambio climático se las verá con una nueva sociedad en la que el consumo, el empleo, la riqueza y la cohesión social se verán profundamente transformados como conceptos orientativos. 

“Rifkin estimó que, si la tecnología continuaba evolucionando al ritmo actual, en algún momento del siglo XXI tan solo será preciso el 5% de la población mundial para generar el 100% del PIB del planeta. Cada vez será necesaria menos población para producir, pero consumirán recursos. De entrada, con una renta básica se parcheará la situación, pero pienso que a largo plazo se implementará un control del crecimiento demográfico”. 

Desigualdades, oligopolios y oligarquías 

Un escenario difícil de valorar, pues la posesión de dicho capital determinará niveles de desigualdad crecientes, y el menor protagonismo del trabajo, una rápida erosión de los Estados del bienestar, del papel de la política, y por tanto, de la democracia. Unas inequidades a las que el economista Thomas Piketty lleva apuntando desde hace más de diez años y que el profesor y exministro griego Yanis Varoufakis ha denominado recientemente “tecno-feudalismo”. 

La mirada que no cesa

La mirada que no cesa

Niño Becerra concluye que con la depresión del factor trabajo, los votos se harán irrelevantes. “La democracia que conocemos fue un invento burgués del siglo XIX. Entonces necesitaban representatividad en un entorno político dominado por terratenientes aristócratas; luego, en el XX, esta se fue extendiendo a la población, porque se precisaba una base amplia en la que una mayoría decidiese qué hacer; se creó la clase media, y para comprar la paz social, se puso en marcha el modelo de protección. Hoy, ni es necesario comprar la paz social, ni que la población se sienta representada, por lo que la clase media está retrocediendo, el modelo de protección se está adelgazando y la democracia está perdiendo sentido en un entorno en el que ‘hay que hacer lo que hay que hacer’”.

Toda previsión atrevida genera suspicacias. La austeridad, que nos aplastó como una ola reaccionaria al comienzo de la década anterior, será la norma para una mayoría que tendrá que reconstruir el sentido de la vida social. Y, en este marco, los desenlaces pueden escapar a todo tipo de previsión, incluso al margen del control disciplinario que pueda implicar la constante revolución tecnológica. La necesaria transformación en el comportamiento social de una población que lleva décadas languideciendo por el peso de un consumismo profundamente individualista ofrecerá sorpresas y oportunidades que ningún modelo económico podrá prever. 

Varoufakis, que alerta de una clase dominante alojada ‘en la nube’, de la que el director general de Tesla Elon Musk, con su reciente oferta de compra de Twitter, representa un claro ejemplo, concluye lo siguiente en Project Syndicate: “Si aquellos en el extremo receptor de la explotación tecno-feudal y la desigualdad aturdidora encuentran una voz colectiva, seguramente será muy fuerte”. Futuro, de Santiago Niño Becerra, podría ser una buena guía para estar preparados, y para ofrecer al predominante gris múltiples matices y texturas. 

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